Bárbara Tardón es doctora en estudios interdisciplinares de género, experta en violencia sexual y coautora del informe de Amnistía Internacional Ya es hora de que me creas, la investigación más potente que se ha realizado en España con respecto a la violencia sexual. Conversamos con ella sobre la violencia sexual dentro y fuera del ámbito de la pareja, como una más de las violencias de género que sufren, han sufrido o sufrirán una de cada cinco mujeres a lo largo de su vida, según el Centro Nacional de Documentación sobre la Violencia Sexual.

Uno de los aspectos más incontestables del informe sobre violencia sexual de Amnistía Internacional es que todas las mujeres entrevistadas y personas de su entorno afirmaban que de haber sabido lo que les iba a acarrear denunciar su violación, no lo volverían a hacer. Y una de las razones que más les lastimó fue la duda, el escepticismo que policías, fiscales, jueces y juezas mostraban hacia ellas. ¿En qué se sustenta esa duda que tanto acosa a las víctimas de violencia de género por parte de parejas o exparejas?

Porque existe una ideología patriarcal, que es la que sostiene todo el sistema, que lanza una serie de mensajes, estereotipos y mitos que a lo largo de la historia de la humanidad han cuestionado a las mujeres y las ha juzgado como responsables de esas violencias sexuales. Es la cultura de la violación, que sostiene que si has sido violada, acosada o abusada, por algo será. O que si los agresores lo han hecho es porque no han sido capaces de controlar sus instintos, como buenos machos alfa.

Es el triángulo de la violencia: si no existiesen una violencia estructural y simbólica, no sería posible una violencia directa. Esa ideología es la que hace que no se nos crea.

En el libro Creedme (Capitán Swing, 2019), basado en una investigación periodística estadounidense sobre un violador en serie, se explica que la doctrina que sigue empapando el abordaje policial y judicial de las violencia sexual en el Derecho occidental es la marcada hace cuatro siglos por Sir Mathew Hale. Este reconocido jurista sentenció que la violación “es una acusación fácil de hacer, y difícil de demostrar. Y aún más difícil de defender desde la parte acusada por muy inocente que sea”. Una afirmación que hemos escuchado en repetidas ocasiones durante la celebración del juicio de La Manada.

Y no solo los tertulianos, también las defensas de los acusados saben perfectamente que esta es la línea que tienen que atacar. Por eso podemos leer sentencias en las que unas vemos claramente una agresión sexual y personas con otra ideología, placer.

Hay una cuestión que suele pasarse por alto: si en España hay unas 600.000 mujeres que sufren violencia de género, según cifras del Colegio de Abogados de Barcelona, eso significa que buena parte de ellas, las que la sufran a manos de sus parejas, no sólo se van a la cama cada noche con su potencial asesino, sino también con su habitual violador. Según las supervivientes, la secuela más difícil de sanar es la de la violencia sexual. 

Otro de los mitos que pervive es que el marido no es un agresor sexual, por lo que la violencia sexual dentro de la pareja está totalmente invisibilizada. Y ante la falta de recursos especializados, nos encontramos con que las profesionales que trabajan con las víctimas de violencias de género no saben cómo abordarla.

Si te das cuenta, las únicas violencias sexuales que salen a la luz son las que se conocen en el lenguaje experto como la ‘violación genuina’, que es la que sí se corresponde con nuestro imaginario social sobre la violencia sexual. Incluso la de La Manada podría encuadrarse en esa categoría porque en la mayoría de los casos no hay un móvil que grabe la agresión, ni es cometida por desconocidos.

La mitad de las denuncias que se interpusieron el año pasado por violaciones o abusos sexuales en España eran a niñas, niños y adolescentes. Y, a menudo, cuando sus madres intentan denunciarlo, son acusadas de mentir. 

Si la violencia sexual entre adultos está invisiblizada, la que se ejecuta contra niños y niñas mucho más. Y ahí sí que no se quiere entrar porque es muy difícil para una sociedad democrática asumir y gestionar que los padres violan a sus hijas e hijos, o sus hermanos, o los abuelos, o los vecinos…. Es una bomba de relojería y destaparlo sería mirar a los ojos, de verdad, al sistema patriarcal.

Y sí, cuando las madres denuncian para proteger a sus criaturas, a menudo se les acusa de mentir para buscar réditos personales.

Cuando investigábamos para el informe de Amnistía Internacional nos dimos cuenta de que teníamos tantísimos casos de abusos sexuales infantiles, que decidimos que merecían un informe independiente para que no se diluyera su gravedad.

Resulta desesperanzador que, a sabiendas del sistema depredador en el que vivimos, no se firmen solo Pactos de Estado contra la Violencia de Género, sino también contra el patriarcado, o el machismo, o que el Estado no se defina como feminista… Seguimos atendiendo a las manifestaciones, pero no al origen, a lo estructural.

Totalmente de acuerdo. El problema es que los Estados tienen responsabilidades en una violación sistémica de los derechos humanos como son las violencias machistas. Tienen que prevenir, proteger a las víctimas, juzgar a los responsables, repararlas integralmente… Y luego, firman Pactos de Estado que desatienden las violencias sexuales. No sólo la parte asistencial, sino toda esa parte dedicada a la prevención, como campañas de sensibilización en las que de verdad nos podamos sentir interpeladas como víctimas de violencias sexuales. O políticas educativas que aborden el deseo, el consentimiento, la libertad sexual…

Sobre todo, teniendo en cuenta que sólo en 2018 hubo 13.000 denuncias por distintos tipos de agresiones sexuales. Y cuando hay un consenso social sobre que las mujeres que denuncian son una minoría. Pareciera que no queremos conocer la verdadera dimensión del problema. 

Muy pocas mujeres dan el paso de denunciar porque la mayoría de las violaciones, entre el 80 y el 90%, las realizan personas conocidas y del entorno cercano, que suelen tener una relación de poder sobre ellas, con trayectorias largas de violencias…

Pero si además, las instituciones no te protegen con una Policía formada y sensible, un sistema judicial que acompañe, unos recursos especializados en atención e intervención con mujeres víctimas, unos mecanismos de reparación… La conclusión es que para qué denunciar.

Y eso, teniendo en cuenta que antes de las formas más bárbaras de violencia están los silencios como forma de castigo, la infravaloración, los desprecios, el chantaje emocional; y a nivel social, la brecha salarial, el acoso callejero, y todas las actitudes, políticas y costumbres sociales basadas en la concepción de que la mitad de la población es inferior a la otra: menos válida, menos persona, más prescindible.

Entrevista realizada en marzo de 2019.