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Ana María

Asesinada en Torrox
el 8 de agosto de 2014

Texto: Iria Comesaña

Fotografías: Álvaro Minguito

“Una mujer fuerte, enérgica”. “Autosuficiente, muy independiente”. “Con un carácter tirando a dominante, le gustaba controlar la situación. Era férrea en su comportamiento profesional, y a veces también en el personal”. “Tenía una vida estructurada, un estatus profesional bien considerado, independencia económica”. Amistades y compañeros y compañeras de trabajo son unánimes al describir a Ana María Márquez, cordobesa de 37 años, directora del Museo de Nerja, asesinada por su pareja en agosto de 2014 en el municipio malagueño de Torrox.

También fue unánime su asombro al descubrir, tras el crimen machista, que la violencia que había sufrido venía de atrás. Por más que se sepa que no existe un perfil de mujer maltratada, en cada uno de los testimonios recogidos para este reportaje se repite como una letanía la misma idea: “Jamás en la vida hubiera sospechado que pudieran estar maltratándola”. “Era imposible pensar algo así de ella”.

Ana María Márquez nunca compartió con nadie ni una sola de las agresiones que sufría por parte de Miguel Martínez Alba. Lo conocía desde su juventud en Córdoba, pero habían iniciado el noviazgo hacía alrededor de un año y medio. En su entorno no se activó ninguna alarma, hasta que la autopsia sacó a la luz una realidad incontestable: además de las 131 puñaladas que acabaron con su vida, por las que un jurado condenó a Martínez a 23 años de cárcel por asesinato con alevosía y ensañamiento, se descubrieron lesiones antiguas que demostraban malos tratos habituales, lo que aumentó la pena de prisión en un año más.

La historia de alguna de estas agresiones se desveló durante el juicio: por ejemplo, pocos meses antes de su muerte, la mujer llegó al trabajo con un mordisco en la nariz que necesitó varios puntos de sutura y que la hizo quedarse varios días en casa, algo muy extraño en ella. Dijo a sus compañeros que le había mordido un perro. Nadie lo puso en duda. En el juicio se acreditó que semejante agresión la había cometido el hombre con quien compartía su vida.

El asesinato se produjo el 8 de agosto de 2014 en casa de ella, un piso en un bloque a pie de playa, en Torrox. La pareja había discutido la noche anterior y él se había marchado para pasar la noche en bares y en casa de un amigo. Por la mañana, Ana María lo había llamado porque necesitaba el coche para ir a trabajar y, cuando llegó, volvieron a discutir. Por sorpresa y por la espalda, él le golpeó la cabeza con una botella, dejándola atontada, y agarrándola del pelo la llevó al cuarto de baño, donde empezó a apuñalarla y la tiró a la bañera para seguir dándole cuchilladas.

La descripción de las heridas que presentó la Fiscalía en el juicio ocupa seis folios: 131 puñaladas, de las que solo una, o quizá dos, fueron mortales, y las demás solo sirvieron para aumentar su sufrimiento. También 29 contusiones, algunas antiguas, de días o semanas atrás.

Ana María vivía en esta urbanización en primera línea de playa del cercano municipio de Torrox.

En la vivienda de arriba escucharon la discusión y bajaron dos veces para llamar a la puerta, pero Miguel Martínez no les abrió. Avisaron entonces a la Guardia Civil, pero cuando los agentes llegaron el asesino tampoco interrumpió el apuñalamiento. Las fuerzas de seguridad terminaron entrando por la terraza. Dentro de la casa encontraron al agresor ensangrentado, que les dijo: “Ya está, ya lo he hecho”. La víctima aún estaba viva, pero agonizaba en la bañera y murió antes de que pudieran socorrerla.

Ana María era una mujer muy respetada en Nerja, en la comunidad arqueológica de la que formaba parte y en el Museo que dirigía desde hacía menos de un año. Cuenta con un página en Wikipedia que detalla sus investigaciones. Había ganado la plaza de directora del Museo por concurso siendo aún joven, tras una vida dedicada a las excavaciones arqueológicas en destacados enclaves de Andalucía, y en especial en la misma Cueva de Nerja.

Licenciada en Historia por la Universidad de Córdoba, la estrecha relación de su facultad con este importantísimo yacimiento, descubierto por casualidad en 1959 y aún por explorar en su mayor parte, la hizo participar en sus excavaciones desde sus primeras prácticas como estudiante. Especializada en Arqueología, Prehistoria y Arte Rupestre y máster en Museología, se labró el perfil idóneo para terminar dirigiendo la institución encargada de divulgar los hallazgos de la Cueva de Nerja, por la que sentía pasión.

“Los arqueólogos somos especiales, hasta cuando dormimos soñamos con arqueología”, afirma el actual conservador de la Cueva, Luis-Efrén Fernández, para explicar el entusiasmo de Ana María por este yacimiento, que él también comparte. “Fue una de mis mejores alumnas y una de mis mejores maestras”, sentencia al exponer los méritos de una compañera cuya vida se truncó en su mejor momento profesional: “Cuando había roto el lastre que te une a tus profesores cuando eres estudiante, y tenía el bagaje formativo suficiente para volar sola”.

De esa etapa como investigadora, Fernández destaca “su capacidad para sistematizar sus hallazgos: su trabajo en la Sala de la Torca de la Cueva de Nerja es una referencia de cómo abordar los estudios sobre piezas muebles de arte prehistórico. Tenía una tremenda disciplina con el trabajo científico”.

Interior de la Cueva de Nerja.

La Cueva de Nerja, un subsuelo cuajado de estalactitas y estalagmitas de una belleza abrumadora, tiene espacios que no están abiertos al público por su importancia para la investigación, como la Sala de la Torca en la que Ana María Márquez empezó a bregarse como arqueóloga. Aislada del ruido, el tiempo parece detenerse, atrapado en las cuerdas que cuelgan del techo al suelo, marcando las cuadrículas de la excavación.

El registro prehistórico es extremadamente frágil, y para no alterarlo, aquí se trabaja como románticamente imaginamos a los arqueólogos, a mano, retirando la tierra con lanceta y brocha. El conservador de la cueva explica que en este lugar privilegiado pasó Ana María “horas y horas de trabajo, pero también de risas”, y entre halagos a sus conocimientos sobre Prehistoria se cuelan recuerdos personales de quien fue su amiga durante 20 años: “Era muy buena arqueóloga, pero también podría haber sido cocinera”. Al final se hace el silencio. “Es que es imposible entrar en esta sala y no acordarte de ella”.

El entonces gerente de la Fundación responsable del Museo, Ángel Ruiz, que la contrató para trabajos puntuales años antes de que lograra la plaza, explica que Ana María había colaborado en una nueva musealización del Museo de Córdoba y que le pareció la adecuada para darle sentido al de Nerja, que se había abierto sin un proyecto del todo claro. Luis-Efrén Fernández confirma que el Museo se abrió con contenidos muy profesionales y difíciles de mantener, adecuados para expertos pero no para el gran público.

El mérito de Ana María fue “dar ese salto, modificar los criterios expositivos para que fuese asequible a un investigador profesional, a un jardinero de Düsseldorf o a un estudiante de Primaria de Murcia”. La sala de exposiciones del Museo de Nerja lleva hoy el nombre de Ana María Márquez a modo de recuerdo y homenaje.

Ana María vivía volcada en su trabajo, al que dedicaba muchísimas horas y donde tenía a sus amistades. Su familia era muy reducida: solo tenía un hermano. La familia ya había sufrido pérdidas prematuras: la madre había fallecido cuando Ana María tenía diez años y su padre, un ginecólogo de Cáceres afincado en Córdoba al casarse, quedó muy afectado.

Ese núcleo familiar tan reducido marcó el carácter de Ana María, según sus amigos. Muy responsable, y acostumbrada a hacerse cargo de los suyos, cuando a su padre le diagnosticaron cáncer ella se volcó en su cuidado. Falleció en abril de 2013, y fue más o menos entonces cuando su entorno cree que comenzó su relación sentimental con Miguel Martínez Alba, a quien conocía desde que eran jóvenes y con quien convivía los fines de semana. Entre semana él seguía viviendo en Córdoba, donde trabajaba en los negocios de hostelería familiares.

El conservador de la Cueva de Nerja, Luis Efrén Fernández, en la zona exacta de la Sala de la Torca en la que Ana María Márquez realizó sus excavaciones arqueológicas.

Los amigos y amigas de Ana María apenas lo conocían. Las pocas veces que se habían cruzado, no habían conectado. “Me presentó a ese individuo en una celebración de la Cueva de Nerja poco antes de su muerte y por una intuición le pregunté si estaba bien con él. Me dijo un ‘bien’ muy seco. Pero yo tampoco solía preguntarle por sus parejas”, cuenta Luis-Efrén Fernández, que en aquel tiempo hablaba por teléfono con ella casi a diario por trabajo.

Sí había notado que ella tenía “un empeño con ayudarlo en los negocios de hostelería que él tenía en Córdoba”. Estaba “tan volcada en él, que en los últimos tiempos tenía algunos despistes, como demorarse en abrir los correos electrónicos o no recordar conversaciones que habíamos tenido, como si tuviera otros líos en la cabeza”. Mirando atrás, el conservador de la Cueva de Nerja lamenta no haber leído estos indicios, sobre todo el más evidente, el mordisco que todos vieron. Pero incluso ahora, rememorando si ella mostró algún momento de debilidad, responde tajante que no.

Los despistes los notó también Antonio Montesinos, un técnico del Museo que trataba a diario con Ana María desde que la nombraron directora y que había conocido a su pareja en esa misma celebración de la Cueva de Nerja. Fue de los primeros en enterarse del asesinato, cuando la Guardia Civil se presentó en su trabajo esa mañana haciendo preguntas y en un desliz los agentes se refirieron a ella en pasado. Y fue el testigo que habló del mordisco en la nariz durante el juicio.

Montesinos había notado que en los últimos tiempos ella “cerraba la puerta del despacho y la oía hablar a gritos”, pero como era nueva en el cargo lo achacó a las presiones del puesto. “Y fumaba mucho, probablemente todo estaba relacionado”, señala. Pero todo eso lo pensó después del crimen, cuando pudo reflexionar sobre lo que había visto en esas últimas semanas y llegó a sentirse culpable por no haberse dado cuenta de que pasaba algo más grave.

Es un sentimiento que conoce muy bien Rosa, amiga íntima de Ana María que prefiere que no se publique su apellido: “Siento hoy la misma rabia e impotencia que hace seis años. Y me siento culpable porque el último mes de su vida yo me había operado y ella no quería hablarme de nada malo para no preocuparme, pero yo debería haberlo visto. Unos días antes me llamó llorando, pero lo achacó a un problema que tenía otra amiga. Hasta después no até cabos”. Tirando de esos hilos, a Rosa se le viene a la cabeza el mordisco en la nariz. O que poco antes de morir Ana María fue entrevistada en una televisión local y eligió como canción favorita una nana triste. O que estaba “demasiado ilusionada” con su relación.

Rosa apenas conocía a su pareja, a pesar de la estrecha amistad que unía a las dos mujeres: “Puede que lo viera un par de veces. Yo no era amiga de él, era amiga de Ana María”, zanja. Darle tantas vueltas a lo ocurrido, y a la idea entonces inconcebible de que ese hombre que no llamaba la atención estuviera maltratando a la mujer “fuerte, súper abierta, muy simpática, llena de coraje” que era su amiga ha cambiado su forma de pensar: “Es como si de pronto hubiera empezado a ver las cosas que no son normales en las relaciones de las personas que me importan. Ahora hablo con esas personas y se lo digo. Y tengo amigas que han salido de relaciones así”.

La labor de la fiscal del caso, Cristina Olazaran, fue también una especie de investigación forense para demostrar no solo el asesinato, sino una violencia habitual silenciada “que había ido in crescendo”. “Ella había sido súper discreta, nunca dijo que fuese víctima de maltrato, ni siquiera que estuviese mal con su pareja, así que en el juicio tuvimos que relacionar los indicios para demostrárselo al jurado”.

Las lesiones antiguas que reveló la autopsia, el comportamiento previo del agresor, que tenía antecedentes por malos tratos a otra pareja; que él hubiera admitido en una entrevista con su psicóloga que la había golpeado alguna vez e incluso que la había mordido; las heridas que los testigos le habían visto a Ana María… todo fue formando un relato coherente gracias a peritos y testigos. “Con el mordisco en la nariz me ayudó mucho una persona del jurado, que fue muy avispada y le hizo una pregunta a un testigo que nos permitió darnos cuenta de que había sido una agresión de él, no el ataque de un perro como ella le había contado a todo el mundo”.

El dependiente de una tienda de ropa muestra la bolsa de la campaña contra la violencia de género en la que está entregando las compras estos días. Cada bolsa lleva un díptico con los recursos a los que se puede acudir en caso de violencia machista.

El jurado vio claro el asesinato. La prolija enumeración de las heridas sirvió para demostrar que el agresor “sabía perfectamente lo que estaba haciendo y actuó con mucha frialdad”, explica la fiscal Olazaran. “Los forenses explicaron –añade– que solo una o dos heridas eran mortales. Una en el cuello y otra en la espalda eran las más letales, pero todas las demás sobraban para el propósito de matarla; este hombre sabía que quería hacer mucho daño”.

Los médicos declararon en el juicio que la víctima presentaba muchas heridas en zonas no vitales, incluso sobre el mismo punto, unas sobre otras. En ellas el arma se usó a modo de “máquina de coser”, con apuñalamientos poco profundos y seguidos que no hicieron sino aumentar su sufrimiento, cuando por su superioridad física y circunstancial “le hubiera sido muy fácil acabar con su vida de una sola cuchillada”, describe la sentencia. El asesino ni siquiera se interrumpió cuando los agentes llamaron a su puerta: “Tenía que terminar lo que estaba haciendo”, dice la fiscal.

Olazaran comparte la percepción de que Ana María era una mujer enérgica y autónoma, pero recuerda que muchas víctimas de violencia machista “no quieren hablar de ello porque les da una vergüenza terrible”. En este caso, si la imagen que ella irradiaba y tenía de sí misma era de fortaleza y solvencia en las demás facetas de su vida, admitir que su relación de pareja escapaba de su control pudo resultarle imposible.

La noticia del asesinato de la directora del Museo de Nerja conmocionó al pequeño municipio de la Costa del Sol, como recuerda la entonces concejal de Igualdad, Gema García, que trataba frecuentemente con Ana María porque también era concejal de Cultura y que, como los demás, había conocido a su pareja meses antes en el mismo acto oficial de la Cueva de Nerja.

Igual que a los compañeros de ella, le había parecido “que se quedaba en un segundo plano”, pero lo achacó al contraste con la personalidad “tan explosiva de ella”. “El día del crimen estábamos celebrando un Pleno municipal y el alcalde se ausentó porque lo llamaron, en su calidad de vicepresidente de la Fundación de la Cueva de Nerja. Tardaba mucho y empezamos a alarmarnos, hasta que llegó y nos contó lo que había pasado. Sobre la marcha, el Pleno decidió guardar un minuto de silencio”.

Para llegar desde el Ayuntamiento hasta el Museo solo hay que cruzar la Plaza de España, donde seis años antes otra mujer, Cecilia Coria, había sido asesinada por su pareja en plena calle. Días después, el alcalde propuso a la Fundación Cueva de Nerja ponerle el nombre de Ana María Márquez a la sala de exposiciones del Museo, que fue rotulada a los tres meses, coincidiendo con el 25-N, el Día Internacional contra la Violencia de Género.

El Ayuntamiento de Torrox, el pueblo vecino en el que vivía la víctima y donde se produjo el crimen, convocó una concentración ese mismo día y decretó tres días de luto oficial. También el Gobierno central y la Junta de Andalucía mostraron su condena por el feminicidio. Ana María fue la víctima número 36 de la violencia machista de ese año en España, la novena en Andalucía y la tercera en la provincia de Málaga, después de que la semana anterior Verónica Frías, de 24 años, hubiera sido asesinada por su exnovio en la capital malagueña.

El Balcón de Europa, la ventana de Nerja al mar y el lugar en el que habitualmente se celebran los actos institucionales en días como el 25-N y el 8 de marzo.

Violencias previas

Aunque Ana María nunca lo compartió con nadie, la sentencia considera demostrado que no era la primera vez que el acusado la agredía: “Desde julio de 2013 tenía frente a ella reacciones violentas y exageradas ante cualquier desencuentro de la pareja”. Meses antes le había dado un mordisco en la nariz, y antes de matarla la había golpeado “provocándole diversas contusiones que fueron descubiertas por los médicos forenses que practicaron la autopsia”. Para dar por probado el delito de malos tratos habituales, el jurado tuvo que acreditar que se habían producido al menos tres agresiones físicas y que el acusado había creado a la víctima “un clima de terror”.

Su entorno más cercano solo era consciente de que la pareja discutía mucho, y el propio agresor admitió en las exploraciones psicológicas que durante sus peleas la había agredido en ocasiones anteriores.

Un escaparate de la zona comercial de Nerja. ÁLVARO MINGUITO

El asesino

Miguel Martínez Alba tenía 40 años cuando asesinó a Ana María. Cumple una condena de 24 años en una prisión de Madrid. Desmintiendo la declaración que hizo al ser detenido, en el juicio aseguró que no recordaba nada desde que comenzó a discutir con Ana María hasta que ingresó en prisión provisional, a causa del alcohol y la cocaína que había estado consumiendo toda la noche. Solo declaró que fue ella quien comenzó la discusión y quien lo agredió en primer lugar, algo que descartan los hechos probados en la sentencia.

Su abogado, Manuel Santiago, trató de convencer al jurado de que cuando cometió el crimen tenía anulados su entendimiento y su voluntad, debido no solo al alcohol y las drogas de esa noche, sino por un trastorno mental derivado de problemas psicológicos y psiquiátricos previos.

La sentencia admite que el acusado “ha tenido una existencia muy desgraciada” por sucesivas muertes prematuras en su entorno más cercano, que le causaron depresiones e intentos de suicidio; pero niega que sea un enfermo mental, basándose en los testimonios de varios doctores que lo trataron.

Del mismo modo, los informes toxicológicos establecieron que había consumido cocaína durante meses, pero su consumo había sido bajo o medio, en absoluto invalidante. Varios testigos corroboraron que estaba sobrio y actuaba con normalidad cuando volvió a casa de Ana María, conduciendo él mismo sin dificultad.

Pasado el tiempo, y sin que actualmente mantenga ninguna relación con su excliente, el letrado sigue pensando que “un buen asesoramiento psiquiátrico” hubiese influido en la condena. Como estrategia de defensa recomendó solicitar un informe privado sobre su estado mental, pero su propuesta no fue aceptada. “Me quedé con la cosa de que no pudimos demostrar la adicción a las drogas y que cuando cometió el delito estaba ido, pero creo que era así”.

La sentencia

El jurado condenó a Miguel Martínez a 23 años de cárcel por un delito de asesinato y a un año más por otro delito de malos tratos habituales en noviembre de 2015. También fijó una indemnización de 120.000 euros para el hermano de la víctima. El acusado recurrió para solicitar que no se apreciaran la agravantes de ensañamiento y alevosía, pero el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía confirmó íntegramente la sentencia en julio de 2016.

El dictamen judicial no aborda qué detonó la agresión, pero sí describe cada una de las 131 heridas y 29 contusiones que presentaba el cadáver de Ana María, lo que permite imaginar cómo se produjeron. “Varios” golpes iniciales con una botella en la cabeza debieron dejarla como poco aturdida, y una o dos de las puñaladas provocaron que muriera desangrada.

Hasta entonces su asesino no dejó de clavarle el cuchillo en zonas no vitales del cuerpo, cuando ya estaba indefensa en la bañera, provocándole un sufrimiento innecesario y demostrando una “acusada crueldad”. Según los forenses, “el sufrimiento de la víctima se prolongó durante un periodo considerable de tiempo, al menos 20 minutos”, en los que los vecinos que trataban de que el agresor les abriera la puerta pudieron oír cómo “lloraba y sollozaba” mientras su tono de voz se iba apagando.

El jurado consideró probado el ensañamiento, ya que el acusado “quiso ocasionar, de manera consciente y deliberadamente un sentimiento innecesario e inhumano a la víctima, tanto físico como moral”. También acreditó que hubo alevosía, porque el agresor se aseguró “un resultado sin riesgo” al atacarla por sorpresa y debilitarla golpeándola en la cabeza.

El delito de malos tratos habituales se consideró probado por mayoría. Uno de los indicios más claros fue que la autopsia descubriese en el cuerpo de Ana María “algunos hematomas evolucionados, correspondientes a traumatismos producidos con anterioridad al día de su fallecimiento”. El agresor había admitido en declaraciones iniciales peleas con empujones, tirones de pelo y el mordisco en la nariz. A ello se sumaron los testimonios sobre las heridas a las que la víctima había dado otras explicaciones, concluyendo en lo que la sentencia describe como “un clima de terror”.

El Ayuntamiento de Nerja está situado en la Plaza de España, en el lado opuesto al Museo. A pocos metros del consistorio, otra mujer fue asesinada en plena calle por su pareja, seis años antes del crimen de Ana María. ÁLVARO MINGUITO

La Administración

Ana María nunca había hablado con nadie de los malos tratos que sufría, por lo que no accedió a ninguno de los recursos que las distintas administraciones ponen a disposición de las víctimas de violencia machista.

La actual directora del Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), Laura Fernández, que precisamente en aquel momento trabajaba en los servicios de asistencia a las víctimas en Córdoba, insiste en que es un error pensar que existe un perfil de mujer víctima de la violencia machista: asegura que en casos como este lo difícil es ver los indicadores: “Cuando una mujer es culta, independiente económicamente y activa, nos choca mucho que pueda ser maltratada. Pero es que puede que una mujer esté empoderada socialmente, pero en la relación de pareja no lo esté, y eso nos cuesta más verlo. También tenemos que aprender a identificar este tipo de parejas tóxicas”.

Fernández considera que al final sigue siendo una cuestión de recursos: no tener recursos económicos te limita a la hora de abandonar una relación abusiva; pero no tener recursos emocionales para darte cuenta de que la relación es perjudicial, o incluso peligrosa, también te impide salir de esa situación. La mejor forma de evitarlo, asegura la directora del IAM, es insistir en la prevención, abordando también este tipo de casos y dando pautas para que las mujeres sean capaces de reconocerse si están en estas situaciones, y dispongan de habilidades emocionales para pedir ayuda y salir de ellas.

Fernández añade que además de las propias víctimas, el sistema también tiene que estar vigilante: “Ahí es donde estamos peleando, en establecer indicadores en distintos ámbitos, como el de la salud, para que seamos los demás los que podamos reconocer cuándo una mujer está en situación de peligro” aunque no lo admita. Incluso si ni siquiera es consciente.

Es lo que idealmente tendría que haber pasado cuando Ana María fue atendida por el mordisco de la nariz, si los indicadores hubiesen sido efectivos y el sistema sanitario los hubiese aplicado. El Instituto de la Mujer mantiene mesas de trabajo con quienes pueden implicarse en la detección de la violencia de género, y trata de sistematizar estos indicios para incluirlos en sus protocolos: Delegación el Gobierno, Justicia, Igualdad o Salud analizan periódicamente los casos para corregir fallos, aunque Fernández admite que el trabajo no ha hecho más que empezar.

El año en que Ana María Márquez fue asesinada, el Ayuntamiento de Nerja personificó en ella los actos conmemorativos del 25-N. “La lectura del manifiesto y una suelta de globos se dedicaron a su memoria. Y en vez de hacerlo en el Balcón de Europa como es habitual, lo hicimos en la puerta del Museo”, explica Gema García, que sigue siendo concejal pero ya no de Igualdad (PP).

Ese mismo 25-N se rotuló con su nombre la sala de exposiciones del Museo. Y en Semana Santa, la cofradía del Cautivo, cuya Virgen de los Desamparados procesiona portada solo por mujeres y lleva en sus velas los nombres de las fallecidas por violencia de género del año anterior, dejó en el Museo la vela con el nombre de Ana María.

Desde entonces, el Museo y la Cueva de Nerja han recordado cada año a quien fue su directora tanto el 25-N como en el aniversario de su asesinato, aunque en 2020, a causa de la pandemia de la COVID-19, el recuerdo se ha restringido a la web de la Fundación.

Más allá de lo institucional, García explica que este crimen impactó en el municipio porque Ana María Márquez era muy conocida, como directora del Museo y por su carácter abierto y participativo. Por eso decidieron incluir lo que le había ocurrido entre los materiales educativos de las actividades de concienciación y prevención que se imparten a la juventud. “Siempre hemos intentado hacer hincapié en los más jóvenes, desde que unas encuestas nos revelaron que los chicos, y especialmente las chicas, eran bastante machistas y justificaban esos comportamientos. Hacíamos campañas en los institutos, pero en muchos casos se lo tomaban a broma. El caso de Ana María sirvió para que lo sintieran como algo más cercano y dejaran de quitarle importancia”.

En 2020, entre las medidas incluidas en la estrategia de respuesta ante la COVID-19, el consistorio nerjeño ha aprobado ayudas al alquiler y al pago de la hipoteca para mujeres víctimas de violencia de género, explica la actual concejal de Igualdad, Gema Laguna. Se quiere evitar que su situación económica las obligue a vivir con sus maltratadores, especialmente a raíz del confinamiento decretado en marzo, que según las primeras estimaciones de las administraciones ha acrecentado la violencia machista en los hogares.

Laguna considera que los malos tratos tienen que prevenirse desde todo los ámbitos, por eso la última campaña de sensibilización, con el lema Nerja dice no a la violencia de género, se realizó en los comercios: con fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género se repartieron en las tiendas del pueblo bolsas para entregar en ellas las compras. Cada una llevaba un díptico con los recursos que ofrecen las distintas administraciones y los teléfonos de contacto. “No todas las mujeres tienen por qué acudir al Centro de Información a la Mujer, pero todas van de compras, por eso quisimos que la información estuviera ahí, accesible para quien pueda necesitarla”.

En Torrox, el municipio a 20 kilómetros de Nerja en el que se produjo el crimen, Ana María no tenía vínculos personales. Vivía en un piso que le había alquilado una amiga en una urbanización en primera línea de playa, apartada del pueblo y habitada por extranjeros en busca del buen tiempo de la Costa del Sol. Fuera de la temporada alta, muchos bloques se quedan vacíos y las relaciones vecinales son escasas, según explica la entonces concejal de Igualdad, Nieves Ramírez (PSOE).

Lo recuerda bien porque este crimen machista “impactó muchísimo” a aquella corporación municipal, con la que Ana María estaba colaborando de forma altruista en la puesta en valor de un yacimiento arqueológico: “Se había ofrecido a ayudarnos en la puesta en marcha del centro de interpretación del Faro de Torrox, que estábamos organizando con dificultades, porque aún se arrastraba la crisis económica. Lo supo a través de una relación personal y fue ella quien tomó la iniciativa de involucrarse”.

Para agradecer esta generosa colaboración, el alcalde la había invitado, con su pareja, a asistir a una representación en el teatro municipal unos días antes del crimen. “Estuvieron allí con todo el equipo de Gobierno, como una pareja normal, sin que nadie notara nada extraño, y pocos días después fue el asesinato”, rememora Ramírez. Tras su muerte, el Ayuntamiento convocó un minuto de silencio y decretó tres días de luto, y el Gobierno municipal asistió a los actos organizados por el Museo de Nerja en su memoria. La actual corporación municipal de Torrox (PP) no ha respondido a las preguntas realizadas para este reportaje.

Seis años después

En el Museo de Nerja, sobre una pared negra, puede verse una sobria placa blanca con letras rojas y negras que da entrada a la sala de exposiciones Ana María Márquez. No incluye ninguna información, salvo el nombre. El actual director del Museo, Juan Bautista Salado, explica que hubo que moverla de sitio después de colocarla, porque se puso en la zona de exposiciones, en una de las paredes en las que se colocan las obras de arte. Ahora está en la entrada y se ve en cuanto se llega a la planta baja. El recinto, de 300 metros cuadrados, ha albergado distintas exposiciones temporales estos años y para 2020 tenía prevista “una programación espectacular”, pero la pandemia ha frustrado los planes. Salado explica que ya era política del museo conmemorar fechas como el 25-N con un minuto de silencio antes de este crimen, pero que desde entonces se ha recordado especialmente a Ana María en estos actos.

Su amiga Rosa asegura que los años no la han ayudado a mitigar el dolor: “La rabia y la impotencia siguen siendo las mismas que hace seis años, recordar esto saca lo peor de mí. Y tengo claro que, pasado este tiempo, Ana María nos sigue importando a muy pocos”. Tampoco se siente muy cómodo Luis-Efrén Fernández con los homenajes públicos: “No van mucho conmigo, yo creo que hay que tener la memoria fresca y guardar el cariño de verdad, pero no sé cuánto de sinceridad” hay en esa forma de recordarla, reflexiona.

Ana María fue enterrada en Málaga, y trasladada al cementerio de Córdoba unos años después. La familia nunca se ha pronunciado públicamente sobre el crimen, ni ha asistido a los actos de homenaje convocados por las instituciones.

La zona comercial de Nerja, donde el área de Igualdad ha realizado este año una campaña de prevención de la violencia de género en alianza con las tiendas. ÁLVARO MINGUITO

El tratamiento mediático

El asesinato de Ana María Márquez tuvo un impacto directo en tres municipios: en Torrox, donde se cometió el crimen, en Nerja, donde era muy conocida por el puesto que ocupaba, y en Córdoba, de donde eran tanto ella como su agresor. El seguimiento de los medios de comunicación fue amplio tras el asesinato y durante el juicio, en el que se destacó la brutalidad de la agresión que acabó con su vida. Varios medios, aunque no todos, destacaron que se trataba de un crimen machista y que el agresor tenía antecedentes por maltratar a su anterior pareja. La sentencia también fue ampliamente recogida.

En cambio, al contrario de lo que suele ocurrir en estos crímenes, el alto perfil profesional de la víctima hizo que su trayectoria laboral también se reflejase en la mayoría de las informaciones, completando el perfil personal que sí suele hacerse sobre las víctimas.