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Piedad

Asesinada el 4 de abril de 2014

Texto: Sandra Vicente

Fotografías: Kike Rincón

El salón está plagado de fotografías, casi todas de mujeres, mirando a cámara y en distintos contextos. La televisión está encendida y llena el silencio de la pequeña estancia donde, en una esquina, sobre una mesa cubierta con un mantelito de hule, Piedad estudia disciplinadamente la Biblia. Abierta de par en par, usa una regla para seguir las diminutas letras de las escrituras. “Esto es lo que me da a mí la vida, yo ya no tengo nada más”, afirma esta mujer, ataviada con un abrigo de plumas en el salón de su casa. Perdió a su hija, con quien compartía nombre, el 4 de abril de 2014. Piedad desapareció sin dejar rastro y, todavía hoy, no se sabe nada de ella

“Lo único que quiero es saber algo, antes de cerrar los ojos para siempre. No sé donde está, si está viva o muerta, pero son siete años ya. Si te vas, dejas algún rastro, pero nada. Y ya nadie la busca”, se lamenta. En aquella primavera de 2014, Piedad se preparaba para asistir a una congregación en Barcelona de los Testigos de Jehová y su hija se ofreció a ir a su casa a peinarla y que fuera guapa. Pero nunca se presentó. A pesar de no haber sido localizado el cuerpo, la familia, la policía y los juzgados asumen que Piedad, de 44 años, está muerta. Y que fue su exmarido quien la mató. 

El de Piedad fue el segundo caso en España de condena por homicidio en ausencia de cadáver. La Audiencia Provincial de Barcelona –posteriormente avalada por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya y el Tribunal Supremo– condenó a 15 años de prisión a Mohamed T. por homicidio contra su exmujer. Faltaba la prueba más importante, aunque el resto de evidencias no dejaron lugar a la duda. Los registros de los teléfonos de ambos constataron que Piedad fue a casa de Mohamed, entonces con 54 años, el día en que desapareció y así lo confirman las cámaras de una sede del BBVA, hoy ya desierta, que captaron las últimas imágenes de la mujer con vida, montando en su coche y dirigiéndose a la casa de quien fue su marido y quien la mató. 

Las cámaras de seguridad de esta antigua sede del BBVA proporcionaron las últimas imágenes de Piedad con vida.

La voz de alarma la dio Gloria, la menor de los diez hermanos de la familia, quien, como Piedad, era auxiliar de enfermería y compartía turno con ella, aunque en diferentes residencias. La llamó una compañera, avisando de que su hermana no había ido a trabajar. “En ese momento supe que algo no iba bien, que le había pasado algo, y que había sido su marido”, cuenta Gloria. Con mirada firme y voz serena, relata los detalles de aquellos días que les cambiaron la vida. “Yo lo perdí todo. Lo único importante para mí era encontrar a mi hermana y el resto estaba de más. Y no la he encontrado”, dice Gloria. 

Fue ella quien se cargó a la espalda la situación y tomó la iniciativa. Enseguida llamó a sus dos sobrinas, las hijas todavía menores de edad de Mohamed y Piedad, para que, bajo ningún concepto, aceptaran irse con su padre si venía a buscarlas. Las recogió del apartamento que Piedad alquiló tras la separación y se las llevó a casa. Así, a la familia de cuatro miembros que tenía Gloria se sumaron sus dos sobrinas y otra más que tenía en acogida. “Tuve que pedir la baja en el trabajo para poder dedicarme a esto. Solo pensaba en buscar a mi hermana, mientras mi casa estaba llena de niñas”, recuerda Gloria, que se dedicó en cuerpo y alma a la causa. “Me acabé divorciando y casi pierdo el trabajo. No sé cómo sigo ni medio centrada”, reconoce, hoy ya con media sonrisa resignada en los labios. 

Atrapada y alejada de su gente

Piedad dejó atrás cuatro hijos. Dos de un anterior matrimonio, que viven en Granada, y dos hijas más de su unión con Mohamed. Se conocieron en un parque que ella frecuentaba cuando iba a ver a su hermana Gloria. “No me gustó nada, ya desde la primera vez que le vi”, reconoce la menor de las hermanas.

Mohamed, conocido por la familia como el Javi, “empezó a apartar a Piedad de su familia, no nos dejaba verla, ni ir a su casa. Ni tan siquiera pasábamos las fiestas ni los cumpleaños juntos”, se lamenta su madre. La situación de aislamiento en que, aseguran, vivía Piedad fue empeorando a medida que avanzaba el matrimonio, que duró 20 años. “Durante los últimos dos años, apenas pude ver a mi hija, ni hablar con mis nietas. Piedad llegó a echarme de su casa un día que fui a verla para pedirle explicaciones, porque su marido estaba por llegar de trabajar y sabía que, si me veía ahí, tendrían bronca fuerte”, añade. 

No fue hasta el final, que Piedad empezó a volver a recurrir a su familia. A “su gente”. “Creemos que fue cuando empezaron los maltratos, pero nunca nos lo contó, solo lo suponíamos”, explica Gloria. Recuerda que su hermana empezó a pasar noches en casa de su madre e iba a verlas todos los días: “Pero le preguntabas si pasaba algo y te decía que todo bien”. Piedad jamás reconoció haber sufrido abusos por parte de Mohamed; pero hacia el final, la familia empezó a notar comportamientos extraños en ambos. El último fin de año de la vida de Piedad, ella se plantó y decidió que irían a pasar las fiestas todos juntos a casa de su madre. 

“Él se puso muy paranoico: le pidió a mi expareja que le cambiara el plato de la cena porque estaba convencido de que su suegra le estaba intentando envenenar”, cuenta Gloria. La escena acabó en bronca, con él yéndose de la cena y Piedad quedándose a dormir, con sus hijas, en casa de su madre. “Ella ya no estaba bien y se decidió a dejarle”, afirma la madre.

La ruptura del matrimonio coincidió con el regreso de un amigo de la infancia a la vida de Piedad. El francés era un antiguo novio de verano, que bajaba con su familia a pasar los veranos a las playas de Mataró. “Se pusieron en contacto por Facebook y a ella le entró la tontería. Se quedó delgadita y se cuidaba más. Vio en él el cariño que el otro no le daba”, cuenta su hermana, mientras muestra una fotografía de una Piedad feliz, estirada en una cama boca abajo, casi como una colegiala. “Esta foto es de esa época, muy poco antes de morir”, señala. 

Piedad y el francés empezaron una relación a distancia; se veían los fines de semana, alternando Burdeos y Mataró. Ahí fue cuando el matrimonio con Mohamed se rompió, pero no fue sencillo. “Él empezó a acosarla: la llamaba constantemente, se plantaba en su casa sin avisar, iba a su trabajo… de eso último hay, incluso, imágenes de las cámaras de seguridad”, recuerda Gloria, quien ya empezaba a sentirse inquieta por la situación. 

“Te perdono si me dices dónde está mi hija”

Piedad y Gloria, madre y hermana de Piedad.

Toda la familia intuía que Mohamed pegaba y abusaba de Piedad, pero hasta el juicio por homicidio, que se celebró el 25 de abril de 2017, no tuvieron las cosas claras. Durante esos 20 días, el equipo de investigación de los Mossos d’Esquadra fue informando a la familia de algunas cosas. “Pero el día del juicio –insiste Gloria– vimos fotos, vídeos y nos cayeron las verdades como jarras de agua fría”. 

Sobre todo, lo que inclinó la balanza a favor de la condena por homicidio de Mohamed fue la declaración de la hija menor del matrimonio, que entonces apenas contaba con 12 años de edad. “Nunca dijeron nada, pero en el juicio declaró que pegaba a su hermana mayor, que le daba de hostias y la llamaba puta si la veía con falda corta”. 

La sentencia del juicio, celebrado en la Audiencia Provincial de Barcelona, también recoge la narración de la pequeña sobre los abusos y acosos que su padre dedicaba a su madre, una vez ya separados. Afirmó haber oído a Mohamed mascullar, tras una pelea con Piedad: “Por separaciones como estas, los hombres matan a sus mujeres”. La declaración de la menor de las hermanas, según la abogada de la familia, Anna Gudayol, fue determinante para un juicio difícil. Pero, a pesar de la contundencia de las palabras de las niñas, “ellas todavía le tenían demasiado cariño a su padre”.

Mohamed estuvo un mes en libertad tras los hechos, después del cual, entró en prisión preventiva dos años (salió seis meses antes de que se celebrara el juicio). Durante este periodo, Mohamed intentó que sus hijas regresaran a casa con él, pero Gloria se negaba en redondo. “Lo mismo que le has hecho a mi hermana, me lo tendrás que hacer a mí para que te dé a las niñas”, dice Gloria que le advertía. Las pequeñas jamás llegaron a irse a vivir con su padre, pero sí pasaban ratos con él. “Se negaban a aceptar que Mohamed era violento y que le había quitado la vida a su madre”, recuerda Gloria.

Piedad recuerda el día en que –asegura– sus nietas se dieron cuenta de que su padre era peligroso: “Fue durante una especie de celebración. Mohamed y la mayor discutieron y él la amenazó con un cuchillo. Le dijo ‘vete o te mataré’. Ese fue el momento en que entendieron que, muy probablemente, su padre había matado a su madre”. Esta sospecha se confirmó el día en que la jueza María Mercedes Otero dictó sentencia por 15 años de prisión para Mohamed por homicidio. Él nunca lo ha confesado. De hecho, jamás, ni durante la investigación, el juicio o la búsqueda de Piedad, colaboró con nadie. “Él solo se reía… Cuando le preguntábamos dónde estaba, se reía y decía que estaba bien, que se había ido a Francia con el otro”, cuenta Gloria. 

“Yo le decía en el juicio: ‘te perdono, que te echen a la calle ahora mismo si me dices dónde está mi hija’. Y él solo se reía. Yo le decía: ‘quítatelo de encima, es un peso que llevas, como lo llevo yo’. ¡Yo traigo una mochila enorme en mis hombros y no la he matado!”, recuerda Piedad, alterada, trasteando con las yemas de los dedos las finas hojas de su Biblia.

Piedad no había dejado ningún rastro: su coche apareció al día siguiente frente a la comisaría de los Mossos, con la compra que su madre le había dado el día anterior aún en el maletero. Su móvil dejó de emitir señal a las 11 de la mañana y no hizo movimientos bancarios. La única huella que dejó fue su libro de família, que, tal y como les inculcó su madre a todos los hermanos, siempre llevaba encima. Fue encontrado en casa de Mohamed, a pesar de que él afirmó que jamás llegó a ir a verle ese 4 de abril de 2014. 

Vista de la finca en Dosrius que Piedad y Mohamed compartían. La pronunciada pendiente es el resultado de haber abierto el pozo, donde la familia creía que Piedad estaba enterrada.

Ese día, según la sentencia, Mohamed no fue a trabajar y le comunicó a su jefa que tenía que ir a Hacienda, pero las cámaras de seguridad le grabaron entrando y saliendo con pocos minutos de diferencia. Indicó a sus hijas que no fueran a su casa, donde habían quedado con su madre, y que fueran directamente a casa de su abuela después de clase. “Eso es rarísimo: después de dos años de prohibirnos verlas, ¿ahora las envía a casa?”, se pregunta Piedad. Pero la gota que colmó el vaso y puso en la diana a Mohamed fue que, según los registros de su móvil, pasó una media de 11 horas al día en una finca que compartía con Piedad en la vecina localidad de Dosrius, aislada en medio del bosque. Mohamed, jardinero de profesión, recibió llamadas repetidamente a altas horas de la madrugada mientras estaba en la finca.

“Sé que mi hermana está ahí, en medio del bosque”

El terrenito que compartían Piedad y Mohamed es una finca rodeada de bosques profundos de la cordillera Litoral. Centenares de pinos y encinas enredan sus raíces en la tierra, flanqueando un estrecho camino por el que pasan pocos coches y en el que las farolas ya no dan luz. Diversos miembros de la familia poseen pequeñas parcelas en esta zona, donde se construyeron casas y jardines en los que celebraban las paellas de los domingos. La matriarca de la familia vivió en su terreno unos cuantos años, antes de mudarse a Mataró. Pero después de la desaparición de Piedad, ya nadie va por la zona. 

Así lo demuestra el aspecto dejado de la propiedad, tomado por la maleza, que no deja apenas ver la casita construida sobre una elevación. “No vayáis solos, os perderéis”, advierte Gloria. Así que madre y hermana nos acompañan a un terreno que hacía tiempo que no pisaban, rodeado por unos bosques que conocen demasiado bien. Cuando desapareció Piedad, su hermana puso la denuncia y dejó pasar el fin de semana antes de decidirse a ir a la finca de Dosrius. “Encontré cosas que no cuadraban: las herramientas tiradas, los perros maltratados y sin comer, a pesar de que, en el juicio, él dijo que si había subido ese fin de semana era para alimentarlos”, recuerda Gloria. 

Y en medio de esa escena, el pozo. Una hendidura de varios metros de profundidad que Mohamed construyó en su finca pocos meses antes de los hechos. La familia no paraba de preguntarse si Piedad estaría ahí y movieron cielo y tierra para abrirlo, pero como estaba dentro de una propiedad de Mohamed, mientras él no diera el consentimiento, no se podía abrir.

Piedad y Gloria recorren los bosques de Dosrius, donde tienen la certeza que descansan los restos de Piedad.

El juzgado denegó la petición, así como el Ayuntamiento de Mataró. Finalmente, Gloria pidió ayuda a un amigo, que movió por Facebook una serie de publicaciones en las que explicaba el caso y pedía donaciones para hacer la excavación. “Entre un euro de uno y un euro de otro, llegamos a tener lo suficiente como para alquilar las máquinas y un operario”, explica Gloria. Desde el consistorio le advirtieron que manipular el pozo sin autorización le comportaría una multa, pero le dio igual. 

Abrieron el pozo, y Piedad no estaba ahí. “No dejo de pensar que si, en lugar de haber dejado pasar el fin de semana, hubiera ido a Dosrius el sábado, la habría encontrado”, se lamenta Gloria. En el pozo no estaba y en la finca tampoco. Ante la incertidumbre total sobre dónde podía estar su hermana, y en medio de un bosque enorme que el tribunal define en la sentencia como “idóneo para deshacerse de un cuerpo”, Gloria decide ponerse en contacto con alguien que ya había pasado por lo mismo. A través de redes sociales, consiguió contactar con el padre de Marta del Castillo, la joven que desapareció en Sevilla en 2009

Él fue quien les aconsejó pedir una serie de pruebas durante la investigación, entre las cuales está el uso del georadar, un aparato capaz de detectar si hay elementos enterrados en el suelo. Se usó para la finca pero el bosque ya era otro cantar: las densas raíces de los árboles y la orografía del terreno hicieron que no fuera posible usarlo. Así que la familia se organizó para hacer una búsqueda a la antigua usanza. El boca oreja sirvió para convocar un gran número de batidas en el bosque. “Vinieron voluntarios con perros, agentes del equipo de investigación de los Mossos… venía muchísima gente. La mayoría para ayudar, pero algunos también venían por el morbo”, se lamenta Gloria. 

Esta joven de pelo oscuro y ojos pequeños pero vivos no ha dejado de buscar a su hermana nunca. “Todavía, de vez en cuando, cojo a mis perros y me vuelvo al bosque, y nos dan las dos o las tres de la mañana”, dice. La ausencia de su hermana es una espina clavada que se enquista cada vez más, en el momento menos pensado. “Cuando voy por la playa pienso si no la tiraría al mar. Cuando camino por la calle y veo una alcantarilla me pregunto si estará en las cloacas…”, murmura Gloria, que incluso llegó a organizar un viaje con sus compañeras de trabajo a Burdeos, para ver si Piedad pudiera haberse ido con su amigo francés. “Era una tontería porque, aunque estuviera allí, que no está, ¿qué posibilidades tenía de encontrármela? Pero tenía que hacerlo”, dice. 

“Gloria es la única que se ha meneado por Piedad”, afirma su madre. “Yo le chillaba, le hablaba mal y le pedía que siguiera buscando”, reconoce. Ambas recurrieron a una psicóloga. Pero la ausencia y la incertidumbre no se resuelven fácil. “Ni psicóloga ni psicólogo, yo lo que necesito es que alguien me venga y me diga dónde está. Sus huesecitos, que no estén por ahí tirados. Porque está tirada. Que estén donde tienen que estar, con su familia, que para eso su madre todavía sigue con vida, para enterrarla”, afirma Piedad, acompasando sus palabras con golpes en la mesa. 

Mientras Piedad desgrana sus deseos de encontrar a su hija, Gloria la mira, cabizbaja e indecisa. “Yo si la encontráramos, no sé… Me quedaría tranquila, sí, pero buscarla es lo que me mantiene todavía en pie, luchando. Y cuando la encuentre ¿qué? A mí eso me da miedo. Me asusta pensar esto, es muy chungo”, confiesa Gloria, que apoya la cabeza en el hombro de su madre, ambas con la mirada perdida, mientras caminan en la oscuridad de los caminos de tierra de Dosrius. Flanqueada por el ejército guardián de robles y encinas, Gloria masculla, casi para sí: “Yo lo sé. Mi hermana está ahí”. 

Violencias previas

Piedad no presentó jamás denuncia alguna de maltrato contra su marido, Mohamed T. Tampoco habló jamás de ello con su familia, a pesar de que los miembros de la misma sabían que algo no iba bien. En el primer juicio celebrado, ante la Audiencia Provincial de Barcelona, diversas personas testificaron haber visto signos de alerta.

Uno de ellos fue el cuñado de Piedad y entonces marido de su hermana Gloria, quien afirmó ante el tribunal haber visto “muestras de violencia en su cuerpo”. Esto fue corroborado por una de las hijas de Piedad, quien testificó que su padre agredía física, verbal y sexualmente a su madre, así como que había pegado e insultado en diversas ocasiones a su hermana mayor. 

El tribunal consideró a Mohamed como un hombre “violento, posesivo y celoso”, que no llevó bien la ruptura del matrimonio. Tras la separación, empezaron los acosos telefónicos y por mensaje a Piedad, así como a algunos miembros de la familia. Gloria afirma que, tras la desaparición de su hermana, Mohamed se plantaba en el portal de su casa, insistiendo en ver a sus hijas. Las niñas jamás llegaron a irse con su padre, durante el periodo de dos meses que se tardó en dictar sentencia, por miedo a sufrir violencias.

El coche de Gloria recorre el angosto camino de tierra, flanqueado por el bosque, para llegar a la finca de Dosrius, zona en la que la familia cree que Piedad puede estar enterrada.

El condenado por homicidio

“Ya con la mirada da miedo. No es un hombre que te hable y empatice… es un monstruo”. Así define la matriarca de la familia a quien mató a su hija. Desde el momento en que desapareció Piedad, Mohamed, nacido en Nador (Marruecos), se mostró tranquilo y negó en diversas ocasiones tener nada que ver con los hechos. En ningún momento participó de la búsqueda ni apoyó al equipo de investigación de los Mossos d’Esquadra e, incluso, llegó a entorpecer la investigación, tal como asegura Gloria.

Se negó a permitir que se abriera el pozo en su propiedad, hecho por el cual la familia de Piedad decidió denunciarle, además de por homicidio, por un delito contra la integridad moral. La negativa a colaborar de Mohamed siguió aun estando él ya en prisión. Asesorada por el padre de Marta del Castillo, la familia pidió que se le realizara el test llamado P-300, una prueba neurológica, más precisa que el polígrafo, que consiste en mostrar imágenes al acusado para analizar sus reacciones. La idea era enseñar diversas fotografías de la finca a Mohamed para poder identificar dónde estaba el cuerpo. 

Aunque Mohamed accedió a realizar la prueba, cuando se efectuó el traslado a Zaragoza (única ciudad de España donde se hace la P300), se negó en redondo. “Ya tenía hasta los electrodos puestos en la cabeza cuando dijo que no accedía”, recuerda Anna Gudayol, abogada de la familia. Hoy, Gloria y Piedad se plantean volver a pedir la prueba para intentar encontrar alguna migaja de arrepentimiento tras siete años de cárcel. Pero están seguras de que no hablará: “La cárcel cambia a la gente, sí, pero hace años que tiene la boca cerrada. Si no ha dicho nada aún, si no se le ha escapado nada todavía, eso no va a cambiar ahora”, asegura Gloria.

Las sentencias

El caso por homicidio se llevó ante la Audiencia de Barcelona el 25 de abril de 2014. A este, se sumó una demanda por delito contra la integridad moral a la familia por haber escondido el cuerpo. Delito que finalmente fue desestimado. Tanto la familia como la abogada encargada del caso sabían que se hallaban ante una situación difícil, debido a que no se había encontrado la prueba incriminatoria más importante: el cadáver. “Ya había habido un caso de condena en ausencia de cuerpo, pero es que con Piedad no encontramos ningún vestigio, ni sangre, ni partículas, ni nada”, recuerda Gudayol. Nada que pudiera dar alguna pista de dónde estaba o qué le pudo pasar a Piedad.

La condena de 15 años y 8 meses de prisión por homicidio contra Mohamed se fundamentó en los indicios. “Él no dio ninguna versión con fundamento y, por contra, la localización de sus teléfonos, sus idas y venidas a altas horas de la madrugada al terreno, que faltara aquel día al trabajo o su conducta no dejaron lugar a dudas”, dice la abogada. Mohamed mintió en el juicio de manera continuada, afirmando, por ejemplo, que frecuentaba habitualmente el terreno de Dosrius y que, por tanto, su presencia allí ese fin de semana no debía levantar sospecha. Pero el registro de su móvil dejó patente que hacía mucho que no iba por allí. 

Según Gudayol, la ausencia de cadáver impide una condena por asesinato, pero dejó la vía libre al homicidio. Mohamed T. recurrió la sentencia de la Audiencia Provincial al Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, que confirmó la condena el 15 de febrero de 2018. Poco después, se volvió a elevar recurso, esta vez al Tribunal Supremo, que también apoyó la sentencia. Actualmente, según confirma Anna Gudayol, el caso se encuentra en manos del Tribunal Constitucional.

Piedad, igual que todos sus hermanos, llevaba siempre encima su libro de familia. El suyo fue encontrado en casa de quien la mató.

La Administración

La familia de Piedad acudió al Ayuntamiento en diversas ocasiones para obtener ayuda y asesoramiento ante su desaparición. En aquel momento, faltaban apenas dos meses para celebrar elecciones municipales en Catalunya, así que visitaron al exalcalde Joan Mora (Convergència i Unió) durante sus últimos días de mandato y volvieron a hacer lo mismo con David Bote (PSC), quien lo sustituyó. “De ninguno de los dos conseguimos nada, no nos ayudó nadie”, recuerda Gloria. Fueron al Ayuntamiento a solicitar que les prestaran las máquinas para poder abrir el pozo de la finca de Dosrius.

“Dios es muy justo y no se queda con nada de nadie, pero el Ayuntamiento fue cruel con nosotras”, relata Piedad, que lamenta que no se comprometieran más con la búsqueda de su hija. El municipio entero se volcó con el caso de la vecina desaparecida y se organizaron búsquedas y concentraciones ante los juzgados y el consistorio. A pesar de ello, no se decretó luto oficial, aunque en 2017, coincidiendo con el juicio, se realizó un minuto de silencio en el pleno del Ayuntamiento.

Según fuentes del consistorio, el caso de Piedad no derivó en ninguna actuación concreta en la lucha contra la violencia machista, aunque sí se puso a disposición de la familia el acceso al CIRD (Centro de Información y Recursos para las Mujeres, según sus siglas en catalán).

Actualmente, el Ayuntamiento de Mataró se encuentra en el ecuador de su Plan de Igualdad de Género (2018-2022), que reeditó el anterior protocolo (2013-2016). Este plan es el “marco de referencia básico en materia de igualdad de género y la erradicación de cualquier forma de violencia relacionada”. En el municipio sigue vigente el Protocolo para el Abordaje Integral de la Violencia Machista de 2017, que incluye una atención a las víctimas a través de servicios como el SIAD (Servicio Integral de Atención a Mujeres) o el SAI (Servició de Atención Integral).

Siete años después

Casi siete años después, el caso de Piedad sigue exactamente igual que el día en que se dictó sentencia. No se ha encontrado el cadáver, Mohamed continúa en la cárcel y se ha dejado de buscar e investigar. Todo sigue igual excepto el ánimo de sus familiares. Gloria y Piedad cuentan el peso de la losa de no saber dónde está su hermana e hija. Peso al que se suma el miedo creciente a lo que pasará cuando él salga de la cárcel.

“Todas tenemos mucho miedo”, asegura Gloria. Mohamed entró en prisión ya con una orden de alejamiento de Mataró, de Gloria y Piedad, así como de sus dos hijas. Pero eso no tranquiliza a estas mujeres. “Así como quitó de en medio a mi hija, me quitará a mí. Y a su hija la mayor también. Todas tenemos miedo porque nos la tiene guardada”, se lamenta Piedad, con miedo en los ojos. “Le daría la perpetua, porque ya me dirás qué haremos cuando salga”. 

Gloria se muestra asustada, sobre todo, por sus sobrinas y sus propias hijas, a quienes no cubre la orden de alejamiento. “¿Y si se las lleva? ¿Y si las mata también para hacernos daño? ¿Y si tampoco las encontramos jamás?”, se pregunta. Las dudas corroen a esta familia que se inquieta ahora que Mohamed ya ha cumplido la mitad de la condena. Durante el mes previo al encarcelamiento, la familia gozó de la protección de la policía, pero saben que esto no volverá a pasar en el futuro.

La familia vive con la incertidumbre de no saber dónde está el cuerpo.

El tratamiento mediático

La desaparición de Piedad fue ampliamente cubierta por los medios de comunicación, tanto locales, como catalanes y nacionales. Los tratamientos fueron diversos, desde la cobertura básica del caso a nivel judicial, hasta la historia humana.

Diversos medios de comunicación han ido a visitar a Gloria y Piedad por lo insólito del caso y han narrado su historia. Ambas agradecen la atención mediática, aunque reconocen que es duro y pesado recordar la historia una y otra vez. Con el paso de los años, cada vez acuden a ellas menos periodistas, pero siguen siendo las únicas personas con las que hablan del caso. Evitan tratar el tema con nadie más. 

El tratamiento periodístico se centró, sobre todo, en el aspecto jurídico, debido a que era la segunda vez en España que se condenaba por homicidio en ausencia de cadáver. Por lo general, la narración fue respetuosa con los hechos y se mantuvo en el anonimato la identidad de las hijas de Piedad, en aquel momento menores de edad.