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Zunilda

Asesinada en Barcelona
el 22 de noviembre de 2014

Texto: Meritxell Rigol

Fotografías: Kike Rincón

La vida con un niño por criar le llegó de sopetón a Cinthya. Fue la noche que, a la vez, empezaba la vida sin su hermana. “Le preguntaron con quién quería irse y él me eligió a mí”, recuerda. Con 10 años, su sobrino tuvo que tomar una decisión de ese calado porque su padre había asesinado a su madre, Zunilda. Fue la madrugada del 22 de noviembre de 2014, en Barcelona. Ella tenía 32 años; él, Roberto, 31.

Ambos convivían en un piso compartido con otra familia, en el barrio de la Sagrada Familia. Antes de en Barcelona, donde nació su hijo, Zunilda había vivido en Málaga, donde llegó por primera vez desde su Paraguay natal. “La aventura de venir fue una decisión de Zuni, que veía aquí la posibilidad de algo mejor. Vino sola y luego nos trajo a mí y a mi madre”, cuenta Cinthya ocho años después del feminicidio. Sus otras hermanas y su hermano también terminaron migrando a Barcelona. Como Roberto, que en un principio vino casi por casualidad. “Los padres del chico le dijeron que fuera a ver a Zuni para que se animara tras la muerte en accidente de un primo. Pero ella, que había iniciado con él una relación de apenas unos meses, se quedó embarazada y esto hizo que él se quedara”, prosigue Cinthya.

En Paraguay, Zuni había comenzado a estudiar Derecho, pero en España consiguió empleo como trabajadora del hogar. Más tarde, lo compatibilizó con otro de camarera de pisos en un hotel. Mantenía a su familia. “Él no trabajaba porque no estaba preparado para lo que supone migrar. Venía de una familia que en Paraguay estaba económicamente bien. Pero tampoco volvió nunca”, afirma Cinthya, quien cuenta también que ella misma, al empezar a regentar una cafetería, le ofreció un empleo. “Zuni trabajaba muchísimo pero él más de media jornada no quería. Era un tío conformista. Y mi hermana estaba harta de un compañero así”, detalla. 

Cuando la asesinó, Roberto trabajaba ya en otra cafetería con la que Cinthya lo había puesto en contacto, y hacía unos meses que Zuni había podido empezar a trabajar en el negocio de su hermana. “Aunque su hora de salir era a las tres, se podía estar conmigo hasta las seis. Se veía que ya no estaba cómoda en su casa”, recuerda.

Aún convivían, pero Zuni ya le había dicho a Roberto que se quería separar. Lo habían hablado y, según contaba vía WhatsApp a una amiga, habían quedado “como amigos”. Vivirían juntos mientras veían cómo arreglaban todo lo que implicaba la separación. “Ella hacía su vida, iba para aquí y para allí, había conocido a alguien, y él veía que no la podía tirar hacía él”, cuenta Cinthya. La previsión de Zuni era mudarse en enero.

Carteles de actividades de concienciación contra la violencia machista del Ayuntamiento de Barcelona.

La separación, o los intentos de separación, son momentos que disparan el riesgo en las situaciones de violencia machista, algo que se explica, como sintetiza la psicóloga Montse Plaza, porque la decisión de “irse” impide que el agresor continúe ejerciendo el poder y el control. “La respuesta será aumentar la violencia, ejerciéndola de una forma más directa o bien en forma de manipulación afectiva, para impedir que se vaya y poder recuperar el poder y control sobre ella”, sostiene Plaza. 

Cuenta Cinthya que, pese a haber llegado a verbalizar que se quería separar, había algo que frenaba a su hermana: el miedo a perder a su hijo: “Él pasaba más tiempo con el niño porque era ella la que estaba trabajando, y sufría por ello”. 

Montse Plaza, especializada en violencia machista, argumenta que el miedo a perder la custodia de sus criaturas es “el miedo en mayúsculas” de las mujeres en situaciones de violencia que tienen hijos en común con el agresor. “Es una amenaza que los agresores utilizan. El mensaje de ser una mala madre ha formado a menudo parte de la situación de violencia”, analiza la psicóloga. Algo a lo que, advierte Plaza, se le añade un contexto social en el que las madres son “las grandes cuestionadas” y en el que encontramos sentencias judiciales que, pese a identificar que existe una relación de violencia machista, reconocen custodias compartidas. “Perder a sus hijos no es un miedo etéreo”, denuncia la psicóloga.

La noche que fue asesinada, Zuni había quedado con una de sus hermanas y con una amiga para ir a un bar que frecuentaban. Roberto se sumó al plan sin ser invitado. La hermana que estaba con Zuni, Lisa, narró a la abogada de la acusación particular que esa noche vio un gesto de Roberto que evidenciaba rabia hacia Zuni. Cuenta que le metió un dedo en la boca y le presionó dolorosamente la mejilla. Zuni le dijo a Roberto que la dejara tranquila, que habían quedado para salir, pero permaneció con ellas. Llegaron a casa pasadas las cuatro y, en menos de 20 minutos, un equipo de emergencias médicas estaría llegando al domicilio. Fue Zuni la que llamó.

Los siguientes en entrar al domicilio fueron los Mossos d’Esquadra. La compañera de piso de la pareja les abrió la puerta. Ella se había quedado con el niño de Zuni y Roberto mientras estaban fuera y, esa noche, mirando algo en la tablet, se había quedado dormido en la cama de sus padres. El menor declaró haber intentado apartar a su padre de su madre. Fue un asesinato con ensañamiento, afirma Nuria Gratacós, abogada de la acusación particular, tanto por las múltiples puñaladas como por el dolor psicológico de estar muriendo delante de su hijo. 

El barrio de la Sagrada Familia.

A nadie le entraba en la cabeza que Roberto hubiera podido asesinar a Zuni. “No me lo hubiera imaginado jamás”, dice Cinthya, que todavía hoy se refiere al asesinato como un “acto de locura”. “Eso lo hizo del desespero de que ella hubiese encontrado a otra persona. En ese entonces mi hermana ya le había dejado clarísimo que se había enamorado de alguien”, relata.   

Bàrbara Roig, coordinadora de transversalidad de género en el Ayuntamiento de Barcelona, remarca que un feminicidio “no es algo repentino”, sino el extremo de una relación de violencia de la cual, a menudo, es habitual que el entorno de la víctima, incluso la víctima misma, no hayan valorado el riesgo. “Socialmente hay muchas señales de violencia que están normalizadas, y es difícil identificar que pueden acabar teniendo consecuencias mortales”, plantea.

Roig también destaca que, si bien en un feminicidio puede entrar en juego la impulsividad en un momento de crisis, no es un acto resultado de sufrir un trastorno mental. En la mayoría de crímenes machistas analizados por el Ayuntamiento de Barcelona, son comunes los intentos de separación por parte de las mujeres. “El feminicidio es un ejercicio extremo de dominación y control”, define Roig.

Como recoge el informe del Consejo General de Poder Judicial sobre víctimas mortales de la violencia machista de ese año, algunos de los hechos denunciados “pueden hacer pensar que no revisten mayor gravedad o peligro para la integridad física de la mujer, pero todas ellas fueron víctimas de muerte violenta”. El informe reconoce que los hechos puntuales referidos por las víctimas en el momento de interponer la denuncia, “si no son entendidos como muestra de un contexto de minusvaloración y despersonalización, pueden llevar a su minimización”.

Zuni fue una de las 55 mujeres asesinadas en 2014 por sus parejas o exparejas. 43 menores se quedaron sin sus madres ese año. Al recordar los días posteriores al crimen, los días en los que, además de su propio golpe y duelo, empezaba a tener una criatura traumatizada a cargo, Cinthya destaca que sintió mucho apoyo por parte de la escuela del niño. “Su rendimiento bajó mucho ese año, pero no lo suspendieron, entendían lo que había pasado y, al empezar el instituto, los estudios volvieron a irle bien”.

Explica también que las asistentes sociales del barrio donde ella reside fueron “un puntal”. “Me llamaron al empadronarme aquí, sin tener que ir yo, y explicaron al instituto la situación, sin tener que hacerlo yo otra vez, para que tuvieran delicadeza al hablarme a mí y al niño, supongo”, prosigue agradecida de, por lo menos, sacarse un poquito de peso cuando se sentía poco menos que aplastada.

Diez días pasaron desde la muerte de Zuni sin que el niño recibiera atención psicológica. “En la Ciudad de la Justicia vieron el panorama de todos, muertos en vida, y nos preguntaron si teníamos asistencia psicológica. Les dijimos que no y, a partir de allí, nos la facilitaron”, describe Cinthya. También lo recuerda así su abogada, Nuria Gratacós, que explica que no le entraba en la cabeza que esa criatura no hubiera sido atendida y que fue un error de coordinación entre servicios.

La Dirección General de Asistencia a la infancia y la adolescencia de la Generalitat de Catalunya inició los trámites para transferir la custodia del menor a la hermana de Zunilda.

En todo este tiempo, dice que su sobrino solo ha hablado tres veces sobre su madre. “Creo que ha intentado olvidarla. A todo el mundo le dice que su madre soy yo”, explica.

Plaza detecta en esta situación una “brutal contención, como mecanismo de defensa”. “La reparación, sin un proceso terapéutico, es casi imposible y resulta impensable acompañar a una criatura con un trauma como este sin tener a alguien que te dé herramientas para acompañar esto, además de tu mismo dolor”, explica la psicóloga, que denuncia las listas de espera para acceder a atención psicológica. En ello coincide la abogada especializada en violencia machista Sonia Ricondo, que afirma, directamente, que “quien puede, se la paga”. La lista de espera para ser visitada por una psicóloga del Servicio Especializado en Atención ante la Violencia Machista de la ciudad de Barcelona (SARA) es de un mes, según el Ayuntamiento de Barcelona. En el sistema sanitario, la situación no mejora.

En el momento de la entrevista, Cinthya está a punto de volver a Paraguay. Dice sin medias tintas que regresar es una huida. Se traspasó la cafetería y en casa le queda ya una sola caja. Y cuatro muebles. Y la urna de su hermana: “Me la llevo con nosotras”, dice, suave. “No cierro la puerta a volver porque mi sobrino es de aquí, mi hijo es de aquí, mis amigos son de aquí… Me vine con 17 años”, enfatiza. Dice que su madre volvió a Paraguay tras la muerte de Zuni porque no era feliz aquí. Pero tampoco es feliz allí: “Solo piensa en estar con su nieto. Él es lo que le queda de ella”.

El asesino

Zuni se estaba quitando la ropa para meterse en la cama. Roberto no había tomado ni una copa y, nada más llegar a casa, se dirigió a la cocina para coger dos cuchillos y la atacó. Llamó después a quien era la pareja de Cinthya y le dijo que fuera a recoger al pequeño, que había matado a Zuni. Fue detenido en el domicilio y entró en prisión provisional esa misma noche.

A la abogada Nuria Gratacós le llegó el caso en el turno de oficio. Del asesino destaca que durante el juicio “solo se emocionó un poco” cuando se puso el vídeo con la declaración del niño. “Por lo demás, impertérrito”, describe. “Ser hombre y sentirse con el derecho de ejercer poder y control sobre una mujer” es lo que tienen en común los agresores machistas, afirma Plaza. 

Asegura que buscar patrones deja fuera a muchos hombres que pueden ser agresores: “Un militante de izquierdas en organizaciones feministas o partidos que defienden la igualdad de género puede ser un agresor. Un buen amigo, que sabe escuchar a las amigas, también. Un buen compañero de trabajo, un hombre empático, tampoco está exento”, asegura Plaza, que, además de hacer atención directa, es doctora en psicología social.

En ello coincide Montse Vilà, presidenta de la Plataforma Unitaria contra las Violencias de Género, que detecta problemático que, muchas veces, el entorno de la mujer reaccione con un ‘no es para tanto’. “Conocen al hombre y sienten que no puede ser un maltratador, y transmiten que la mujer exagera”, expone Vilà, también directora de la asociación Hèlia, una de las entidades de referencia en la atención a mujeres en situaciones de violencia, ubicada en el barrio de Sagrada Familia, donde residía Zuni junto a Roberto.

Corresponsabilidad de los hombres

Asimismo, Bárbara Roig, coordinadora de transversalidad de género en el Ayuntamiento de Barcelona, plantea que, además de promover que las mujeres identifiquen la violencia y acudan a servicios de apoyo, no hay que perder de vista lo fundamental, que es “pedir responsabilidades a los hombres”. Hacia esta dirección apunta la reciente creación del Centro Plural, un equipamiento municipal dirigido a promover modelos de masculinidad que sean preventivos de la violencia machista.

Coincide Plaza en la necesidad de remover las bases que mantienen la violencia contra las mujeres, cosa que, especifica la psicóloga, requiere educación emocional de niños y niñas desde la primera infancia, aunque no en exclusiva. “Debemos quitarle el permiso social de existir a la violencia machista y es injusto pedir más tan solo a las escuelas: el trabajo que tenemos es no dejar pasar actitudes y comentarios machistas a nuestro alrededor. Pero esto no pasa. No hay esta voluntad social mayoritaria. La violencia contra las mujeres está mucho más instaurada de lo que pensamos”, lamenta. 

Un estudio publicado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, presentado en junio de 2022, sobre políticas de masculinidades concluye que, de la misma forma que se afirma que es difícil salir de la violencia machista sin ayuda, es difícil que los hombres renuncien “a los privilegios masculinos por un mero acto de buena voluntad individual”. El estudio reconoce que el movimiento feminista y los cambios en las mujeres han sido motor de cambios en los hombres, pero no suficientemente, cosa que lleva a plantear la necesidad de una “transformación política de las estructuras sociales e instituciones que hacen posible que ellos mantengan los privilegios”. 

El documento expone que existen evidencias de que la violencia contra las mujeres se puede prevenir y que, para ello, hay que consolidar una estrategia de igualdad “que ponga el foco en los hombres y que se dote de recursos técnicos y económicos”.

Centro de Masculinidades Plural, abierto por el Ayuntamiento de Barcelona.

Violencias previas

Que las alarmas no hubieran saltado nunca en el entorno de la víctima no es extraño en casos como el de Zuni. En su experiencia como psicóloga de supervivientes de violencia machista, Montse Plaza ha constatado que las mujeres que la sufren “son capaces de llevarlo desde el espacio más íntimo, por vergüenza, por miedo, por historias familiares o por amenazas”, explica. “Que el entorno no perciba el miedo no significa que ella no lo tenga, porque cuando se dice que la violencia machista es del ámbito privado, del ámbito íntimo, significa que lo es del ámbito del silencio más absoluto”, asegura.

Zuni no estaba ni aislada ni mostraba tener miedo de su pareja. Era una mujer con una vida social activa y económicamente autónoma. Ahora bien, Plaza enfatiza que el control sobre la mujer “no siempre toma formas que resultan obvias y evidentes”. “Ejercer control no tiene que pasar por impedirnos salir con quien queremos, tiene que ampliarse la mirada, porque el control va mucho más allá, y que el entorno no se entere no significa que la mujer no lo sufra”, afirma Plaza. 

Su hermana Cinthya dice que nunca vio ni supo de una pelea “fuerte” entre la pareja, pero menciona que “él era de machaque emocional, de quererla achicar”. Se refiere así a comentarios de menosprecio hacia Zuni, algo que no relaciona con el machismo, sino con una actitud clasista, por el hecho de que Roberto provenía de una familia económicamente más acomodada y tenía un nivel cultural superior.

Plaza advierte en la voluntad de “quererla achicar” una definición de violencia machista. “Ver estas cosas como violencia y ponerle este nombre es difícil, porque están socialmente muy normalizadas”, advierte, a la vez que añade otra dificultad: el estereotipo de quiénes son las mujeres víctimas. Y Zuni no era una “víctima perfecta”. 

La noche en la que fue asesinada, Zuni había insultado a gritos a Roberto, según declaró su compañera de piso. “Las mujeres sabemos defendernos y replicar y, en situaciones de violencia, podemos ejercer violencia reactiva, lo que pasa es que salimos perdiendo, porque el poder y el control lo tiene el otro”, argumenta Plaza: “Que nos maten es el extremo de salir perdiendo”.

Tres meses antes de ser asesinada, Zuni ya había hecho un intento de cortar de cuajo la relación con Roberto. Su reacción fue decirle que se suicidaría. “Se fue a un puente con el coche y fueron a buscarlo. Supongo que esto hizo que ella no se fuera. De esto me enteré cuando empezaron a hablar las que vivían con ellos”, cuenta Cinthya. 

Plaza sitúa este hecho como un episodio de violencia contra Zuni. “Es una amenaza para poder retener a la mujer y poder continuar ejerciendo el poder y el control sobre ella”, afirma la psicóloga, que insiste en que los feminicidios “no son de la noche al día”: “Los orígenes de la violencia son normalmente anteriores a lo que las mujeres, su entorno e incluso, en ocasiones, las profesionales identificamos”.

Zuni no había visto la necesidad o la posibilidad de interponer una denuncia contra quien llegaría a asesinarla, tras 12 años de relación. En cerca de 7 de cada 10 feminicidios del año 2014 no hubo denuncias previas. En 2021, fue así en 8 de cada 10. 

El barrio de la Sagrada Familia.

La cifra de mujeres víctimas de violencia que no denuncian continúa siendo muy alta siete años después: la fórmula que institucionalmente se mantiene como receta universalmente válida frente a la violencia no se ha convertido en una protección sistemática para las mujeres. La abogada Sònia Ricondo plantea que esto es así, especialmente, en los casos en los que no hay violencia física. “El maltrato psicológico jurídicamente es muy difícil de probar y hay casos en los que incluso es difícil encajarlo en un tipo delictivo y que el juez entienda que es una conducta violenta”, explica la letrada. 

La minoría de mujeres asesinadas en 2014 que habían interpuesto denuncia contra quien llegaría a matarlas lo hicieron por violencia física, por amenazas, acoso, violencia verbal, retención forzada, quebrantamiento de medidas penales, por ser echadas de casa sin las llaves, violencia sexual, impedir el acceso al dinero y destruir propiedades de la mujer. 

Son muchas las expertas en violencias que cuestionan también la eficacia de la valoración del riesgo que hace la policía, que suele salir baja a no ser que se observe que la agresión pueda ser inmediata. Esta valoración condiciona el acceso a órdenes de protección. Catalunya está a la cabeza de territorios del Estado donde más se deniegan.

La sentencia

El asesino fue juzgado un año y medio después del feminicidio, en la Audiencia Provincial de Barcelona. Era junio de 2016. Roberto fue condenado a 18 años de prisión y a indemnizar a su hijo y a los familiares de Zuni. También se le prohibió comunicarse con ellos durante 28 años. 

Entre los hechos probados, la sentencia afirma que se aprovechó del estado de embriaguez de la víctima, que tuvo poca capacidad de reaccionar y defenderse. También señala que el asesino estaba bajo lo que describe como “un rápido y momentáneo estado de ofuscación pasional o emotiva que afectaron a su inteligencia y voluntad, sin llegar a anularlas”. 

Sobre esta afirmación, la abogada Nuria Gratacós explica que “el miedo a que le quitaran a su hijo” fue un intento de atenuante que la defensa del asesino manifestó durante el juicio”. “Esto es una excusa de maltratador”, valora la letrada. “Con una mirada de género, no tendría que describirse así una situación de violencia, pero hablar de control y poder es poco habitual en las sentencias”, plantea, por su parte, la abogada Sònia Ricondo.  

La psicóloga Montse Plaza también considera que cualquier malestar psicológico “no justifica nunca cometer un asesinato”: “En un momento de ‘ofuscasión pasional o emotiva’ puedes estar fatal, queriendo morirte tú porque te han abandonado, pero querer matar a la otra persona no tiene que ver con lo mal que te sientes, porque asesinar es decidir cuándo su vida termina”, argumenta.

El asesino, sentenciado como “buen padre”

La sentencia considera probado que la causa desencadenante del asesinato fue “la voluntad de la víctima de separarse y quedarse con la custodia del hijo común”. Hace constar también que el asesino ha cumplido con la pensión alimenticia del menor y que ningún testimonio contradice que el asesino es “un buen padre”. Una consideración que Plaza afirma que no es compatible con ejercer violencia contra la madre de la criatura. 

La psicóloga remarca que si el padre o la pareja de la madre la está agrediendo –“verbalmente, con silencios, con desprecios, con empujones, con amenazas, con agresiones sexuales, da igual la forma”–, lo que está haciendo es deteriorar el estado emocional de la madre. “Dañando su fortaleza, su confianza en sí misma, está dañando la figura que supuestamente tiene que dar apoyo y protección a la criatura, a la vez que, el padre, que se supone que tiene que proteger y cuidar, transmite inseguridad y desprotección”, detalla Plaza. 

Recoge la sentencia que el asesinato de Zuni, en presencia de su hijo, fue “un ataque frontal contra la integridad moral del niño y el equilibrado y armónico desarrollo de su personalidad”. Si bien en este caso, la violencia llegó hasta el mayor extremo posible y al asesino se le retiró la patria potestad, Ricondo expresa preocupación por las implicaciones que, en otros casos de violencia, tiene la idea viva de que “los maltratadores pueden ser buenos padres”. “Incluso hombres en prisión por violencia mantienen la potestad, cosa que dificulta a las mujeres, por ejemplo, poder llevar a su criatura a tratamiento psicológico o irse del país, porque necesitan la autorización del padre. Y esto se convierte en una fórmula para controlar a las mujeres, en perjuicio de los menores”, explica la abogada. 

Víctimas insumisas

La sentencia recoge que la madrugada del asesinato, al llegar a casa, Zuni insultó a Roberto y le dijo que no valía para nada, según testificó la compañera de piso, quien no intervino porque pensaba que estaban peleando. Me pregunto qué hubiera pasado con el fallo judicial si en este caso no hubiera sido asesinada y si se hubiera podido defender. Podría haber salido con una denuncia hacia ella”, plantea Ricondo, preocupada por la expansión de las denuncias cruzadas. Una consecuencia, observa la letrada, de “la impunidad de los agresores”. 

“Vemos reiteradamente que el auxilio al sistema judicial se convierte para muchas mujeres en salir imputada o condenada por una lesión que era en defensa propia y, si pasa esto, es porque los agresores se sienten apoyados por el sistema judicial, saturado, que no entra a investigar los hechos, y que tiene escasa perspectiva de género”, detalla la abogada. 

El estereotipo de “víctima perfecta” –que llora, que no contesta, que no se defiende, triste, sumisa– se mantiene instaurado, por lo general, entre jueces y juezas y, lamenta la abogada, “condiciona los fallos judiciales”: “Salirte del estereotipo de mujer víctima afecta muchísimo en la resolución judicial”, afirma la abogada. La psicóloga Montse Plaza remarca, en esta dirección, que es importante tener presente que, igual que no hay patrones de agresor, tampoco los hay de víctimas: “La violencia machista no tiene nada que ver con cómo es la mujer”.

Palacio de la Justicia de Barcelona, sede de la Audiencia Provincial.

La Administración

El Ayuntamiento de Barcelona convocó un minuto de silencio en recuerdo de Zuni y para rechazar la violencia machista. Asistieron al acto, el lunes tras el asesinato, la regidora de Mujer y Derechos Civiles del consistorio, la convergente Francina Vila, y el también regidor de la antigua CiU Gerard Ardanuy, así como miembros del Consejo Municipal del distrito del Eixample, donde se produjo el asesinato. 

En 2014, el consistorio aún no se personaba como acusación en los procedimientos judiciales por feminicidios. Esta acción se incorporó con la llegada de Barcelona En Comú a la alcaldía. Con este gobierno municipal se elabora también el protocolo de duelo de ciudad ante los asesinatos machistas. Además de acciones de rechazo público a la violencia contra las mujeres, este protocolo incorpora un gabinete de crisis, que se convoca inmediatamente después de confirmarse un feminicidio en la ciudad, para entender lo que ha pasado, ver el impacto del feminicidio en el entorno de la víctima y decidir qué actuaciones deben hacerse para atender sus necesidades, especialmente, las de sus hijos e hijas.

En una primera reunión, el gabinete de crisis reúne al departamento de Feminismos del Ayuntamiento, al Instituto Municipal de Servicios Sociales, al Centro de Emergencias y Urgencias Sociales de Barcelona, al Servicio Especializado en Atención ante la Violencia Machista de la Ciudad (SARA) y a los Mossos d’Esquadra. A las 24 horas de este primer encuentro, se produce una segunda reunión en la que, según expone el documento del protocolo, se profundiza en la información que se ha podido obtener sobre el caso y se valora si deben incorporarse otros actores, como el Consorcio de la Salud o el Consorcio de Educación.

Este gabinete de crisis se incorpora a la acción municipal por “la necesidad de reaccionar muy rápido” tras un feminicidio, explica Bárbara Roig, actualmente coordinadora de transversalidad de género en el Ayuntamiento de Barcelona y anterior directora de servicios de la regiduría de Feminismos. “Hay que convocar rápido a los servicios que han intervenido y a los que tienen que intervenir para poder reaccionar ante las consecuencias de un feminicidio, que tiene un impacto muy grande en el entorno de la víctima, por lo que las acciones deberán estar enfocadas a su recuperación”, expone Roig.

Tras un mes de las primeras reuniones, el protocolo prevé convocar una comisión para analizar la actuación de los servicios públicos que intervinieron, revisar protocolos y derivaciones, valorar su funcionamiento y hacer recomendaciones, con el objetivo de “ir mejorando la coordinación y la prevención, detección y atención” frente a la violencia machista.

Roig identifica un solo punto compartido en los casos de feminicidio analizados en los últimos años por el Ayuntamiento: “La mayoría de mujeres asesinadas en la ciudad no estaban siendo atendidas en ningún recurso específico ni estaban haciendo ningún proceso, por lo que vemos que se trata de un factor de protección frente a la violencia machista”, expone.  

Zuni no había llegado a servicios de atención a situaciones de violencia. Había tenido un contacto muy puntual con servicios sociales: una entrevista en un servicio de atención a la inmigración, diez años antes del feminicidio, cuando hacía poco que vivía en Barcelona; otra visita a emergencias sociales y otra a servicios sociales básicos. “En una sola visita no puedes explorar si hay violencia y, mucho menos, el riesgo de la mujer”, afirma Roig. Cinthya no tiene conocimiento de estas visitas a servicios sociales.

El reto de detectar a tiempo 

El barrio de la Sagrada Familia.

Lo que ya existía en la ciudad cuando Zuni fue asesinada es el Circuito Barcelona Contra la Violencia Machista. A través de este circuito, que lleva veinte años funcionando, se coordinan los servicios municipales y de la Generalitat de Catalunya con un papel en la detección y atención a las violencias machistas, como es el caso de servicios sociales básicos, los servicios específicos de atención a mujeres y a mujeres en situaciones de violencia, los de protección de la infancia, los cuerpos de seguridad, así como Salud, Educación y oficinas de atención a la víctima. 

Un informe de evaluación del circuito, que encargó el Ayuntamiento en 2016, concluyó que los servicios no específicos de violencia machista son “poco eficaces” para detectar situaciones de maltrato, a pesar de tener un “papel estratégico” en la detección de casos. Entre los motivos que lo explican, destacan la presión asistencial y la consiguiente dificultad para crear vínculo, la irregularidad en la utilización de herramientas de detección de la violencia machista, así como la falta de perspectiva para ver los indicadores de la violencia y la ausencia de protocolos o su débil implementación.

Por otro lado, desde el servicio de Puntos de Información y Atención a las Mujeres (PIAD) de Barcelona, plantean que continúa siendo necesario buscar estrategias para facilitar el acceso a todas las mujeres a este recurso especializado. Y ven que esto pide trabajo comunitario, con servicios de proximidad como los centros de salud, con entidades sociales y con grupos de mujeres autoorganizados, que reconocen como “un altavoz muy potente de servicios como los PIAD”, además de ser espacios que pueden “identificar situaciones de violencia y promover la vinculación de las mujeres a los recursos municipales de atención”. 

La responsabilidad, también fuera de las casas

Lo tienen claro en el Plan Comunitario de la Sagrada Familia, el barrio de Zuni. Se trata de una red de entidades, equipamientos, servicios y vecinos y vecinas activada en 2007, con presupuesto público, para implementar proyectos de mejora de la calidad de vida de las personas en este territorio. Cuenta una de sus técnicas comunitarias, Isis Sainz, que siempre presentan el PIAD en acciones como las clases de catalán y castellano, como parte del trabajo de acogida a personas migrantes. “Procuramos transversalizar la perspectiva de género en las diversas acciones, más allá de hacer un acto puntual el 8-M o el 25-N, y nos hemos encontrado que tiene resultados, porque si trabajas el tema, las mujeres saben que pueden recorrer a ti si viven violencias”, afirma Sainz. 

La comisión de feminismos de este plan comunitario se activó en 2017. En clave preventiva de las violencias contra las mujeres, cuenta Sainz que tienen previsto ofrecer una formación a vecinas del barrio para promover que las acciones de sensibilización frente a las violencias machistas en el espacio público se multipliquen. 

Cuando han detectado casos de violencia entre mujeres que participan en actividades del plan comunitario, las han derivado a la asociación Hèlia, especializada en la atención a violencias y parte de esta red de acción comunitaria. Cuenta que el último caso lo detectaron en una formación dirigida a mujeres empleadas del hogar y los cuidados. “La mujer tenía una referente de servicios sociales, pero no fue hasta unas cuantas sesiones de nuestra formación que expresó lo que sufría. Y esto pasó porque generamos espacios de confianza”, remarca la técnica.

Una mujer y un niño observan un homenaje a las víctimas de feminicidios.

Sainz lamenta que el PIAD del territorio dejara de participar en el plan comunitario. Pero el problema, prosigue, va más allá de este recurso en concreto. Además de que haya en los servicios más o menos voluntad de participar en la red comunitaria, comparten que contar con tiempo para implicarse en proyectos comunitarios es complicado para sus profesionales, dada las condiciones de saturación en las que a menudo trabajan. Esta es la situación de los servicios sociales y sanitarios. Tampoco los centros educativos participan en el plan comunitario. 

Pese a que las grandes movilizaciones del 8-M han dejado huella y se ha ampliado la acogida de la perspectiva feminista en diversos ámbitos, como el educativo, según afirma Montse Vila, presidenta de la Plataforma Contra las Violencias de Género y directora de Hèlia, “cuesta mucho aún que en los centros educativos se detecten situaciones de violencia machista”. “El Departamento de Educación tendría que integrar la formación en violencia machista de forma sistemática, porque no va de tener que hacer un taller aquí y otro allí y de depender del grado de sensibilización que tenga cada docente”, critica Vilà. 

Para esta histórica activista vecinal y feminista del barrio, el papel que juega la red comunitaria en la prevención y la atención a las violencias machistas es, esencialmente, “presionar los recuros públicos”: “Ni las entidades ni los grupos de mujeres los podemos sustituir, por lo que necesitamos que las mujeres puedan establecer vínculo con los recursos públicos”, enfatiza. 

Vilà valora que, si bien en los últimos años la capacidad de detección de la violencia machista en los servicios públicos ha mejorado, porque el movimiento feminista ha logrado ponerlo en la agenda política, “es insuficiente”. En concreto, muestra preocupación por la falta de conocimiento que, desde su organización, han detectado entre personal de los servicios sociales para dar respuesta a mujeres en situaciones de violencia machista que han acompañado desde la asociación Hèlia. 

Según afirma Roig, la formación inicial para el personal de servicios sociales incluye atención a la violencia machista. “Hemos encontrado a personal que ha dicho a mujeres que, si no tienen una sentencia judicial, no pueden acceder a servicios de atención, y esto no es así”, concreta sobre su crítica Vilà, quien también destaca que, sin garantizar el acceso a la vivienda, se mantiene una barrera para evitar feminicidios.

El entorno y la familia

Hace ocho años de la noche en la que empezó un inesperado trayecto junto a su sobrino, al que considera el mayor de sus dos hijos. “Ese tío destrozó la vida de todos y está preso, pero yo también me quedé presa, viviendo cada día la muerte de mi hermana con el niño, sin poder avanzar, diciéndole que todo irá bien sin ni siquiera saber si va a ir”, comparte Cinthya. “Esa criatura temblaba”, recuerda. Ella tenía 29 años cuando se quedó a su cargo. “Decía que él no debería haber estado aquí, sino con sus padres, que llegó y me destrozó la vida, y esto no lo considero. Me ha dado mucho. No podría estar yo sin él”, cuenta Cinthya.

“La culpa está muy presente en las situaciones de violencia machista, tanto en las mujeres como en sus criaturas y, en este caso, seguramente también aparecería sentimiento de culpa en relación con el momento del feminicidio de su madre”, plantea Plaza. 

Elaborar el duelo en el caso de la violencia machista, añade la psicóloga, tiene particularidades. “Es tu padre quien asesina a tu madre, por lo que la sensación de inseguridad vital que esto genera está latente a lo largo de la vida, y además puede haber mucho ruido social y encontrar incluso culpabilización de la víctima. Algo impensable en otro tipo de muertes“, expone Plaza.

Una calle de Barcelona.

Tratamiento mediático

Las fuentes expertas, capaces de aportar contexto y un análisis del escenario, para comprender este acto de violencia machista extrema e incluso apuntar respuestas desde la corresponsabilidad pública y social, están ausentes de las informaciones sobre el feminicidio de Zuni. En general, las informaciones recogen qué sucedió: apuñalamiento, llamada a emergencias, asistencia de la policía, muerte. Pero las piezas no aportan ningún por qué.  

Algunas informaciones aún se refieren al feminicidio de Zuni como violencia doméstica, concepto que obvia las raíces de este crimen machista. Se hacen repasos de los feminicidios que han ocurrido durante ese mes de noviembre, con informaciones sobre las nacionalidades de víctimas y agresores, sus edades, el lugar de los hechos y la forma en la que fueron asesinadas. Pero ninguna información que ubique estos casos como la punta de una desigualdad estructural, ni que sugiera que son asesinatos evitables. 

Tampoco se aprovecha para visibilizar recursos públicos y organizaciones con las que pueden contar las mujeres en situaciones de violencia machista. 

Lo que encontramos son noticias que reproducen comunicados policiales y de las administraciones, sin buscar respuestas a preguntas que estas informaciones oficiales de partida podrían generar. ¿Se conocía la situación de violencia que vivía la mujer por parte de algún recurso? ¿Se identifica qué ha fallado para prevenir el feminicidio? ¿Qué se plantean para fomentar la identificación temprana de las situaciones de violencia? ¿Qué puede hacerse para que no vuelva a suceder? 

Esto es algo que puede hacerse si la información no se trata como una “última hora”. O si se lanza la información mínima sobre el feminicidio y, posteriormente, se tiene la política informativa de trabajar las coberturas de asesinatos machistas con perspectiva de género, sacándolas de la lógica de suceso.

Además, al informar sobre violencias machistas, a las administraciones se les debe pedir algo más que palabras de pésame. En una breve información, por ejemplo, se afirma que la violencia machista es “un campo altamente complejo pero se está avanzando” y se pide a la sociedad que “colabore” para dejar de naturalizar esta violencia. Estas declaraciones podrían ser un punto de partida para incorporar preguntas sobre cómo se está trabajando para prevenir la violencia, si está resultando efectivo, si se detectan puntos flacos que deben remediarse. 

El minuto de silencio promovido por el Ayuntamiento de Barcelona tras el asesinato de Zuni recibió atención informativa por parte de algunos medios. Una de las informaciones recoge que el consistorio activó el protocolo para dar apoyo psicológico a familiares de la víctima, algo que, con la realización de este reportaje, comprobamos que llegó tarde por descoordinación entre servicios.

Como buena práctica, una información de una tele local de Barcelona aprovecha la semana del feminicidio de Zuni para ofrecer datos sobre el acceso de las mujeres que denuncian a medidas de protección judicial y poner sobre la mesa que denunciar no siempre es una opción que protege y, por lo tanto, no debe ser la única respuesta. En este caso, cuenta con voces expertas para intentar aportar claves que lo expliquen. Asimismo, menciona que, como el caso de Zuni, la mayoría de mujeres víctimas de violencia machista no llegan a denunciar. 

El feminicidio se recogió en algunos medios de Paraguay, país de origen de Zuni y Roberto. Algunos publicaron imágenes y algún dato sobre la pareja que podía rascarse en sus redes sociales. En un caso, se habla con una hermana de Zuni, que declaró que a la pareja se la veía siempre bien y que Roberto no era un hombre agresivo. 

En ningún caso se aportan voces expertas que faciliten la comprensión, que ofrezcan un grano de arena a la no repetición y que rompan con la idea de inevitabilidad que aún predomina en la mirada sobre los feminicidios.