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Emilia

Asesinada en Barcelona
el 27 de agosto de 2014

Texto: Sandra Vicente

Fotografías: Kike Rincón

Esta historia fue publicada en septiembre de 2022.

Es un día frío de finales de invierno. Margarita y Emilia, Marga y Emy, se acompañan mutuamente, silenciosas, en una de las salas de un tanatorio de Barcelona. Ellas son hermanas y están ahí porque acaban de perder a uno de sus hermanos. Marga rompe la quietud y susurra que tiene frío. Emy insiste en darle su abrigo y se queda, delgada como es, en mangas de camisa. 

Marga, que es quien narra la escena ocho años después, recuerda perfectamente aquel gesto de su hermana, uno de los últimos que guarda en su memoria. Ese día, para Emy, fue clave en el inicio de una intensa, pero breve, depresión. Unos meses después, fue asesinada por el hombre con quien convivía.

Ella tenía 49 años. El asesino, de 69, confesó que la había apuñalado escasos momentos después de los hechos. Picó al timbre de una vecina y, de manera pausada, serena y educada, según el relato de quien vivió de cerca aquellos días, pidió que llamara a los Mossos d’Esquadra porque acababa de matar a una mujer. Dijo que lo había hecho porque estaba seguro de que ella lo estaba envenenando.

Los análisis que se le realizaron después de su confesión desmintieron aquella causa que había alegado. Estuvo un año y medio en prisión preventiva hasta la celebración del juicio, donde se determinó que todo había sido producto de su imaginación. Tras diagnosticarle un cuadro delirante, obtuvo una reducción de condena sustanciosa. Y frente a los 10 o 15 años habituales, él solo estuvo seis años en la cárcel

José salió de prisión en 2020. Hasta el momento, pese a diversos intentos, nos ha sido imposible conocer qué fue de él una vez puesto en libertad. 

Marga, hermana de Emy, durante la entrevista.

Estos son los pocos detalles claros que, ocho años después, existen sobre el caso, los que proceden de los atestados policiales. El resto, los que ayudan a reconstruir la vida de Emy, de su asesino y de la historia que compartieron y que acabó en asesinato, son inciertos. Emy es el sol. Y las personas que se cruzaron con ella orbitan a su alrededor, cada una con una versión distinta. Versiones, a menudo, contradictorias. 

Los inicios

Emilia y José se conocieron cinco años antes del asesinato, en 2009, en el Hospital del Mar de Barcelona. Él estaba acompañando a su hermano, que estaba muy enfermo. Ella estaba en la misma planta, tratándose de una pancreatitis. Pasaron tiempo suficiente allí como para que acabaran entablando amistad en la cafetería o en los espacios de fumadores. 

Decía que era muy bueno y ella andaba falta de cariño, porque lo acababa de dejar con su novio”, recuerda Marga, la hermana mayor de Emy. Pero ella, ya de inicio, no veía bien esa relación. “Era muy mayor, parecía su padre. Además, te miraba raro y siempre iba en traje, sudando como un pollo, incluso en verano”, rememora Marga, quien advierte que su versión de los hechos no es “para nada” objetiva. 

Si Emy buscaba cariño, lo que buscaba José era “una persona enferma a la que cuidar, porque eso era lo que daba sentido a su vida”, según afirman las psicólogas forenses del Departament de Justícia de la Generalitat que llevaron su caso. Así, con la muerte de su hermano, José habría trasladado sus necesidades cuidadoras a Emy, que también estaba enferma. 

Su hermana sostiene que padecía pancreatitis y problemas digestivos, que acabarían causándole una baja permanente. Cuando fue asesinada, el único dinero que percibía era una prestación de 400 euros. Pero según José, la enfermedad de Emy eran las drogas, a las que tenía “una adicción grave”. Así se lo trasladó a las psicólogas forenses, quienes explican la versión de los hechos de José y a quien –aseguran– dan una “total credibilidad como profesionales”. 

Entradas del Hospital del Mar de Barcelona, lugar donde se conocieron Emy y José.

Margarita no esconde que Emy tenía una adicción. Tuvo diversas recaídas, tantas como desintoxicaciones. Cuando conoció a José, Emy estaba limpia, según asegura su hermana, que culpa a José de que ella recayera.  

Marga afirma que José también era drogodependiente y que fue esa relación con las drogas la que hizo que José y Emy conectaran. “Se querían”, dice con un deje poco disimulado de disgusto y rencor en la voz. Sin embargo, las psicólogas forenses sostienen: “Él llegó a consumir, pero solo porque quería saber lo que sentía Emy, para así entender su adicción y ayudarla mejor”. Las psicólogas añaden que, al ver que la adicción de Emy empeoraba, José entendió que estaba “fracasando” en su cometido como cuidador, y eso alteró su estado emocional. “Vio que, de seguir así [Emy], se acabaría matando. Y no pudo soportarlo. Estaba cada vez más distante y eso despertó en él conductas paranoides que le acabarían llevando a pensar que le estaba envenenando”, relatan las profesionales. Eso lo empujaría a la encrucijada. “O lo mataba ella, o la mataba él”, resumen. 

Esa sensación de fracaso por no haber podido evitar que la adicción de Emy empeorara es una “alarma” para Gemma Altell, psicóloga especializada en adicciones y codirectora de la consultora feminista G-360. “El complejo de salvador es uno de los valores básicos del patriarcado. Los hombres, a menudo, piensan que tienen que salvar a sus parejas”, afirma esta psicóloga, que asegura que muchos salvadores se creen “omnipotentes”, motivo por el cual ni se plantean pedir ayuda a profesionales cuando las personas a las que creen que deber salvar tienen problemas serios. 

“Me contaba que se ponía muy violento y que le decía cosas horribles. Ante esto y viendo que se estaba volviendo cada vez más adicta por culpa de José, Emy entendió que debía dejarle. Se lo dijo, pero él no llegó a aceptarlo nunca”, asegura Marga, quien coincide con las psicólogas forenses en que a José se le presentó un dilema, pero uno muy distinto. “Si no es mía, no es de nadie. Eso debió de pensar”, reflexiona. 

Margarita, tras la entrevista.

La especialista Altell, por su parte, añade que la sobreprotección y la infantilización de las mujeres es habitual cuando se dan relaciones en las que intervienen problemas de salud mental o adicción a las drogas. “Es la excusa perfecta para el paternalismo y, además, establece unas dinámicas de poder peligrosas”, explica. Asimismo, destaca que, a pesar de que estas relaciones se estructuran se acuerdo a una cierta dependencia, “la desigualdad rígida es también lo que mantiene el equilibrio”. 

Con esto, Altell se refiere a que, cuando la mujer mejora en sus adicciones o bien amenaza con romper la relación, ese “equilibrio” se resquebraja y da lugar a “momentos de alto riesgo” que pueden llevar a un incremento de la violencia física o verbal. Incluso, en muchos casos, los hombres pueden llegar a “boicotear la recuperación de su pareja o llegar a soluciones extremas para no perder nunca el rol de poder”, sentencia Altell. 

Un envenenamiento que nunca fue 

A raíz de los delirios paranoides que alegó José al afirmar que creía que Emy lo estaba envenenando, el asesino fue diversas veces al médico refiriendo dolores físicos que él achacaba a que su mujer intentaba matarle. “Todos los médicos que lo visitaron lo derivaron a psiquiatría porque sus molestias eran psicógenas”, dicen las psicólogas forenses. 

Las visitas al hospital duraron hasta el mismo día en que José cometió el asesinato. El 27 de agosto fue al hospital sin poder caminar. Pero “al sentirse seguro, los síntomas remiten, así que el médico lo manda para casa a pesar de que él pide un ingreso”, relatan las profesionales, quienes lamentan que ningún médico entendiera que el hombre “estaba pidiendo ayuda para no cometer el crimen”.

Espacio destinado para el esparcimiento de las cenizas en el cementerio de Montjuic, en Barcelona.

Lo que sucedió en las siguientes horas es una incógnita, pero, según aseguran las psicólogas forenses, en casos de delirios “se da un estrechamiento de la conciencia. Romper con Emy no es para nada una opción porque se había obsesionado con las teorías que había formado. Unió todas las piezas y llegó a la conclusión de que la única manera de acabar con su sufrimiento era matando a Emy”. 

Ese argumentario fue el que usó la defensa en el juicio, pero la acusación tenía otra versión de los hechos. Para la familia de Emy todo fue una treta. “No era verdad que lo estuviera envenenando y él lo sabía. Todo fue una estrategia que llevaba tramando desde hacía muchísimo tiempo para asesinarla. Las visitas al médico, decir que mi hermana se prostituía, afirmar que no eran novios… Todo para presentar a mi hermana como el diablo y a él como un ser buenísimo. Una excusa para justificar que lo volvió loco”, lamenta Marga, quien afirma estar segura de que el hecho de que su hermana tuviera un problema de drogadicción jugó a favor de su asesino en el juicio. De hecho, tuvo muchas reticencias a la hora de contar esa parte de la historia para este reportaje: “No quiero que empañe la historia de mi hermana. Como ella se drogaba, nadie se preocupó por darle justicia”.

Según Sonia Ricondo, abogada especializada en violencias machistas, el hecho de que Emy fuera drogodependiente no afectó a su condena, porque es un hábito que, legalmente, no justifica ni atenúa las penas por asesinato. “Pero sí es cierto que afecta a la credibilidad del relato. Si quieres argumentar que la víctima sufría violencias previas o dependencia emocional o económica, es más difícil de exponer, porque el relato de una mujer con adicción a las drogas siempre será cuestionado”, explica.

En esta línea, la letrada destaca los sesgos de género que se dan en los juzgados cuando hay problemas de adicción o de salud mental. “Es curioso que una alteración mental es atenuante para los hombres y agravante para las mujeres. Igual sucede con las adicciones. Vemos normal que un hombre beba y se drogue, pero no tanto así con las mujeres”, afirma Ricondo. Así, mientras la droga puede actuar como atenuante en el comportamiento de un hombre, en el caso de una mujer hará que “se miren con lupa sus declaraciones”, afirma la abogada, que recuerda los casos de violaciones en los que se cuestiona el testimonio de la víctima por haber bebido alcohol.

Una plancha del pelo, una colonia y una crema

José acabó con la vida de Emy muy temprano por la mañana. Marga recuerda perfectamente ese día, cuando los Mossos d’Esquadra la llamaron para informarle y para pedirle que fuera a la escena del crimen a buscar sus pertenencias. Esa era la primera vez que Marga entraba en la que fue la casa de su hermana y fue para ver una imagen “horrible, monstruosa, dantesca. El sofá estaba cubierto de sangre, lo que significa que luchó para defenderse”, rememora Marga, que asegura no poder quitarse la escena de la cabeza.

Un perfume, una crema, una pulsera y una plancha del pelo son, junto con las fotos de Emy, los objetos que Marga guarda de su hermana.

Es precisamente por eso que no es habitual ni recomendable para la salud emocional de los familiares que estos visiten la escena del crimen. “Lo normal es que no se deje entrar a nadie en un lugar en el que se deben recoger pistas y vestigios. Pero, en la práctica, depende de cada agente. Hay algunos que sí dejan recoger pertenencias y otros lo pueden considerar útil para la investigación”, aclaran fuentes letradas consultadas sobre este asunto.

Cuando Marga llegó a la casa donde su hermana fue asesinada, en ella quedaban poquísimas pertenencias de los dos. Según cuenta, se iban a cambiar de piso y la mudanza ya estaba muy avanzada, por lo que quedaban solo los enseres indispensables. “El resto de cosas ya estaban en el piso nuevo, que no sé dónde está. Así que no me queda apenas nada de mi hermana”, dice. 

Pero lo que Emy no le contó a Marga es que, posiblemente, esa casa nueva no existiera, puesto que no se estaban mudando a otro piso, sino que estaban pendientes de un desahucio. A José le denegaron su pensión no contributiva y los 400 euros que cobraba Emy de prestación no daban para pagar el alquiler. Con todo, se hace todavía más difícil saber dónde están ahora las cosas de Emy. 

“Solo me queda esto”, explica Marga, mientras saca de su bolso, una a una, las pocas cosas que conserva de su hermana. Se reserva para el final una plancha de pelo y un frasco de colonia. “Se compró todo esto porque yo lo usaba. Siempre me pedía consejo y solía usar lo que a mí me gustaba”, dice acariciando con tristeza el bote de colonia. “Ya no soy capaz de ponérmela porque me recuerda a ella”, murmura.

Violencias previas

No hay denuncias previas y el Ayuntamiento de Barcelona no tiene constancia de que Emy acudiera al SARA, el servicio de atención a víctimas de violencia de género. 

Marga, su hermana, asegura que Emy le contó que el asesino se ponía muy violento. Cree que José nunca llegó a maltratarla físicamente, pero hoy reconoce, algo avergonzada, que hubiera preferido que hubiera habido alguna agresión que hubiera servido de aviso. “Así hubiera tenido algún motivo para meterme y para denunciarlo…”, se lamenta corroída todavía por la culpa, sin ser consciente de que hay motivo suficiente para hacerlo aun sin maltrato físico. 

Según el Departament de Justícia de la Generalitat de Catalunya, José solo tenía en su expediente antecedentes por haber falsificado títulos de una universidad americana a los 35 años.

Entrada del centro de atención primaria donde José acudió varias veces a que comprobaran si lo estaban envenenando.

La sentencia

José cumplió un año y medio de prisión preventiva antes de la celebración del juicio. Finalmente, fue condenado por asesinato y a seis años de prisión. Si bien este delito está penado con hasta 15 años, José cumplió menos de la mitad de la pena debido al eximiente que se le otorgó por su condición mental. “Cuando alguien comete un homicidio por maldad, se espera que sea penado. Pero cuando las causas son médicas y la enfermedad afecta al hecho delictivo, eso se ve reflejado en las penas”, apuntan las psicólogas forenses autoras del informe que supuso la reducción de condena de José.

La familia de Emy está muy descontenta con esta condena, puesto que afirman rotundamente que José no tenía ningún problema de salud mental y que, por el contrario, todo lo referido sobre el presunto envenenamiento formaba parte de una estrategia. “Él no está loco, estoy yo más cerca de perder la cabeza que él. José solo es un comediante, un falso”, asegura Marga, a quien el asesinato de su hermana todavía le pasa factura psicológica y emocionalmente.

La Administración

El Ayuntamiento de Barcelona no tiene constancia de que se celebrara ningún minuto de silencio u homenaje público tras el asesinato de Emy. Igualmente, tampoco refiere que la víctima acudiera a ningún servicio municipal de ayuda a las víctimas de violencia de género. 

Cárcel de La Modelo de Barcelona.

Ocho años después

A Marga todavía le cuesta mucho hablar del asesinato de su hermana. Se la ve nerviosa y muy dubitativa sobre si debe o no dar su testimonio sobre el caso. Finalmente, decide hablar, para poder “limpiar la imagen” de su hermana y denunciar que, en algunos casos, “matar pueda salir tan barato”. 

Aunque el juez decretó una orden de alejamiento de 500 metros para toda la familia, Marga no deja de temer encontrárselo. “Cuando estoy en la playa, pienso que ojalá Emy pudiera ver lo que yo. Y luego pienso que él sí puede. Que él está vivo y libre y mi hermana no. Que ella murió sufriendo y que nadie ha hecho justicia”, cuenta.

Tratamiento mediático

El seguimiento de los medios que se hizo del caso de Emy y José fue escueto y breve en el tiempo, algo que sorprende a Marga (y de lo que se muestra agradecida), debido a lo “morboso” del caso. La mayoría de medios que lo trataron lo hizo dando solo los detalles que trasladaron las fuentes policiales, que hablaban, simplemente, de un hombre que se entregó después de apuñalar a su pareja porque creía que lo estaba envenenando. 

Pero otros medios fueron más allá y hablaron con el vecindario del inmueble. De esas pesquisas salieron declaraciones que fueron publicadas, tales como que Emy tenía “un aspecto físico muy deteriorado”. También se relata cómo, cuando Emy iba a la peluquería, José la acompañaba para pagar él, en lugar de darle el dinero en efectivo a ella. 

Estas declaraciones ponen el foco en la actitud de la víctima y no en la del agresor, una práctica sobre la que alertan diversos manuales sobre cómo informar de la violencia de género. Relacionar a las víctimas con el consumo de alcohol o drogas las estigmatiza y culpabiliza, a la vez que “induce a errores de interpretación y emite mensajes contradictorios que desvían el foco de la información que se debe dar”, destaca, por ejemplo, el manual de comunicación Dones valentes

Margarita, tras la entrevista.