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Fátima

Asesinada en Melilla
el 18 de marzo de 2014

Texto: Patricia Simón

Fotografías: Álvaro Minguito

En la lápida de Fátima reza: “Te queremos y te recordaremos siempre. Tu familia Fernández-López”. No son sus apellidos, sino los de su marido, quien se ahorcó en el salón de la casa en la que compartieron toda una vida después de, supuestamente*, segársela con un cuchillo mientras dormía la siesta.

Esos fueron los hechos reconstruidos por la investigación policial, recuerda cinco años después Ángel Cátedra, jefe de la Unidad de Atención a las Víctimas de Violencia de Género de Melilla. Sin embargo, este organismo nunca lo ha considerado un crimen machista, sino un “asesinato por piedad”, como se conoce a los crímenes en los que una persona acaba con la vida de otra para liberarle del sufrimiento causado por una enfermedad. Una interpretación que comparte el vecindario de la Barriada de San Francisco de Asís, el empobrecido barrio de la ciudad fronteriza en el que vivía este matrimonio desde hacía más de dos décadas, y donde fueron testigos de la degradación física y mental que se cebó con la pareja.

Por el contrario, la Delegación de Gobierno sí incluyó a Fátima en el listado oficial de víctimas de violencia de género. Porque como explica Rosa Guiralt, fiscal delegada de violencia de género de Valencia, “las mujeres estamos socializadas en los cuidados y podemos cuidar a nuestros maridos, hijos, padres y suegros hasta el día en que nos morimos, así reventemos. Pero cuando los roles se subvierten y son ellos los que tienen que cuidar, por primera vez en sus vidas, cuando no aguantan más, matan a sus mujeres y se suicidan. Una anciana no mata a su marido porque no aguante seguir dándole de comer, bañándole, cuidándole”.

Fátima nació y creció en Fez, Marruecos, en el seno de una familia numerosa en la que sobraba hambre y faltaban expectativas de futuro. En cuanto pudo, se mudó a Melilla, donde buscaba mejorar su vida y la de sus hermanos pequeños. Dicen quienes la conocieron que era emprendedora y alegre. Allí, pasada la treintena, conoció a Rogelio, un hombre callado y reservado de carácter; compacto y rocoso físicamente. Conservaba los aires de paisano de campo que había respirado desde su nacimiento en Frigiliana, un pueblo blanco de 3.000 habitantes de la serranía de Málaga, en el que creció rodeado de una amplia familia dedicada a la agricultura. Desde niño quiso ser militar y, en cuanto pudo, se alistó al Ejército. Poco después sería destinado a Melilla, ya como legionario. Cumplidos los 39 y Fátima los 36, se casaron, según recuerdan personas allegadas.

La pareja viajaba regularmente a Filigrana, donde algunos conocidos la recuerdan con mucho afecto. “Él era de pocas palabras, ella alegre y conversadora. Se complementaban bien”, dicen fuentes que los conocieron de cerca, pero que prefieren guardar el anonimato para no ofender a familiares que prefieren no pronunciarse sobre el tema. Fátima estaba tan integrada en la familia de su marido que se trasladó un tiempo al pueblo malagueño para ayudar en el cuidado de su suegro enfermo. Y cuando estaban en Melilla hablaba regularmente por teléfono con su familia política, según cuentan. 

Fátima y Rogelio criaron a un sobrino de esta hasta que se independizó, e intentaron adoptar a un bebé sin éxito. Eran los años noventa y Rogelio fue destinado a una misión internacional, cuyo destino no logran recordar los mismos allegados que sí se revuelven aún al describir los efectos que tuvo sobre Rogelio. “Volvió trastornado. Hablaba de niños desnutridos y muertos, y eso que era un hombre de pocas palabras. Nunca volvió a ser el mismo”, explican. Según las mismas fuentes, a medida que pasaba el tiempo y la ansiada adopción no se lograba, Fátima iba sumergiéndose en una depresión. Fue entonces cuando se mudaron a una casa de la Barraca de San Francisco de Asís para dejar atrás el hogar donde habían proyectado crear una familia. Pero Fátima no mejoraba. Se arrojó dos veces desde la azotea de su casa, resultado de lo cual su estado físico se deterioró y, poco a poco, fue dejando de cruzar el umbral de la vivienda. Según su entorno, Rogelio se hizo cargo de su cuidado durante la última década. 

En Servicios Sociales de la Ciudad Autónoma de Melilla nos informan de que Fátima nunca acudió a sus oficinas para solicitar ningún tipo de ayuda. En la Unidad de Atención a las Víctimas de Violencia de Género de Melilla y en el Juzgado de Violencia de Género de que no había interpuesto ninguna denuncia por malos tratos. El día en el que fue degollada, los vecinos llamaron a la Policía por la noche tras comprobar que la puerta del hogar conyugal permanecía abierta desde hacía horas, pero que nadie respondía a sus llamadas. 

Edificio de los juzgados de Melilla.

Según los testimonios de los vecinos consultados para este reportaje, coincidentes con los que la Policía Judicial de la Jefatura Superior de Melilla y la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta recabaron en su momento, aquella tarde Rogelio había salido en un par de ocasiones a la calle a la hora de la sobremesa, en un estado de aparente nerviosismo, para no volver a hacerlo a partir de las cinco y media de la tarde. Cuando por la noche los agentes entraron en la austera edificación de dos plantas, situada en un angosto y claustrofóbico pasaje de apenas dos metros de ancho, se encontraron a Fátima muerta en la cama a causa de un corte en el cuello. No había signos de que se hubiese resistido, por lo que dedujeron que posiblemente estuviese dormida en el momento de los hechos. Rogelio se había ahorcado colgándose de unos cables en el salón de la casa. Las investigaciones policiales concluyeron que entre la muerte de Fátima y la de Rogelio había transcurrido un intervalo de unas pocas horas. Al día siguiente, el miércoles 19 de marzo, la Unidad de Coordinación contra la Violencia de Género de la Delegación del Gobierno confirmaba que se había tratado de un caso de violencia de género.  

Y así quedó sepultada en el olvido la historia de Fátima: para conseguir que recuerden su caso representantes de instituciones públicas y ciudadanos y ciudadanas anónimas, es necesario mostrarles las noticias publicadas en aquellos días y ahondar en algunos datos. Que él hubiese sido legionario fue la única referencia que, en la mayoría de las ocasiones, les hizo conectar con un lejano recuerdo. El nombre de Fátima no les decía nada: hay muchas Fátimas en esta ciudad y nada en sus calles que recuerde que una de ellas fue asesinada por el machismo. Como en el caso de Hannan, la joven apuñalada por su marido en Melilla ese mismo año, no hay ninguna placa, monumento o monolito que la reivindique como parte de la memoria colectiva de la ciudad. 

Ni siquiera en el informe que el Consejo General del Poder Judicial elaboró sobre las víctimas de violencia de género de 2014, Fátima merece más que un número: un 1, para explicar que de las dos mujeres asesinadas ese año en Melilla, sólo Hannan había denunciado malos tratos.

Mezquita del cementerio musulmán de Melilla

Pero el perfil de Fátima era el de la mayoría de las mujeres que fueron asesinadas por el machismo en 2014 en España. Como el 68,5% de las víctimas de aquel año, mantenía la convivencia o la relación afectiva con su presunto agresor en el momento de la muerte. El asesinato fue cometido en el hogar conyugal, como en el 81% de los feminicidios. La víctima no había interpuesto ninguna denuncia por violencia de género, como el 66,7% de las mujeres que corrieron su misma suerte. Rogelio se suicidó, como en el 31% de los casos –una decisión que adoptaron mayoritariamente los hombres mayores de 50 años–. Y Fátima fue degollada con un arma blanca, el método empleado en casi la mitad de los crímenes. Pero fue descartada socialmente de esta categoría porque era él quien cocinaba, quien hacía la compra, quien la atendía. Y, probablemente, fue desterrada inmediatamente al olvido porque los asesinatos de mujeres mayores por violencia de género provocan una menor indignación social: hasta en la muerte son más invisibles. 

La lápida de Fátima

Rastreando la ciudad en busca de alguna huella que recordase que Fátima había pisado alguna vez sus calles, la encontramos en el cementerio musulmán de Melilla. En la contigua mezquita de la carretera Sidi Guariach, Abdelam, el enterrador que conoce bien la complejidad de esta ciudad a través de sus muertos, se sumerge en el libro de registro de enterramientos en busca del lugar en el que fue inhumada Fátima. Fecha de defunción, apellidos, edad. Rápidamente la localiza. Decidido, un sexagenario Abdelam se dirige al camposanto, cuenta señalando con el dedo y silabeando en voz baja el número de los pasillos, de los montículos. En la mayoría, solo una teja señala que están ocupados; en algunos, un cuenco recoge agua para sus muertos en los días de lluvia, pero hoy se muestran agrietados por el inclemente sol mediterráneo; en los túmulos más cuidados, un romero plantado. En el de Fátima, una lápida con un mensaje escrito en español: “Te queremos y te recordaremos siempre. Tu familia Fernández-López”. Fue la familia del marido la que se hizo cargo de su sepelio y, con ello, del único reconocimiento del que ha sido objeto la víctima. Los restos de Rogelio fueron incinerados en la ciudad autónoma y trasladados a su pueblo malagueño. 

*Hemos de añadir ‘supuestamente’ por mandato legal en todos aquellos casos en los que el hombre se suicida tras un feminicidio, ya que en estos casos no hay juicio ni, por tanto, sentencia que lo declare culpable.

Violencias previas

Según nos informan Ángel Cátedra, jefe de la Unidad de Atención a la Víctima y la Mujer (UFAM Protección) de la Policía Nacional de Melilla y Ángel Sánchez, del Juzgado de Violencia de Género, Fátima no había denunciado malos tratos ni habían recibido ningún tipo de alerta o denuncia en este sentido por parte de terceros.

En la Consejería de Bienestar Social y en Servicios Sociales aseguran que Fátima tampoco había acudido a estas instancias en busca de ayuda. No obtuvimos respuesta de si había solicitado algún tipo de prestación para la dependencia, a la que por su estado de salud habría podido tener derecho.

En el caso concreto de la Ciudad Autónoma de Melilla, sus responsables políticos no han respondido a las peticiones que ha realizado el equipo de #PorTodas de acceder a esta información en reiteradas ocasiones entre enero y julio de 2019.

El presunto autor del crimen

Rogelio tenía 66 años en el momento de los hechos. Había pasado los últimos 40 viviendo en Melilla, a donde había llegado siendo un veinteañero como legionario. Procedía de una familia dedicada a las labores del campo, como la mayoría de los vecinos de su pueblo natal, Frigiliana (Málaga), en el momento en el que partió. Según personas de su entorno, era reservado y poco dado a llamar la atención.

Se casó con Fátima cuando ella tenía 36 años y él 39. Ambos viajaban al menos una vez al año al pueblo del militar para visitar a su familia, con la que mantenían el contacto de manera habitual por teléfono.

Ella trabajaba como ama de casa, y cuando él se jubiló ambos vivían de su exigua pensión.

Entorno y familia

El vecindario de la Barriada de San Pablo de Asís, donde vivieron Fátima y Rogelio durante los últimos 20 años, recuerda a la víctima como una mujer agradable que se fue apagando y recluyendo por la depresión y la enfermedad.

De su familia en Fez poco se sabe más allá de que tenía varios hermanos. Rogelio y Fátima criaron a un sobrino que no hemos logrado localizar y, pasada la cuarentena, presentaron ante la Administración española una solicitud de adopción que nunca cristalizó, según su entorno.

Dos mujeres pasean por el paseo marítimo de Melilla

La Administración

Dos días después de los hechos, y de que la Unidad de Coordinación contra la Violencia de Género de la Delegación del Gobierno de Melilla confirmase que había sido un asesinato machista, se convocó un minuto de silencio en repulsa de esta problemática y en memoria de la víctima. En estos cinco años no se ha vuelto a convocar ningún acto ni se ha colocado una placa, un monolito ni ningún símbolo en su recuerdo, pese a que el caso de Fátima consta en el listado de las más de 1.000 mujeres que han sido asesinadas por violencia de género en España desde la aprobación de la Ley Integral contra la misma de 2004.

El equipo de #PorTodas ha solicitado al gobierno de la Ciudad Autónoma de Melilla información sobre los presupuestos y los recursos destinados a las mujeres afectadas por las violencias machistas vía telefónica, email y personándose en su sede hasta en tres ocasiones entre febrero y julio de 2019. No hemos obtenido respuesta, por lo que los datos que publicamos son los pocos que se han hecho públicos oficialmente. Hay que recordar que hasta las elecciones municipales de mayo, la ciudad fronteriza estuvo presidida desde el año 2000 por Juan José Imbroda, del Partido Popular. Sus cuatro mandatos se han caracterizado por los escándalos de corrupción y la opacidad.

Melilla cuenta con una oficina de atención a las víctimas de violencia de género dentro del edificio de la Consejería de Juventud, Igualdad y Deporte, que alberga también la viceconsejería de la Mujer. En sus dependencias, según hemos podido constatar de manera presencial, hay a disposición de las mujeres que quieran asesorarse sobre esta cuestión una asesora jurídica, una trabajadora social y un psicólogo.

El Área de la Mujer contó en 2014 con un presupuesto de 336.651 euros, la Unidad Observatorio de Igualdad con 102.278 euros y el punto de encuentro familiar con 200.000 euros. En el caso de Cruz Roja, el presupuesto oficial total que recibió –no solo para el centro de acogida por violencia de género– fue de 152.000 euros.
Si hubo más partidas destinadas a esta problemática, no están especificadas en el presupuesto de aquel año.

En 2019, Melilla recibió 1,2 millones de euros correspondientes al Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Imbroda anunció en enero que los destinaría a un “ambicioso proyecto” de educación y sensibilización, así como de asesoramiento y apoyo a las mujeres para que puedan conciliar el cuidado de sus hijos e hijas con la inserción laboral.

El nuevo gobierno de coalición que salió en las elecciones de mayo, presidido por Ciudadanos con consejerías a cargo del PSOE y de Coalición por Melilla, no se ha pronunciado aún sobre si mantendrá este programa en los mismos términos. Ateniéndonos a las cifras públicas, el presupuesto destinado a la violencia de género se habría duplicado en este último año gracias a la partida del Pacto de Estado.

La sentencia

Rogelio no pudo ser enjuiciado porque se suicidó. Y la ley determina que cuando muere el presunto autor de los hechos se decreta el archivo de la causa. En 2014 fue uno de los 17 suicidios recogidos en el informe elaborado por el Consejo General del Poder Judicial sobre los asesinatos machistas de ese año.

Edificio del juzgado de violencia de género de Melilla

El tratamiento mediático

En general, encontramos que se recurre fundamentalmente a las fuentes oficiales y al vecindario. Desde el primer momento se presenta como un caso de violencia de género dado que inmediatamente lo reconoció como tal la Delegación del Gobierno.
La mayoría de las informaciones se centraron en las circunstancias que, según las primeras investigaciones, habrían rodeado a los hechos y al papel que jugaron los vecinos dando la voz de alerta a las autoridades. Las últimas informaciones aparecen publicadas dos días después del degollamiento de Fátima, cuando el gobierno de la ciudad convocó un minuto de silencio.

Cinco años después

El equipo de #PorTodas se ha personado en varias ocasiones entre enero y julio de este año en la Consejería de Bienestar Social, en las oficinas de Servicios Sociales y en la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, y ha mantenido entrevistas con fuentes policiales y judiciales para investigar el caso de Fátima. Ninguna de las personas consultadas recordaba en un primer momento este crimen.

Fátima no había denunciado malos tratos, vivía en una barriada marginalizada y era una mujer de más de 60 años, factores que han favorecido que su asesinato se borrara de la memoria colectiva de los feminicidios. Pero, probablemente, si por algo muchos interpretaron que se trataba de un ‘asesinato por piedad’ – aquel que tiene como objetivo acabar con el sufrimiento de una persona–, es porque, como en la película de Michael Haneke Amor, era el hombre el que se había visto forzado a hacerse cargo del trabajo del mantenimiento del hogar y del cuidado de la mujer. Lo que llevan haciendo las mujeres toda la historia de la humanidad sin reconocimiento alguno, es interpretado socialmente como un detonante o un eximente cuando un hombre comete un feminicidio. Precisamente por ello es violencia machista.

[Este reportaje fue elaborado entre enero y agosto de 2019 y podrá ser actualizado en el futuro.]

Poemas contra la violencia de género colocados en las calles de Melilla el 8M por parte de la Unidad de Coordinación contra la Violencia de Género de la Delegación del Gobierno, dirigida en ese momento por Elena Fernández Treviño.