11/55
Mercè

Asesinada en Barcelona
el 26 de febrero de 2014

Texto: Meritxell Rigol

Fotografías: Kike Rincón

Nueva Zelanda es un lugar lejano desde nuestras latitudes. Pero nunca Nueva Zelanda le había parecido tan lejos. “El viaje hasta Barcelona fue un vía crucis”, recuerda Ruth. Cuarenta horas, con escala en Dubai, pasaron antes de poder juntarse con sus hermanos para despedir a su madre. Y, también, para ver a su padre en unas condiciones que, remarca Ruth, jamás hubieran imaginado. “Al recibir el mensaje de mi hermano, pensé que mi padre había muerto. Estaba delicado, había tenido dos infartos… Fue un shock saber que quien había muerto era mi madre”, explica. Su padre la había asesinado.

“Ruth, tienes que venir”. Sin detalles. La inquietud con la que se quedó tras la breve conversación con su hermano Jordi la llevó a conectarse y a ojear los digitales. En busca de nada en concreto, encontró una foto del portal de casa de sus padres y, debajo, un titular que completaba lo que su hermano no quiso, o no pudo, explicarle en ese momento a distancia.

“Ruth, ven ya”, reproduce también Jordi, al recordar el principio de este episodio que, insiste como su hermana, nunca hubieran imaginado. Fue él quien recibió la llamada de la Policía comunicando la detención de su padre. “Yendo para allí pensé que había tenido un accidente y que había atropellado a alguien. Cuando llego y me dicen lo que ha pasado… Me quedé blanco. Y empezó todo. Fue un infierno”, explica.

Mercè Jané vivía en el barrio de la Salut (Barcelona) con Josep Asensio, el hombre con quien compartió cerca de 50 años de convivencia, tres hijos y varios nietos. Compartieron también décadas de tiempo en familia en el pueblo de l’Alt Empordà en el que Mercè había crecido. Compartieron partidos de tenis mientras el físico se lo permitió y, en los últimos años, sobre todo partidas de dominó, explica el hijo de la pareja. Sobre la relación, Jordi y Ruth mencionan también las discusiones. Según explican, el gasto descontrolado de dinero era un caldo de tensión que hervía en casa desde hacía muchos años.

Mercè sufría adicción al juego, un trastorno de salud mental que, recoge la Agencia de Salud Pública de Barcelona, no solo implica problemas económicos, sino que se le añaden problemas interpersonales, dado que esta enfermedad afecta también al entorno de la persona que la padece.

“Mi madre era encantadora, la alegría de la huerta. Pero robaba y mentía por la ludopatía. Esto nos preocupaba a todos”, afirma Jordi. Cuenta que con su padre habían hablado de hacer algo ante el problema de salud de Mercè, pero que quedó pendiente. “Ella huía de abordarlo. Recuerdo que con 18 o 19 años le ofrecí un trato: yo dejo de fumar a cambio de que tú dejes de ir al bingo. Se enfadó. Se fue. Con mi padre discutían por esto, pero mi madre miedo no tenía. Ni motivos para tenerlo por lo que sé yo”, explica Jordi.

“Normalmente en las parejas heterosexuales tradicionales, cuando el hombre tiene un problema, lo que tienden a hacer las mujeres es a buscar recursos: ir al médico para ver qué pueden hacer por él, ir a servicios sociales… en definitiva, intentan cuidar”, observa Beatriu Masià, terapeuta experta en la atención a mujeres en situación de violencia machista en el ámbito de la pareja. “Tenemos que preguntarnos qué pasa cuando son los hombres los que tienen que cuidar y no se les ha enseñado ni a darle importancia al cuidado, no tienen las herramientas para hacerlo o consideran que no es lo que tienen que hacer; que esto no les toca”, añade.

En una ocasión, Ruth se dirigió a Jugadores Anónimos para ver cómo podía ayudar a su madre. “Fue frustrante. Tiene que ser la persona afectada quien tome la decisión de dejarlo”, comparte. “Convivir con una persona con esta enfermedad es muy complicado y mis padres no sabían afrontar los problemas. Había discusiones, pero no conversación constructiva. La relación era muy distante y yo creo que el problema de mi madre era una válvula de escape para ella”, considera.

Salud mental descuidada, riesgo ante la violencia

Prisión La Modelo, donde el asesino confeso murió a los meses de ser internado. Actualmente, ya en desuso.

El grupo de psiquiatría y salud mental del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge y el Hospital de Bellvitge con la UAB han liderado dos recientes estudios en los que detectan que hombres y mujeres presentan perfiles diferentes en los trastornos vinculados al juego de apuestas, así como en la evolución a los estados más graves de la enfermedad. En el caso de las mujeres, observan que es a menudo tras situaciones traumáticas o estresantes cuando empiezan a jugar de forma problemática.

Como toda adicción, la ludopatía habla de un malestar”, afirma Masià, quien remarca el peso del estigma que se le añade en el caso de ser mujeres quienes la padecen. “Si eres mujer y tienes una adicción, algo para lo que la sociedad te da mucho menos permiso que a los hombres, se lee como resultado de no haber sabido hacer suficientemente bien alguna cosa, en lugar de leerse como efecto de algo traumático que ha vivido la persona, en lo que sabemos que, a menudo, los estereotipos de género tienen mucho que ver”, analiza la terapeuta. Lo ejemplifica recordando cómo, en diversos casos que ha conocido en su experiencia de atención a mujeres, la adicción al juego es una consecuencia de experiencias de violencia sexual.

También en su trayectoria como terapeuta, Masià ha visto que muchas mujeres que no encuentran salida ante la situación de violencia por parte de la pareja, recurren al alcohol y a otras sustancias tóxicas, así como a otras dependencias, y sitúa el hecho de sufrir una adicción como un factor de riesgo más, “sobre todo por cómo será atendida y tratada la mujer en los servicios, y por la valoración que se hará de su caso”. “Las mujeres con adicciones que consultan sobre su situación de salud, también en muchos casos acaban adictas a fármacos recetados, algo que es demasiado habitual ante la falta de tiempo de preguntar qué es lo que le pasa exactamente a la persona que acude al médico y de acompañarla a partir de aquí”, denuncia Masià.

Según la Agencia de Salud Pública de Barcelona, quienes sufren trastorno del juego tienen más probabilidades de desarrollar cuadros psicopatológicos como la depresión y la ansiedad. Parece que, con un u otro origen, Mercè presentó síntomas que llevaron a su médico de cabecera a recetarle ansiolíticos. Ruth lamenta que, en cambio, en ningún momento se la derivara para recibir atención psicológica. “Son solo suposiciones, pero a menudo he pensado que quizás esto hubiera cambiado las cosas”, comparte.

Según cifra un estudio sobre la violencia de género contra mujeres mayores de 65 años, publicado en 2019 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, siete de cada diez mujeres encuestadas declararon sentir tristeza, ansiedad o angustia. Alrededor de tres de cada diez, refirieron problemas de salud mental como ansiedad y/o depresión. La mayoría (59%) no estaban recibiendo tratamiento psicológico o psiquiátrico.

Las bofetadas, en casa, eran verbales, dice Ruth. “Mi padre nunca nos pegó. Nos insultaba. De sus reacciones a veces teníamos miedo porque era muy cruel. Pero lo normalizamos”, explica.

Carme Valls, médica autora de Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing, 2020), explica que la violencia dentro de la pareja se puede ejercer por mecanismos sutiles que, durante la convivencia, van minando lentamente las defensas y la autoestima de quien no tiene “recursos económicos, sociales o emocionales” para alejarse del agresor, cosa que, a largo plazo, se puede manifestar en ansiedad y depresión. “Si la visita médica es rápida y no da espacio para que la mujer pueda expresarse, es más que probable que las causas de esta ansiedad o depresión permanezcan ocultas e invisibles para la medicina”, critica.

Más años, menos alarmas

Según el citado estudio sobre la violencia de género en mujeres mayores de 65 años, cuatro de cada diez mujeres encuestadas llevaban por lo menos 40 años sufriendo violencia por parte de su pareja. Cerca de tres de cada diez, entre 20 y 30 años. “La violencia de género contra las mujeres mayores es un fenómeno menos denunciado y menos atendido y entendido por el entorno y los recursos públicos”, concluye el estudio, que también sitúa la dependencia económica y el temor a dañar las relaciones familiares como frenos de las mujeres de más edad a la hora de denunciar la violencia recibida por parte de su pareja. Mercè pasaba de los 75 años cuando fue asesinada en febrero de 2014 por su marido, de la misma edad.

“Muchas mujeres mayores sufren muchísimo dentro de la pareja, hay un sostenimiento de la violencia en el tiempo, una latencia que puede acabar en feminicidio”, afirma Masià, a la vez que remarca la dificultad de las mujeres de más edad para identificar como violencia “aquello con lo que se ha vivido toda la vida”. “Reconocer que tu vida ha sido así es un ejercicio que implica mucho dolor en las mujeres, por esto tenemos que entender que, si se puede reconocer acompañada y con mucho cuidado, estará bien; pero que muchas no lo podrán hacer, porque no tendrán las condiciones para ello”, explica la terapeuta.

Solo tres de cada diez mujeres de 65 y más años dejaron la relación a causa de la violencia de la pareja, según cifra la última macroencuesta sobre violencia de género del Gobierno. En las menores de 65 años, la cifra es más del doble: siete de cada diez  dejaron la relación a raíz de la violencia de su pareja.

Acudir a la Policía o al juzgado a denunciar los hechos, dirigirse a servicios sociales o sanitarios para explicar lo sucedido o hablar de su situación con alguna persona familiar o conocida, son recursos ante la violencia machista que han utilizado un 68,4% de las mujeres de más edad. Las mujeres de menos de 65 años han recurrido más a alguna de estas opciones, en un 83,5% de los casos, ante situaciones de violencia machista, según la macroencuesta de violencia de género.

A la dificultad de identificar la violencia, “por la cultura generacional y el contexto en el que han crecido”, Neus Pociello, directora de la Fundación Aroa y miembro de Older Women’s Network Europe y del Observatorio Europeo sobre Violencia contra las Mujeres y Niñas, señala que la discriminación edadista también dificulta que las mujeres de más edad encuentren salidas ante las situaciones de violencia.

“En su presente, estas mujeres están viviendo los efectos acumulativos de las discriminaciones, desigualdades y violencias machistas sufridas a lo largo de su vida, y una constante debido al edadismo es justificar más los abusos y violencias contra las mujeres de más edad; que queden mucho más normalizados, tolerados e invisibilizados a nivel social cuando las afectadas son mujeres mayores”, explica Pociello, quien lamenta que lo habitual sea dar el caso por perdido. “Se dicen cosas como que ‘se queja, pero es que ella se queja por todo’ o ‘es que siempre ha sido así y está acostumbrada’ o ‘mira, le daremos unas pastillas y que duerma tranquila’”, ejemplifica.

De las mujeres de 65 años y más en situación de violencia en la pareja que consultaron a algún familiar directo, poco más de la mitad (un 52,9%) recibió el consejo de dejar la relación. La cifra supera las ocho de cada diez (84,1%) en las menores de 65. En el caso de amistades y personas conocidas que les recomendaron acabar con la relación, la cifra se eleva un poco y llega al 63,5% entre las mujeres de 65 y más. Para las más jóvenes de 65, la cifra se acerca a 9 de cada diez (87,9%).

Explica Ruth que en el caso de Mercè y su marido las discusiones eran algo de siempre. “Y luego creces y ves que no es normal”, valora. Ella es la menor de los hijos que tuvo el matrimonio. Dice que quizás su hermano y su hermana explicarían otra historia, la que percibieron en una infancia que empezaron 10 y 12 años antes que ella. “Cuando yo nací la relación de mis padres estaba más de capa caída y creo que hoy en día se hubieran separado. Pero tenían la mentalidad de que esto rompía la familia que ellos, en su infancia, no habían tenido”, intuye.

Cuando ocurrió el asesinato, diferentes asociaciones de manifestaron en repulsa en la plaza de la Vila de Gracià.

El peso del franquismo: de lo público a la intimidad

Mercè empezó a trabajar de niña, a 200 kilómetros de Barcelona, donde se quedaron su padre y una hermana pequeña. Su padre tenía dificultades para encontrar trabajo después de la guerra, por su actividad política anarquista, explica Ruth. Poco después de perder a su madre, Mercè ingresó en un orfanato y no pasaba de los 13 años cuando la mandaron a un pueblo de l’Alt Empordà para limpiar y cocinar en una fonda. “Tuvo suerte, eran buena gente, no tenían hijos y la adoptaron”, explica Ruth.

Llegó a acceder a estudios de magisterio, en Girona, ciudad donde coincidió con quien sería su futuro marido. “Era una mujer inteligente, pero se quedó embarazada y se casó con mi padre”, resume Ruth. Mercè no llegó a ejercer de profesora ni trabajó remuneradamente tras el matrimonio.

Mercè, como tantas otras mujeres, entendía que casarse era aguantarse. Así lo describe Ruth, que se refiere a su madre como víctima de una sociedad en la que las mujeres no tenían ningún valor y en la que fueron educadas para ser sumisas. “La de mis padres es una generación que ha crecido en la represión, sobre todo las mujeres, en un patriarcado muy duro en el que no tenían apenas derecho a nada”, pone sobre la mesa.

Durante la dictadura, los mandatos de género eran mucho más duros y “su integración implica una aceptación de la violencia, sea del nivel que sea, los años que sea, asumida como parte de la relación de poder entre hombre y mujer en el marco de la relación afectivosexual”, expone Pociello.

Abandonar el hogar no era una posibilidad en el discurso transmitido, ni tan solo entre mujeres. Las mujeres que se atrevieron a separarse eran pocas y muy sancionadas. Como también lo eran las mujeres con hijos fuera del matrimonio. El marido de Mercè, Josep, era hijo de madre en solitario. “Puedes imaginarte lo bien que lo trataban los curas en la escuela, los vecinos, los otros niños… Él venía roto”, dice sobre su padre Ruth.

Según observa Masià, el peso y rigidez de los mandatos de género durante el franquismo suponen una pieza que ayuda a entender “la desesperación de un hombre que se encuentra con una mujer que se gasta el dinero y de la cual no sabe cuidar”, en referencia a la vivencia del marido de Mercè. “Las mujeres, cuando no pueden más, quizás se suicidan o se van o delinquen, pero las mujeres no matan de manera estadísticamente significativa”, razona la experta en violencias machistas. “Este hombre tuvo el permiso simbólico de matar y esto tiene que ver con quienes tienen la legitimidad de usar el poder y la fuerza, algo que vemos aún cada día: los hombres tienen este permiso ancestral, las mujeres no”, expone.

Desde el año 2003 hasta hoy, más de 1.080 mujeres han sido asesinadas por violencia machista en el Estado, de acuerdo con las cifras oficiales, es decir, las que responden a asesinatos de mujeres a manos del hombre con quien tenían una relación de pareja o con quien la habían mantenido.

Punto Lila creado dentro del plan comunitario del barrio de la Salut, llamado ‘Salutem’, para promover la información sobre los recursos de atención a las mujeres ante situaciones de violencia.

“Mis padres tenían una relación tóxica, pero no era una relación de maltrato de libro, eso de ‘mi padre pega a mi madre’. Esto sí que te hace saltar las alarmas, ¿pero pasar de insultarla a dispararle? Nunca lo vimos venir. No sabremos nunca lo que pasó allí”, narra Ruth, durante el esfuerzo que le supone estar atendiendo a esta entrevista. Acepta participar, dice, porque su madre no merece ser olvidada. Y por si su experiencia puede ayudar a otras personas, remarca. En términos parecidos se expresa también Jordi.

Sobre su madre, él nos dice que no la percibía sometida y que no estaba ni controlada ni aislada, que, de hecho, era muy sociable. Y que estaba llena de vida. “Mis padres no se trataban bien, daba la sensación de que el amor se había acabado, pero nada nos llevaba a pensar que esto acabaría así. Nos vino de golpe. Fue algo que pasó un día. Y fue así”, comparte Jordi, durante el duro y generoso ejercicio de narrar su historia.

Amanecer en el mar Mediterráneo.

Violencias previas

Con mal carácter, arisco y con un pronto horroroso, dentro de casa. Simpático y sociable, fuera de ella. “Era nuestro padre y le aprendimos a querer así”, dice Ruth. Tanto ella como Jordi afirman que nunca habían presenciado ni sido conocedores de que hubiera ejercido violencia contra su madre previa al feminicidio. “A veces pienso que esto que nos ha pasado le puede tocar a cualquiera. Y nos ha tocado a nosotros. En nuestro caso, a diferencia de otros con este final terrible, no había violencia en casa. Lo único es que mis padres discutían, por el dinero”, dice Jordi.

La terapeuta Beatriu Masià explica que, si bien muchas veces cuando hablamos de violencia machista en la relación de pareja, tenemos unos ítems que fácilmente identificamos como alarmas –miedo, aislamiento, control de la mujer–, la violencia machista dentro de la relación de pareja implica un abanico más amplio de formas. “Puede existir un maltrato psicológico que, en cierto modo, podríamos calificar como de baja intensidad y que muchas veces es difícilmente identificable”, apunta la terapeuta.

El menosprecio y la desvalorización responderían a ello. ”En ocasiones hay indicios y situaciones dentro de la pareja que nadie piensa que llegarán donde llegan. Y son situaciones mantenidas en el tiempo, que se van sosteniendo y que en un momento dado, por alguna situación concreta, pueden estallar así, en el asesinato de la mujer”, explica Masià. Sobre el caso de Mercè, observa que puede ser que la violencia por parte de su marido fuera “cosa de un día y extrema, porque no siempre podemos prever todas las actuaciones humanas”. Ahora bien, esta experta, cofundadora de la histórica el espacio Tamaia viure sense violència, un referente en la atención a mujeres en situación de violencia dentro de la pareja en Catalunya, remarca una pieza que nos falta: saber cuáles eran las vivencias de la mujer dentro de su relación íntima de pareja. “Aquí tenemos un vacío de información”, plantea Masià.

Según el informe del año 2014 del Consejo General del Poder Judicial sobre víctimas mortales de la violencia de género, 18 de las 55 mujeres asesinadas por su pareja o expareja habían presentado denuncia. Suponen un 33%. “Las mujeres más jóvenes fueron las que más decidieron a acudir a la justicia mientras que las mujeres más mayores no han accedido a ella”, observa el informe. Cerca del 78% de las mujeres víctimas de feminicidio que habían denunciado tenían entre 16 y 45 años.

Cinco de las 55 mujeres víctimas oficiales de feminicidio en 2014 tenían entre 75 y 84 años. Una de ellas era Mercè, quien no vio necesidad o posibilidad de presentar denuncia contra su marido en ninguna ocasión. Tampoco lo consideró oportuno nadie de su entorno.

Si bien algún vecino explicó a la prensa tras el asesinato que se oían a menudo fuertes discusiones, los Mossos d’Esquadra indican que no tenían ningún aviso previo que alertara de una posible situación de violencia de género. 

Mi padre como marido fue tóxico, un tío que no recomendarías a ninguna de tus amigas. Era desagradable, gritaba, nos insultaba y ponía los cuernos a mi madre. Esto la destrozaba. No separándose, y dándonos estudios y todo lo que necesitábamos, él consideraba que ya había cumplido. No tenía interés en hablar con nosotros. Era muy distante”, explica Ruth.

Los hijos de Mercè desconocen qué hecho en concreto desencadenó la enésima discusión que, la tarde del 26 de febrero de siete años atrás, Josep Asensio terminó con un disparo contra Mercè.

El asesino confeso

Fue detenido la misma tarde del asesinato, tras el aviso de un vecino a los Mossos d’Esquadra. Según informó el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, el juzgado número 4 de violencia contra la mujer decretó prisión provisional sin fianza.

“Yendo para la cárcel no sabía si le pegaría una bofetada o le daría un abrazo”, dice Ruth. “No sabía qué me podría salir en ese momento. Estábamos como robots. No podíamos reaccionar a nada. No teníamos ni rabia. Un poco de ayuda nos hubiera ido bien ante esta situación”, plantea.

Josep Asensio era anticuario. Estaba especializado en pistolas de duelo, una actividad comercial para la que requería licencia de armas. “Había vivido en Alemania y en Francia y por sí mismo aprendió idiomas e historia del arte”, explica Ruth sobre su padre.

Cuatro meses después del crimen, Josep Asensio murió. El juicio por el asesinato de Mercè no llegó a producirse. “Fuimos a la Modelo a visitarle cada semana durante estos cuatro meses”, explica Jordi. “Lo primero que nos dijo es que se había equivocado, que lo sentía mucho, y que nuestra madre era una mujer encantadora y que no lo quería hacer. Mi padre me dijo que la quería asustar y a mi padre me lo tengo que creer. Pero el resultado fue que la mató”, comparte Jordi.

“Quería asustarla”, recuerda también Ruth, de las explicaciones de su padre. “Se entregó a la Policía, creo que ni él mismo se creía lo que había hecho. Lo vimos muy mal. Nos pidió muchas veces perdón. No paraba de decir que nuestra madre era una buena mujer y que la quería mucho”, dice Ruth.

Bárbara Melenchón, responsable del Departamento de Información y Atención a las Mujeres del Ayuntamiento de Barcelona, explica que sufrir violencia psicológica no significa que en el futuro la mujer no vaya a recibir violencia física. “Esto no tiene freno: la violencia se cronifica, a medida que pasan los años, recuperarse es más duro para las mujeres y cualquier situación que altere el ecosistema del maltratador –porque le bajan el sueldo, porque pierde el trabajo, porque se rompe una pierna, porque ella quiere dejar la relación, por una situación de dependencia que requiere cuidados, por una enfermedad, por problemas económicos…– puede suponer un elemento de tensión y un factor de riesgo para la mujer”, expone.

La Administración

Tras el feminicidio de Mercè, el Ayuntamiento de Barcelona, con Xavier Trias (CiU) en la alcaldía, emitió un comunicado de condena a esta “grave vulneración de los derechos humanos”. También fue convocada una concentración desde el Distrito de Gracia y su Consejo de las Mujeres, al día siguiente del asesinato.

“Tenemos que seguir pidiendo a las personas, y sobre todo a las mujeres, que pueden ver que hay algún tipo de posibilidad de violencia de género, que sepan que tienen unos servicios y posibilidad de denuncia, que estamos a su lado”, declaró quien en el momento era teniente de alcalde de igualdad, Maite Fandos (CiU), a los micrófonos de algunas televisiones, tras el minuto de silencio en recuerdo de la víctima.

En ese momento, el Ayuntamiento de Barcelona aún no se personaba como acusación en los procedimientos judiciales de asesinatos por violencia machista. Esta decisión se incorporó con el gobierno de Barcelona En Comú, encabezado por Ada Colau y con Laura Pérez a cargo de la concejalía de Feminismos.

También desde 2016, existe un protocolo de duelo en la ciudad que se activa cada vez que se conoce un feminicidio. Además de articular desde el Ayuntamiento una convocatoria pública de rechazo a la violencia machista y en recuerdo de la víctima, el protocolo implica la activación de un gabinete de crisis que reúne al departamento de Feminismos del consistorio, el Instituto Municipal de Servicios Sociales, el Centro de Emergencias y Urgencias Sociales de Barcelona, el Servicio Especializado en Atención ante la Violencia Machista de la Ciudad (SARA) y a Mossos d’Esquadra. Todos ellos se reúnen a las pocas horas del asesinato para compartir y analizar la información de que dispone cada servicio sobre el caso.

Posteriormente, a las 24 horas de dicha reunión, se celebra una segunda en la que, explica el documento del protocolo, se profundiza en la información que se ha podido obtener y se valora si se debe incorporar a otros actores, como el Consorcio de la Salud o el Consorcio de Educación, según el caso.

Un més después, se celebra una comisión para analizar y valorar la actuación de los servicios públicos que intervinieron, revisar protocolos y derivaciones, valorar su funcionamiento y hacer recomendaciones, con el objetivo de “ir mejorando la coordinación y la prevención, detección y atención”.

¿Qué demanda había expresado la mujer? ¿Había conocimiento de la violencia por parte de los servicios que tenían relación con ella y su entorno? ¿Se le había realizado una valoración del riesgo? Son algunas de las preguntas que exploran conjuntamente. “Nos sirve para ver qué funciona y dónde tenemos que poner esfuerzos, por ejemplo, de formación, para tener herramientas y que los servicios que no tenían históricamente activada esta mirada de atención a la violencia también estén alerta”, explica Melenchón.

Si bien Masià valora que, con el paso de los años, ha ido mejorando la capacidad de detectar la violencia machista en los servicios generalistas, como los servicios sociales y sanitarios de atención primaria, “las profesionales están a menudo en situaciones de mucha precariedad y la formación no es la que tendría que ser; es limitada”. Por ello, denuncia la experta, queda mucho para que “la capacidad de detectar las situaciones de violencia, sobre todo de violencia psicológica, sea suficiente y generalizada”.

En la misma dirección apuntó el informe de evaluación del circuito Barcelona contra las violencias machistas que encargó el Ayuntamiento en 2016. El documento indica que los servicios no específicos de violencia machista son “poco eficaces” en la detección de la violencia, a pesar de tener un “papel estratégico” en la detección de casos.

Entre los motivos que explican esas deficiencias, destacan la presión asistencial y la consiguiente dificultad para crear vínculo, la irregularidad en la utilización de herramientas de detección de la violencia machista, así como la falta de perspectiva para ver los indicadores de la violencia y la ausencia de protocolos o su débil implementación.

“Hay situaciones muy sostenidas de abuso psicológico, económico y de control y muchas mujeres mayores no se separarán, porque, además, las condiciones económicas de las mujeres son más precarias; las pensiones son más bajas”, pone sobre la mesa Masià, como punto a tener en cuenta para “no victimizarlas más” si estas mujeres llegan a ser atendidas en servicios públicos que identifican su situación de violencia.

“Sabiendo esto, se trata de que los servicios se pregunten de qué modo pueden ayudar a la mujer a protegerse y a mejorar sus condiciones de vida, porque nos llenamos la boca con la idea de poner a las mujeres en el centro y demasiadas veces el ofrecimiento de las ayudas ante situaciones de violencia es demasiado lineal para ser válido para todas las mujeres”, plantea.

No dejar pasar ni media, tampoco con las mujeres de más edad

El informe de evaluación del circuito Barcelona contra las violencias machistas detectó la necesidad de ampliar la cobertura de perfiles atendidos. Concretamente, los grupos poblacionales que menciona son personas LGTBI, hijos e hijas de mujeres afectadas por violencia machista y hombres que ejercen violencia. No aparece ninguna mención específica a las mujeres de más edad, ni medidas orientadas a mejorar su acceso y atención.

Las mujeres mayores tampoco aparecen identificadas entre los grupos con más dificultades de accesibilidad al circuito, ni entre los que cuesta más detectar la violencia machista. Entre estos, se explicitan las adolescentes, las mujeres de “clase social alta”, las mujeres extranjeras y las mujeres con diversidad funcional.

A pesar de esto, Melenchón afirma que las mujeres de más edad son un grupo de población que “preocupa” al Ayuntamiento en su acción frente a la violencia machista. En los casos de feminicidio de mujeres de edad avanzada que han ocurrido en la ciudad, reconoce que los servicios que atendían a las familias no habían detectado la situación de violencia. “Pensaban que había conflictos en la pareja, quizás incluso violencia cruzada, pero con el análisis de los casos de feminicidio vimos que se trataba de mujeres mayores que tienen normalizada la violencia y también detectamos que hay cierto riesgo cuando el hombre se convierte en el cuidador principal”, explica la responsable de atención e información a las mujeres del consistorio barcelonés.

“El edadismo, como el machismo, lo tenemos incorporado todas las personas y el sistema de recursos no ha incorporado la perspectiva de ciclo vital, por lo que urge adaptarlo para que garantice vidas libres de violencias en cualquier momento de la vida a las mujeres”, considera Pociello, ante lo que considera un vacío de atención adecuada, y a tiempo, a las mujeres de más edad.

El circuito Barcelona contra las violencias machistas, con más de 20 años de trayectoria, se compone de diez circuitos territoriales de atención, uno por distrito de la ciudad, e implica cerca de 300 profesionales, según cifra el documento de evaluación que encargó el Ayuntamiento. Una de las deficiencias detectadas fueron las disfunciones que emergen cuando la situación de violencia se cruza con otras problemáticas y se da un abordaje fragmentado de los diversos problemas de la mujer o también cuando el estigma impacta en la atención. Las mujeres con trastornos de salud mental son uno de los colectivos mencionados en el informe.

Centro de atención primaria CAP Larrard en el barri de La Salut en Barcelona.

Entorno y familia

Algunas autoridades y vecinas acudieron a la concentración convocada ante la sede del Ayuntamiento, en la Plaza de la Vila, la tarde después del asesinato de Mercè. También la Assemblea Feminista de Gracia convocó una concentración y llamó a salir a la calle para condenar el feminicidio de su vecina. “No hemos vuelto a tener un feminicidio en el barrio, pero si se da una agresión la respuesta es conjunta desde los distintos colectivos, con la Assemblea Feminista como espacio de referencia, y desde hace años trabajamos con un protocolo para responder a las agresiones machistas”, explica Ainhoa, una de las vecinas que en el momento del feminicidio de Mercè impulsó la movilización feminista. “Denunciarlo en la calle lo hace más visible, no queda en una noticia sobre ‘una mujer más’”, considera, sobre la necesidad de condenar los feminicidios con acciones en el espacio público.

A raíz del desarrollo del plan comunitario del barrio de la Salut, hace un par de años que un grupo de mujeres vinculadas a entidades y algunas profesionales de servicios públicos, impulsaron la iniciativa Vecinas por vecinas, como “respuesta desde la comunidad a la falta de red social con la que se encuentran muchas mujeres cuando han vivido situaciones de violencia machista”, resume Georgina Rosell, técnica comunitaria de este proyecto. “Muchas lo que necesitan en el momento de salir de la situación de violencia es compañía e ir recuperando herramientas, el objetivo es ayudarles a ganar confianza y autonomía, y es algo en lo que podemos aportar desde el barrio”, añade Rosalía Conesa, parte de la asociación de vecinas y vecinos de La Salut-Parc Güell. Entre una y otra, debe haber unos treinta años de distancia. En el trabajo de Vecinas por vecinas se encuentran codo a codo.

Las mujeres acompañadas por esta red vecinal son derivadas desde servicios sociales, desde el centro de atención primaria o desde el Punto de Atención e Información a Mujeres (PIAD), por lo tanto, son casos que se están atendiendo y Vecinas por vecinas supone un apoyo extra, desde la comunidad, que se ofrece a la mujer.

Actualmente, participan como voluntarias unas 15 mujeres, incluyendo una profesional del PIAD, una del centro de atención primaria y una de servicios sociales. Rosell considera que en el proyecto han tenido “suerte” de encontrar a trabajadoras de los servicios comprometidas, “que se implican”, pero que “el reto es que la mirada comunitaria dentro de los servicios la tenga todo el mundo”, considera.

Para mejorar la coordinación entre agentes del entorno, si la mujer lo autoriza, la vecina que ha hecho el acompañamiento envía un correo explicando cómo ha ido a la referente de servicios sociales y a la del centro de atención primaria, para que “estén al tanto de información que pueda ser de interés para responder a las necesidades que expresa la mujer”, especifica la técnica comunitaria. “Hemos provocado que haya más conexión entre servicios sociales y servicios sanitarios, cosa que es importante porque, si esto no está enlazado, hay casos en los que no hay solución posible a las necesidades de las mujeres”, remarca Rosell.

Las vecinas participantes han contado con formación y supervisión de la asociación especializada en el apoyo a mujeres que viven violencia machista Hèlia Dones, creadora de la fórmula Vecinas por vecinas en Barcelona. La formación, explican, se dirige a asegurar que las participantes como voluntarias conocen los recursos de atención existentes y a evitar actitudes que pudieran perjudicar y revictimizar a las mujeres acompañadas.

Hasta el momento, han hecho unos 30 acompañamientos, mayoritariamente médicos y a clases de alfabetización, explican. “Hay casos en los que acompañar es estar juntas, hacer un café, ir a una actividad para conocer a mujeres del barrio o también, si tienen custodia compartida, en el momento que el otro se queda con la criatura, ir con ellas”, explica Conesa. Con la pandemia, el acompañamiento se adaptó y fue telefónico. “Pensábamos que era una tontería, pero el agradecimiento fue muy grande”, destaca Rosell.

Ambas corroboran el estigma de haber vivido violencia machista que permanece en algunas mujeres. La vergüenza de “que se sepa” ha sido el motivo expuesto para preferir no contar con este apoyo en alguna ocasión, explican.

“Por la cultura generacional, hay un fuerte peso del qué dirán, ya que esto es una situación que consideran del ámbito privado. Por ello, coger un teléfono para pedir ayuda o hablar con alguien desconocido, bajo el titular de violencia machista, una mujer de determinada edad no lo hará nunca”, plantea Pociello, como barrera específica entre las mujeres de más edad en situaciones de violencia y los recursos de apoyo que pueda haber en su entorno.

Vecinas por vecinas ha sido uno de los frutos del reciente ejercicio comunitario de remirar el barrio de La Salud con perspectiva de género y desarrollar acciones para responder a necesidades expresadas por mujeres del territorio. Además de crear este grupo, otra de las prioridades fue construir lo que llamaron “punto de información lila”. 

“Necesitamos educar a las mujeres y a los hombres en quererse bien”, reclama Ruth. “En las escuelas se tiene que enseñar a poner el condón, pero también educar para identificar qué te hace sentir bien y qué no, y para evitar lo que te haga sentir mal. Y claro que esto es cosa de los padres, pero muchos no tienen las herramientas. Se tiene que ir con mucho cuidado cuando la autoestima está por el suelo y no hay referentes de relación sana en casa, por lo que necesitamos que estén en la escuela, para garantizar que todo el mundo los pueda tener”, reivindica.

Siete años de distancia han permitido que el asesinato de su madre a manos de su padre pese menos, aunque es algo que, considera Ruth, no se supera. “Lo llevas contigo para siempre”, lanza. Explica que un perdón “no del todo racional” la ha ayudado “a soltar peso”.

Jordi coincide con que los años pasados les han permitido ganar tranquilidad, pero no sanar. “Siempre”, dice para referirse a la perspectiva de la herida. Sin embargo, entre sus hijos, los proyectos profesionales y recurriendo al apoyo psicológico, él y sus hermanas han logrado tirar para adelante.

El tratamiento mediático

Diversos medios catalanes y de ámbito local recogieron el feminicidio de Mercè. La edad de de la víctima y que fuera asesinada con un arma de fuego fueron elementos destacados en las noticias. Una de ellas fue la que hizo saber a Ruth lo acontecido, ya que identificó el portal de casa de sus padres en la imagen que acompañaba la información.

Si bien en los medios analizados suele mencionarse que el de Mercè fue el cuarto asesinato por violencia machista en Cataluña en 2014 -y en ese sentido se transmite que no es un hecho aislado-, el tratamiento de suceso fue generalizado tanto por el tipo de información que se aportaba en las noticias como por el uso de fuentes usadas (policiales y, posteriormente, judiciales).

La mayoría de las piezas no incluyen contexto, sino que se nutren a menudo de detalles que, per se, no favorecen la comprensión del hecho, fruto de la realidad de violencia contra la vida de las mujeres en un orden social de desigualdades que pone las bases de dicha violencia.

También se incorpora en algunas informaciones el testimonio de algún vecino o vecina que señala que las fuertes discusiones, por cuestiones vinculadas al dinero, eran frecuentes en la pareja. Incorporar una fuente especializada en el acompañamiento a mujeres en situaciones de violencia machista, desde el campo de la psicología o de la abogacía, por ejemplo, permitiría aportar un marco contextual a las informaciones que favorecería  la comprensión de esta realidad, a la vez que permitiría introducir en las informaciones reflexiones o recomendaciones que interpelaran a otros agentes del entorno de las mujeres.

En la cobertura del caso de Mercè, se observa en más de una ocasión cómo se asume que los motivos económicos fueron el móvil del asesinato. Es decir, este hecho no se enmarca como un elemento de tensión dentro de una relación de poder desigual que explica que una situación así pueda acabar en el asesinato de una mujer a manos de su pareja hombre.

En cuanto al seguimiento del caso, hubo mucha menos cobertura del ingreso en prisión provisional sin fianza decretado para el asesino confeso días después. Tampoco las muestras públicas de rechazo al feminicidio tuvieron demasiado espacio, excepto en un medio del barrio y en la televisión local de Barcelona.

Si bien varias informaciones indican que no existía denuncia previa por malos tratos, no se señalan las acciones –u omisiones– de otros agentes que, por norma, se mantienen excluidos de las preguntas básicas incorporadas a la hora de elaborar las coberturas informativas de los feminicidios.

Pedir algo más que palabras de condolencia a las autoridades (¿estaba en contacto esta mujer o su entorno con algún servicio público?, ¿habían detectado la situación de violencia?, ¿qué prevén cambiar a raíz de este caso?), así como contar con fuentes expertas en violencias machistas, son dos cambios en la cobertura informativa habitual que encontramos tras los feminicidios que podrían aportar una perspectiva de los hechos en la que la óptica de las responsabilidades se amplíe y, a la vez, que deje de transmitir el generalizado halo de inevitabilidad que envuelve aún los asesinatos machistas.

Cuando ocurrió el asesinato, diferentes asociaciones se manifestaron en repulsa en esta plaza.