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Verónica

Asesinada en Málaga
el 29 de julio de 2014

Texto: Iria Comesaña

Fotografías: Álvaro Minguito

En el dormitorio de Verónica están las mismas fotos que cuando ella dormía allí. Y está, también, una parte de sus cenizas. Ahora ese cuarto lo ocupa su hija. La otra parte de sus cenizas está enterrada en el cementerio de Antequera. Toñi, la madre de Verónica, la abuela de la niña, dice que hasta aquel lugar solo ha ido una vez: “Mi hija no está allí”. Unos años después del asesinato, Toñi se tatuó el nombre de Verónica bajo un gran ángel alado que ocupa la mitad de su espalda.

“El caso de Verónica es una radiografía perfecta de la violencia de género en todos sus parámetros”, resume la fiscal de Violencia sobre la Mujer en Andalucía, Flor de Torres, que ejerció la acusación pública en el juicio por el crimen de la joven, acuchillada por su expareja el 29 de julio de 2014 en Málaga. Tenía 24 años y una hija de cuatro, también hija del asesino.

“Es un caso de maltrato habitual, con un proceso de victimización progresivo, en el que se producen agresiones y la víctima presenta una denuncia, pero la retira y vuelve con el maltratador. Y cuando en una de esas agresiones ella no retira la denuncia y no quiere volver, él la mata. Además, durante todo ese tiempo se produce la victimización directa de la hija que tienen en común, no solo por presenciar esa violencia, sino porque se ejerce también contra ella como forma de castigar a la madre”.

Vistas desde una ventana del bloque en el que Verónica vivió con sus padres.

La relación de Verónica y David duró poco más de cinco años. Y ya en el primero, Verónica pasó una semana en una casa de acogida después de denunciarlo por amenazas. Cinco años después decidió dejarlo, tras sufrir una agresión que la llevó al hospital. Una semana más tarde, después de intentar que volviera con él sin conseguirlo, David la mató. Cómo romper este círculo vicioso del maltrato antes de que sea demasiado tarde y cómo proteger a las víctimas que tratan de escapar de estas situaciones siguen siendo asignaturas pendientes en la lucha social y de las administraciones contra la violencia machista.

La madre de Verónica asegura que siempre supo que la relación no la hacía feliz, que el novio era agresivo y muy posesivo. Que no trabajaba, que dependía de ella pero era quien controlaba el dinero y hasta se lo gastaba en caprichos, según relata, y que la hija que tenían en común “le estorbaba”. Pero Verónica echaba balones fuera, lo justificaba, y Toñi optó por no meterse porque su hija se alejaba de ella para no tener que darle explicaciones. Temía perderlas a ella y a su nieta. No fue consciente de la gravedad de la situación hasta el juicio, al que acudió día tras día, para ir descubriendo los detalles de la asfixiante relación en la que estaba atrapada Verónica.

La sentencia de la Audiencia de Málaga constata que “toda su vida afectiva” se basó en “una relación de pareja conforme al binomio de dominio del acusado y sumisión de Verónica”. Una “conducta reiterada de violencia proyectada en su compañera de forma habitual”, con “exposición directa” sobre la hija, que era sometida por su padre “a castigos de manifiesta desproporción” que influyeron en su desarrollo. Porque la niña “en todo momento fue consciente y testigo presencial” –añade la sentencia– de la violencia hacia su madre y hacia ella misma.

David fue condenado a 19 años y tres meses de cárcel: 17 años y seis meses por el asesinato de Verónica, 15 meses por maltrato habitual en el ámbito familiar y nueve meses más por maltrato a la mujer, así como a pagar indemnizaciones a los padres de Verónica y a su hija. También perdió la patria potestad de la menor, con la que tiene prohibido comunicarse durante 30 años.

La asociación de vecinos de Ciudad Jardín organizó una concentración en homenaje a su vecina asesinada en esta plaza del barrio.

Hoy la niña vive con Toñi, que, aunque no tenía ninguna obligación legal, decidió compartir el tiempo con los abuelos paternos: “Como si fuésemos padres separados, con fines de semana alternos y vacaciones partidas”. Toñi considera que es lo mejor para la nieta. La única condición, desde antes incluso de que la sentencia impidiese a David ver a la pequeña, fue que no tuviese contacto con su padre. “Él no puso objeciones, nunca ha querido ver a la niña”, explica.

Toñi recuerda a su hija cuando vivía en su casa como una niña feliz, aunque seria e introvertida, pero le cuesta hablar de cómo era antes de empezar a salir con David, o de cómo era cuando él no estaba delante. “Es que empezó muy joven y muy rápido. Lo conoció a través de una amiga, y como sus padres lo habían echado de casa porque era muy problemático, se fueron a vivir los tres juntos de alquiler”. Verónica tenía 19 años, y David tres más. Desde el principio, Toñi desconfió de la relación: “Porque él la tenía muy agarrada, era muy posesivo, y ella empezó a alejarse de nosotros. Yo la veía muy poco”.

Ese primer año, durante una discusión, David la amenazó de muerte y Verónica decidió denunciarlo. Toñi la acompañó a la Policía, que la derivó al Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), donde le ofrecieron una plaza en una casa de acogida, y allí se trasladó para protegerse de su agresor. Un juzgado dictó una orden de alejamiento provisional contra él. Pero pasada una semana, Verónica se fue voluntariamente del centro de acogida porque se sentía sola, y volvió a casa de sus padres. Este es otro debate abierto: ¿funcionan las casas de acogida? ¿por qué es la víctima la que tiene que alejarse del entorno?

“Mi hija era débil de carácter, se amoldaba a lo que le dijeran y al final lo perdonó, como hacen muchas mujeres en estos casos. Al poco tiempo se quedó embarazada, y ya no hubo vuelta atrás”, lamenta Toñi. Un mes después, el juzgado dio carpetazo a la denuncia por amenazas porque Verónica se negó a declarar en contra de su pareja.

La cosa no fue a mejor durante el embarazo. Toñi asegura que David llegó a “tirarle una moto encima porque no quería tener a la niña, quería a Verónica para él solo”. Durante todos esos años, Toñi cuenta que él no trabajó nunca: “Mi hija era la que llevaba la comida a casa, pagaba el piso y hasta la Play”. Algunas veces Verónica se duchaba en su casa, y le veía moratones por el cuerpo, pero ella decía que se había dado un golpe con una puerta o se había caído. La pareja también vivió una temporada en el piso de Toñi, que los escuchaba discutir, pero Verónica le quitaba importancia. Lo negaba todo, o decía que él se pasaba jugando.

Toñi se ha tatuado en la espalda un ángel alado, una rosa el nombre de su hija, Verónica.

Toñi se ha tatuado en la espalda un ángel alado, una rosa el nombre de su hija, Verónica.

El 21 de julio de 2014, una semana antes del crimen, Verónica recriminó a su pareja que no trabajara y, durante la discusión, ella resultó agredida al defender a su hija. Toñi recuerda bien el día: “Me llamó por la mañana para decirme que lo había dejado y que si podía ir a por la niña al colegio, que ella estaba en el trabajo. Pero en realidad estaba en el hospital porque él le había pegado”. Derivada de nuevo al IAM, esta vez Verónica no quiso ingresar en un centro de acogida: se sentía segura refugiándose con sus padres. Tampoco acudió directamente a la Policía: fue el servicio de Urgencias del Hospital Carlos Haya el que mandó el parte de lesiones al juzgado.

Los siguientes días, David llamaba insistiendo en que quería ver a su hija. Toñi se estremece ahora al recordar cuántas maniobras hizo para acercarse a la niña –“que no quería ni verlo –dice la abuela– porque le tenía mucho miedo”, y cómo hasta la familia de él impidió que se quedase a solas con la pequeña. “Estoy convencida de que no la quería ver para nada bueno, porque él iba a hacerle daño a Verónica como fuera, y sabía que el daño más grande que podía hacerle era a través de su hija. Ella sentía adoración por su hija, y él no podía soportarlo”, concluye.

La madrugada del 29 de julio, después de haberla llamado por teléfono para saber dónde estaba, David pidió a unos amigos que lo acercaran en coche a casa de los padres de Verónica, donde esperó a que llegara del bar en el que trabajaba. Llevaba escondido un cuchillo de ocho centímetros de largo. Cuando discutieron y ella se negó a retomar la relación, la apuñaló por sorpresa.

Le dio 12 puñaladas, al menos cuatro de ellas mortales. Luego volvió al coche en el que lo esperaban sus amigos y les pidió que lo dejaran en el campo para, según contó a la Policía, tratar de ahorcarse sin conseguirlo. Una versión que Toñi pone en duda: “Es mentira, no tenía ni un rasguño”. Tras un extraño periplo tratando de huir en el que incluso sus padres se negaron a esconderlo, los grupos de intervención especial de la Policía Nacional lo detuvieron al mediodía en la casa de alquiler que compartía con Verónica en El Puerto de la Torre.

Un vecino encontró el cuerpo de Verónica en el rellano del bloque de sus padres. A Toñi la despertó su otro hijo a las cuatro de la mañana, cuando la Policía llamó a su puerta. Le dijeron que era mejor que no bajara a verla. No lo hizo, y cree que fue bueno no quedarse con esa imagen. Durante cinco años estuvo poniendo en el portal rosas rojas, las flores favoritas de su hija, en el aniversario del crimen. Este año ha sido el primero que no lo ha hecho: “Hay que dejarla partir”.

Violencias previas

La violencia había sido un rasgo determinante de la personalidad de David, al que su propio padre definió en el juicio como “agresivo desde pequeño, imponiendo sus propias normas”. Lo habían expulsado del colegio y, cuando conoció a Verónica, sus padres lo habían echado de casa por su mal comportamiento. Nunca había trabajado. Durante el juicio, la novia de uno de sus amigos pidió declarar tras una mampara para no tener que verlo porque le tenía miedo.

Ese carácter se reflejó desde el principio en su relación con Verónica. Los equipos de tratamiento del Instituto de Medicina Legal de Málaga que lo diagnosticaron establecieron que mantuvieron una “relación asimétrica de pareja” durante todo el noviazgo, “condicionada por las imposiciones” a las que la sometía. Tenía una “baja tolerancia a la frustración, que hacía obligatorias sus decisiones y determinaba constantes conductas de control que coartaron la autonomía de Verónica”, lo que derivó en “una vulnerabilidad extrema” de la víctima y de su hija.

La sentencia entiende que esta violencia produjo un “clima de terror” en el hogar: el agresor se mostraba “dominador y altanero sobre la mujer, imponiéndole a Verónica la total sumisión, dirigiéndole palabras injuriosas y humillantes, así como amenazas de muerte, sometiendo a la hija menor a castigos desproporcionados, además de presenciar los diversos episodios violentos que el acusado propiciaba, siempre presididos por ese sentimiento posesivo sobre la mujer que mantuvo hasta el día en que le produjo la muerte”.

Monolito en recuerdo a las víctimas de la violencia de género, en la Alameda de Málaga.

El asesino

David, que tenía 27 años cuando asesinó a Verónica, admitió en el juicio tanto el crimen como las violencias anteriores. Acordó con su abogado unirse al relato de los hechos de la Fiscalía y la acusación particular. También solicitaron la misma condena: todas las partes pidieron los 19 años de cárcel a los que fue condenado. Después de haber sido preso preventivo en Albolote (Granada) y un tiempo en la cárcel malagueña de Alhaurín De la Torre, fue trasladado a una prisión fuera de Andalucía.

El letrado que lo defendió de oficio, Juan José Tirado, explica que su estrategia fue sencilla: ante las evidencias de los delitos, y la posibilidad de una condena mayor, le planteó admitir los hechos tal y como los relataban las acusaciones, “y él accedió a reconocerlos y se mostró arrepentido”.

El abogado, que hasta entonces había formado parte del turno de oficio de violencia de género y por tanto solía defender a las víctimas, renunció a seguir en el turno a raíz de este caso, al entender que sería incoherente. Recuerda que la madre de Verónica se acercó a él durante el juicio para darle ánimos: “Me dijo muy elegantemente que estaba haciendo mi trabajo”.

La sentencia

El juicio con jurado se celebró del 21 al 24 de noviembre de 2016, y la sentencia de la Audiencia de Málaga se dictó el 25-N, Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres. Como el acusado admitió los hechos planteados por la Fiscalía y la familia de Verónica, y coincidió en las condenas que pedían, el propio tribunal señalaba que un asunto menos grave se habría zanjado con un acuerdo, sin celebrar el juicio. Pero dado el alcance de las acusaciones, se revisaron las pruebas y los testimonios, incluidos el del padre del acusado y el de una pareja de amigos de David, que certificaron la “situación de violencia constante” en la que vivía Verónica.

Por el asesinato, la sentencia impuso a David 17 años y seis meses de cárcel, le retiró la patria potestad sobre su hija y le prohibió acercarse a ella a menos de 500 metros durante 25 años. Por el maltrato habitual en el ámbito familiar estableció 15 meses y un día de prisión, la prohibición de tener armas durante cinco años y la de acercarse a su hija durante otros cinco años. Por el maltrato a la mujer, nueve meses de cárcel y prohibición de llevar armas por tres años.

Se fijó una indemnización de 200.000 euros a los padres de la víctima y otros 200.000 a la hija, más 10.100 euros por las lesiones y daños morales sufridos por la menor, y las costas del juicio. Como el condenado nunca había trabajado ni tenía propiedades, las víctimas solo han podido acogerse al fondo que el Estado destina a compensarlas, cuyos límites son muy inferiores. En todo caso, cualquier ganancia que el asesino tenga en el futuro debería destinarse a pagarles.

La fiscal del caso fue Flor de Torres, delegada de Violencia sobre la Mujer en Andalucía y destacada profesional en el ámbito de la Igualdad, donde ha recibido numerosos reconocimientos, incluida la Medalla de Andalucía. En 2021 será una de las 12 mujeres que ilustren el calendario escolar coeducativo que edita la Junta de Andalucía.

De Torres recuerda que una de sus preocupaciones en el juicio fue demostrar el daño sufrido por la hija de la pareja. No como espectadora, sino como víctima de la violencia que su padre ejercía sobre ella para castigar a la madre, como al final recogió la sentencia. La idea está hoy asentada, pero no lo estaba cuando se produjo el crimen: “En aquel momento se estaba peleando mucho en los tribunales para conseguir que los menores fueran considerados víctimas directas de la violencia de género”, rememora. Solo una semana antes del asesinato de Verónica, la Audiencia de Málaga había dictado un auto que lo establecía como doctrina, a raíz del asesinato de una menor a manos de su padre en 2013, en el que De Torres ejerció la acusación pública. “A partir de entonces, los menores asesinados comenzaron a contabilizarse en las estadísticas de violencia de género”, señala.

Es, según explica la fiscal, uno de los cambios legislativos recientes que facilitan la lucha contra la violencia machista. El segundo que De Torres considera esencial, una interpretación del artículo 416 que permite seguir investigando las agresiones en el ámbito familiar aunque la víctima se eche atrás, no llegó a tiempo de aplicarse en el caso de Verónica.

Un grupo de personas pasa por delante del Ayuntamiento de Málaga.

La Administración

Al día siguiente del asesinato de Verónica, el Ayuntamiento de Málaga convocó un minuto de silencio ante el edificio al que asistieron todos los grupos municipales, como cada vez que se produce un asesinato machista en España. La Asociación de Vecinos Pablo Picasso de Ciudad Jardín y la junta de distrito realizaron un acto conjunto cerca de la casa de Verónica, y la Plataforma Violencia Cero convocó una concentración y una marcha por el centro de Málaga, a la que acudieron representantes municipales y del IAM.

Verónica nunca pidió ayuda al consistorio malagueño, que cuenta con un Negociado de Violencia de Género compuesto por seis personas, entre ellas dos trabajadoras sociales, una psicóloga y un orientador laboral. El servicio ofrece atención integral a mujeres víctimas de violencia machista y a sus hijos e hijas. Dispone de atención social, psicológica, jurídica y de orientación laboral; de un servicio de teleasistencia para atender casos de emergencia, en coordinación con Cruz Roja; y de tres pisos para alojamiento temporal de víctimas de violencia en riesgo de exclusión social. El Negociado de Violencia de Género ha tenido en 2020 un presupuesto de 238.480 euros, de los 654.696 euros previstos para el Área de Igualdad.

Málaga celebra cada año el 8 de marzo, el 25 de noviembre, el Día contra la violencia sexual y otras fechas significativas en torno al monolito dedicado a la Igualdad, situado en la Alameda principal, salvo este año debido a la pandemia. En los dos últimos años se han recibido fondos del Pacto de Estado, con los que se han organizado actividades como la creación de un videojuego interactivo de prevención de la violencia de género y otras iniciativas de prevención, sensibilización y coeducación.

Tras el asesinato de Verónica, el Defensor del Pueblo Andaluz abrió una queja de oficio. La cerró sin apreciar irregularidades, porque fue la víctima quien decidió abandonar la casa de acogida y volver con su maltratador, y años después rechazó volver a vivir en un centro del IAM.

Pero si no hubo fallos… ¿El protocolo que se siguió con Verónica hace seis años se volvería a aplicar hoy de la misma forma? La directora del IAM, Laura Fernández, asegura que no: “Analizar los casos con resultado de muerte nos ha ayudado a mejorar la forma de actuar”. Hace seis años, el Hospital Carlos Haya envió al juzgado de guardia el parte de lesiones de Verónica y a ella la derivaron al IAM, porque no pensaba acudir a la comisaría a denunciar. En aquel momento, eso implicaba no recibir medidas de protección policial hasta que un juez analizara su caso. “Hoy la Policía mantiene abiertos en el sistema Viogen los expedientes de las víctimas que han sido protegidas de situaciones de riesgo. Y si una de estas mujeres vuelve a ser atendida por el IAM, su expediente se vuelve a activar aunque ella no lo pida”.

Según Fernández, esto implica que hoy día la Policía sí volvería a valorar el peligro incluso sin denuncia en la comisaría, y tendría en cuenta la agresión de cinco años antes aunque no hubiese habido otros incidentes en medio. También considera que han mejorado las valoraciones de Viogen, “que son más subjetivas y no un simple cuestionario”.

Fernández reconoce que es frustrante que una mujer que pide ayuda no aproveche todos los recursos a su disposición, pero matiza que los motivos de las víctimas son siempre complejos. Que las mujeres no sepan valorar la peligrosidad de su situación es habitual y es lógico, señala: “Porque a todas las personas nos resulta difícil identificarnos como víctimas”. Por eso el IAM quiere ahora hacer “una ruta crítica” que analice por qué abandonan las medidas de protección cuando aún están en riesgo, con el objetivo de lograr que continúen. Fernández insiste en que, además de mantener las medidas de prevención y empoderamiento de las mujeres, el reto sigue siendo “que sepan cómo pedir ayuda y dónde, y que confíen en que los recursos del IAM funcionan, porque cuando los mantienen, funcionan. Pero es difícil, porque el maltratador intenta disuadirlas mediante la seducción o la coacción”. Lo positivo, a su juicio, es que el porcentaje de mujeres que rechazan estos recursos no aumenta.

La responsable del IAM afirma que la coordinación entre instituciones también es mejor: se ha avanzado en los protocolos de los servicios sanitarios, que han aprendido a comunicarse con las mujeres para detectar el maltrato machista aunque no lo revelen espontáneamente, y a derivar las lesiones sospechosas al juzgado aunque las víctimas no admitan las agresiones. “[En el mundo judicial], la concienciación es mayor. En concreto, en Málaga, la presidenta de la Audiencia Provincial asiste a las comisiones de seguimiento de los casos de violencia de género, y contamos con la implicación de la fiscal Flor de Torres”, sostiene Fernández.

En el caso de la Justicia, De Torres también aprecia avances. Defiende que el Supremo ha ido dotando a los tribunales de herramientas con perspectiva de género, aplicables en casos como el de Verónica. Como la reciente interpretación del artículo 416, que permite a un testigo no declarar contra un pariente y que se ha usado repetidamente para retirar las denuncias por violencia machista y frenar los procesos judiciales, como ocurrió con la primera denuncia de Verónica. En julio de 2020, una sentencia del Supremo rechazó aplicarlo a una mujer que denunció a su exmarido por allanamiento de morada, al entender que si se la dispensaba de declarar, el resultado era contrario a sus propios intereses.

De Torres explica que este artículo, que protege a quien tiene un dilema moral porque no quiere declarar contra un pariente cercano, “carece de fundamento cuando el testigo es denunciante y víctima, porque es incompatible con la denuncia que ha realizado. Si se aplica, es la denunciante y víctima la que queda desprotegida”. La sentencia del Supremo es clara: “No tiene sentido conceder una dispensa a declarar a quien precisamente declara para denunciar a su agresor”. Dicho de otro modo: el artículo se redactó en beneficio de los testigos de delitos contra otras personas, “pero no de los denunciantes (…) que acuden a la policía en busca de protección”.

El Alto Tribunal añade otro matiz: los delitos de violencia de género no son cuestiones “estrictamente privadas” que la Justicia pueda ignorar si la denunciante retira su acusación. Son “delitos públicos perseguibles de oficio” que, una vez conocidos por la Policía y la Justicia, deben seguir siendo investigados y juzgados. Sobre la posibilidad de que esta interpretación hubiese permitido a la Policía actuar tras la primera denuncia que Verónica retiró, De Torres cree que “es difícil saberlo”, pero admite que quizá hubiese permitido protegerla mejor.

Seis años después

A Toñi le gustaría irse del barrio, pero no se lo puede permitir. Sigue viviendo en el mismo edificio en el que fue asesinada su hija, viendo crecer a su nieta en las calles en las que creció Verónica. “Físicamente se parecen mucho, estoy criando otra vez a mi hija, pero con más carácter”, dice sonriendo.

Mantiene la misma actitud cercana y comprensiva que la hizo acercarse al abogado contrario durante el juicio para darle ánimos. O decidir que su nieta no dejara de ver a sus abuelos paternos, algo que muchos no entendieron. “Yo por mi nieta hago lo que sea, ya ha perdido mucho y no quiero que se pierda nada más. Adoraba a sus abuelos y a sus tíos, tenían mucho trato, así que les dije que podrían verla cada vez que quisieran, siempre que no tuviera contacto con su padre”. Cuenta que los abuelos paternos pensaron en pelear la custodia porque no estaban seguros de que mantuviese su palabra, pero lo ha hecho. Cuando se ven para dejarse a la niña, mantienen un trato cordial. “Ellos también lo han pasado mal”, concede.

Tras el crimen estuvo un tiempo sin reaccionar, presa de los nervios, evitando salir de casa y llorando a escondidas. La situación familiar tampoco fue fácil.

Toñi cuenta que tuvo que sobreponerse porque tenía que cuidar de su nieta, una niña “muy lista y con mucho carácter, que se acuerda de su madre y de los momentos felices”, y que no pregunta por su padre. “A mí me han ayudado a tirar para adelante tres cosas: mi nieta, hablar, y el SAVA”, el servicio de atención a las víctimas de la Consejería de Justicia, que ha sido un apoyo imprescindible para afrontar los peores momentos. Por ejemplo, cómo actuar cuando su nieta preguntara por su madre. “Me dijeron que me saldrían las palabras, y así fue. Le pregunté si se acordaba de dos mujeres mayores que yo cuidaba y se habían ido al cielo, y le dije que su madre estaba acompañándolas”.

Pasados seis años, Toñi sabe que se acerca “otro momento malo, porque tiene diez años y querrá saber lo que pasó”. Teme también a lo que ocurrirá cuando el padre salga de la cárcel, pero ahí su nieta será mayor y podrá tomar sus propias decisiones. Por ejemplo, si quiere cambiarse los apellidos, algo que ella decidió no hacer “para que la niña pueda elegir cuando tenga edad”.

Además del apoyo psicológico, hablar del crimen en su entorno la ha ayudado a afrontar lo que ocurrió con tristeza, pero sin rabia. Solo le molesta que haya gente “desconsiderada” que le pregunte cuando está su nieta delante. “Me viene bien no quedarme nada dentro. También es verdad que yo, por mi carácter, no puedo estar enfadada mucho tiempo”, asegura. No toda su familia ha logrado esa calma; hay quienes no pueden soportar ni que se nombre a Verónica.

Un mural con rostro de mujer en el centro de Málaga.

El tratamiento mediático

Los medios informaron desde el primer momento del crimen como un asesinato machista, ya que el IAM dio a conocer los antecedentes de violencia del agresor e informó sobre los demás feminicidios cometidos a lo largo de ese año. También se convocaron actos de repulsa que fueron recogidos por la prensa.

La detención del agresor ocupó un lugar destacado, por el amplio dispositivo organizado por la Policía hasta dar con él. A partir de ese momento, dado que la familia rechazó hablar con los medios, el interés fue disminuyendo.

También se informó sobre el juicio, aunque probablemente la confesión del autor y el acuerdo entre todas las partes en la petición de penas contribuyó a un seguimiento más conciso.