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Maria Rosa

Asesinada en Sóller
el 9 de junio de 2014

Texto: Alba Mareca
Fotografías: Álvaro Minguito

Esta historia fue publicada en julio de 2020.

Pep aparece en la Plaza de la Constitución de Sóller con paso ligero y un bastón en la mano. Le llama la atención que alguien esté investigando, seis años después, el feminicidio de su hija. Él, sin embargo, lo sigue haciendo. El día anterior –cuenta– estuvo buscando en Internet: “Hay muchas noticias de lo que pasó ese día”. Y tiene razón, aunque no hay tanta información sobre el desamparo inicial de las dos menores que quedaron huérfanas o el sufrimiento tras la pérdida de esta madre, esta prima, esta amiga o esta hija, que continúa hoy.

Es San Juan, y eso, en este municipio mallorquín de unos 14.000 habitantes en el que no se celebra nada especial por esta fecha, solo significa para esta familia una cosa: el aniversario del asesinato de Maria Rosa está reciente. Pep avisa de que llorará al rememorarlo. Era 9 de junio de 2014 y, según la versión policial, Jaume, de 47 años, fue dado de alta esa misma mañana del centro psiquiátrico en el que ingresó dos días antes por un intento de suicidio con pastillas.

Pep, el padre de Maria Rosa, en la Plaza de la Constitución de Sóller.

Así comenzaba ese lunes en el que Pep habló con su hija Maria Rosa, de 45 años, por última vez. Ella le contó que iba a visitar a Jaume, su marido, del que había decidido separarse pocas semanas antes. Él estaba con su hermano en una finca en mitad de la carretera empinada y serpenteante que une Sóller y Deià, en la que vivía y trabajaba como posadero. Maria Rosa llegó cuando el hermano de Jaume se marchaba y este decidió dar media vuelta con su coche y aguardar frente a la casa, hasta que escuchó un disparo demasiado cercano como para tratarse de un cazador. Al entrar, encontró a Maria Rosa con una cuerda en el cuello, amarrada a una mesa y una silla. Su marido estaba sobre un escalón, muerto, con una escopeta en la mano. Presuntamente –al haberse suicidado no existe una condena firme–, asfixió a su esposa hasta causarle la muerte.

Al mismo tiempo, Pep, que se iba a trabajar al huerto, tomó un desvío en la carretera y encontró a una patrulla y a un periodista. Llamó a su sobrina –que entonces acogía a Maria Rosa y a sus hijas en casa–. “No quería que me dieran la noticia estando solo”, dice. Una hora después apareció una psicóloga del 112, que fue quien le contó lo que había ocurrido, ya en el cuartel de la Guardia Civil.

Uno de los caminos cercanos a la finca donde ocurrieron los hechos, en la carretera que une Sóller y Deià.

Las noticias en los medios de la isla que recogieron lo ocurrido ese día en Sóller especificaban que Maria Rosa no había puesto denuncias previas y, por tanto, no existían antecedentes de maltrato contra Jaume. No, al menos, en términos legales. Ella sí había narrado situaciones de violencia durante semanas a su entorno y, en las horas previas al feminicidio, también a los cuerpos de seguridad. Por ejemplo, un día contó a sus compañeras de trabajo –era trabajadora social en los municipios cercanos de Deià y Fornalutx– que su marido no dejaba que fuera a la cena de empresa que habían organizado. O la primera vez que verbalizó algo similar: cuando Jaume la castigó por llevar una flor que había cogido del campo en el pelo. “Lo vivimos como si fuera el primer incidente raro pero luego nos dimos cuenta de que habría habido muchos más episodios como ese”, cuenta Margalida Morell, que, además de ser la actual coordinadora de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Sóller, era compañera de trabajo y amiga de María Rosa.

Esa misma mañana, la del 9 de junio de 2014, también alertó de que se sentía insegura a la Guardia Civil, antes de dirigirse a la finca. Sin embargo, no llegó a denunciar porque pensaba que Jaume se pondría más nervioso, tal y como cuenta Margalida Morell. La coordinadora de Servicios Sociales reitera que Maria Rosa no debió haber ido sola hasta allí. A este dato, Pep añade otro: en el lugar de los hechos, el padre de Maria Rosa asegura que encontró un papel emitido por la Policía Local dos días antes, cuando Jaume intentó suicidarse, que notificaba que ella denunció la situación que estaba viviendo. El sábado anterior, según cuenta Pep, el presunto agresor estuvo merodeando por la casa de la prima de Maria Rosa, que la acogía a ella y a las hijas que tenía en común con Jaume, que entonces contaban 9 y 12 años. 

“Todo se activó muchísimo porque Maria Rosa había decidido irse de casa”, cuenta Morell. Reconoce también que lo ocurrido le hizo “ver la complejidad de todo esto” desde diferentes ópticas: como trabajadora de servicios sociales, como vecina y como amiga y compañera de Maria Rosa –Morell explica que no le gusta demasiado el término víctima: “Parece que las hacemos tontas”–. En un primer momento, y al tratarse de un municipio pequeño, tuvo que intervenir tanto con la familia de ella como con la de Jaume, cuidar de la convivencia en el pueblo, enfrentarse a la falta de recursos, a las habladurías y también a su propio proceso, por el que intentaba comprender todo lo que había pasado. Morell rememora que meses antes de lo ocurrido, Maria Rosa y ella coincidieron en un curso sobre violencia de género. “Yo he recordado esas formaciones varias veces y siempre pienso: ¿Cómo no nos dimos cuenta de nada?”, dice.

Plaza de la Constitución de Sóller.

No identificar las manifestaciones que tiene la violencia machista –tanto por parte de quien las sufre como por su entorno– sigue siendo un escollo a la hora de detectar algunos casos. “Me molestó mucho que nadie sabía lo que iba a pasar hasta que pasó”, cuenta Morell en referencia a lo que la gente del pueblo comentaba en las concentraciones que se produjeron en memoria de Maria Rosa. Algo que achaca, en parte, a que habitualmente no se da a este tipo de violencia “las dimensiones que tiene”. “Esto es un pueblecito, aquí no se había vivido ningún asesinato y parecía que era algo que solo pasaba en la península o en las grandes ciudades”, añade. 

Según un reciente informe del Observatorio contra la violencia doméstica y de género del Consejo General del Poder Judicial, Baleares es la comunidad autónoma con la tasa más alta de mujeres asesinadas por violencia machista entre 2003 y abril de 2019 –cuando se produjo la víctima mortal número 1.000 en España por este motivo–. En 2016 hubo seis feminicidios en las Islas: cinco en Mallorca y uno en Ibiza. En 2014, los tres que contabilizó Baleares ocurrieron en Mallorca.

Mientras sostiene un periódico abierto y doblado por la página en la que está la esquela de su hija por el sexto aniversario de su muerte –y que Pep guarda así, sin cerrar, en una caja junto a otros recuerdos–, el padre de Maria Rosa insiste en que aquel año su hija “fue la segunda”. En marzo, una mujer fue asesinada por su pareja en Can Picafort y en julio hubo una tercera víctima mortal por violencia de género en Felanitx. 

Sóller se encuentra en el noroeste de la isla de Mallorca.

De las 35 mujeres que fueron asesinadas por sus parejas o exparejas en Baleares entre 2003 y abril de 2019, 33 lo fueron en la isla de Mallorca. De esos feminicidios, 18 han ocurrido en lo que se conoce como la Part Forana, es decir, todo el territorio de la isla que no pertenece a la ciudad de Palma. Así lo explica Rosa Cursach, directora insular de Igualdad del Consell de Mallorca desde 2019, en su despacho dentro del edificio de esta institución, a pocos metros de la catedral de Palma. 

En su mandato, tiene claro que hay impulsar el trabajo contra la violencia machista en los pueblos de la isla. Las competencias autonómicas en esta materia se transfirieron a este organismo en enero de 2019 con un presupuesto de dos millones de euros y una plantilla de 19 personas, además de la partida correspondiente al Plan Estatal contra la Violencia de Género –390.000 euros durante cuatro años–. Cursach asegura que reforzar la atención psicológica y jurídica a las mujeres en los municipios es la línea de trabajo que están siguiendo en estos momentos.

Sobre ello, incide en que “es fundamental la coordinación con fuerzas y cuerpos de seguridad”. Y lo hila con lo ocurrido con María Rosa: “Se acercó a la Guardia Civil pero no puso denuncia. ¿Qué significa acercarse? Si una mujer va a un cuartel a las 7 de la mañana hay que hacer algo aunque no denuncie”. 

La falta de recursos contra la violencia machista que mencionan todas las fuentes consultadas para este reportaje es evidente en la prevención pero cobra todavía más sentido cuando el feminicidio ya ha ocurrido. “[Tras el asesinato de María Rosa] fuimos a buscar recursos y no había”, dice Margalida Morell. “Esto es una emergencia, un impacto muy grande y nos encontramos solos. Nadie atendía a nadie, ni a las hijas. Yo en aquel momento estaba enfadadísima”, añade. 

Desde Servicios Sociales de Sóller pidieron atención psicológica para las hijas menores –que quedaron bajo la tutela de una familiar– al Institut Balear de la Dona, que en 2014 tenía las competencias en materia de atención a víctimas de violencia de género. De este organismo, y en aquel momento, Morell echó en falta “más flexibilidad burocrática y humanización en las respuestas”, algo que sí encontraron en la Dirección General de Menores y Familia del Gobierno balear, desde donde finalmente les facilitaron la intervención. Uno de los principales obstáculos fue que las niñas no eran consideradas víctimas de violencia de género por aquel entonces. No se reconoció este aspecto hasta que cambió la ley, en 2015. La Dirección Insular de Igualdad del Consell había sido suprimida por el Gobierno del Partido Popular en 2011.

Las jornadas Dona't Temps que organizan desde Servicios Sociales sirven para conmemorar a María Rosa y afrontar los duelos en comunidad.

Más allá de la familia directa, había un pueblo en silencio, consternado por lo ocurrido, que a la vez intentaba articular formas de resiliencia. Salió “lo bueno y lo malo de conocerse entre todos”, resume Morell. Desde el Ayuntamiento se impulsaron las jornadas Dona’t Temps, un ciclo que tiene como objetivo explorar las emociones a través de talleres y actividades y que se celebra cada año a mediados de junio en memoria de Maria Rosa. Morell explica que esta iniciativa surgió a raíz de reflexionar sobre cómo se elaboran los duelos a nivel comunitario.

El asesinato de María Rosa preludió otra muerte. Su madre, la esposa de Pep, falleció en 2019. El médico había señalado el deterioro cognitivo a raíz del feminicidio de su hija.

Maria Rosa y su madre están enterradas juntas en el cementerio de Sóller.

Violencias previas

Maria Rosa había relatado a algunas amigas y compañeras de trabajo de Servicios Sociales de la zona situaciones de violencia por parte de Jaume. Entre ellas, que no la dejara salir de casa o asistir a una cena de empresa. No fue hasta dos días antes del asesinato que contó algunos detalles a la Policía Local, después de que su prima hubiera visto a Jaume merodear por su casa, en la que durante esos días también acogía a Maria Rosa y a sus hijas, de 9 y 12 años.

El 9 de junio de 2014, Maria Rosa avisó a la Guardia Civil de que tenía miedo de su marido, pero no llegó a denunciar por miedo a que este se pusiera más nervioso. En aquel momento, tampoco se le ofreció ningún tipo de asistencia y ella acabó dirigiéndose a la finca en la que vivían antes de separarse y donde él la había citado.

El presunto autor del crimen

Jaume tenía 47 años cuando presuntamente asesinó a Maria Rosa en la finca donde ambos habían vivido hasta que ella tomó la decisión de separarse. Allí, él trabajaba como posadero. Intentó suicidarse dos días antes y es por eso que ingresó en el área de Psiquiatría del Hospital de Son Espases, donde recibió el alta el 9 de junio de 2014. 

Según la versión policial de los hechos, Jaume asfixió presuntamente a Maria Rosa y después se pegó un tiro con una escopeta. Al suicidarse, no se llevó a cabo un juicio ni, por tanto, hubo condena. En este tipo de casos, en los que el suicido sigue al feminicidio, la causa se archiva enseguida y se finaliza así la investigación sobre lo ocurrido. 

Este supuesto “es muy común y, sin embargo, está vacío legalmente”, critica Enrique Urbano, doctor en Estudios Interdisciplinares de Género de la Universidad de las Islas Baleares. “Debería seguir investigándose porque, al fin y al cabo, el tema no es el suicidio del agresor. El centro de la figura delictiva es el feminicidio, no es un feminicidio seguido de un suicidio: es un feminicidio que lleva implícito un suicidio, pero la figura central es el feminicidio. Debería proseguirse y ahondarse más en la investigación del caso de cara también a recopilar información para futuros casos y protección de víctimas”, explica el experto.

El entorno y la familia

Tras lo ocurrido, quedaron huérfanas dos niñas de 9 y 12 años que son ahora adolescentes. Pep, su abuelo y padre de Maria Rosa, enseña orgulloso sus fotos en el móvil. “La mayor se parece mucho a su madre”, cuenta. De hecho, comparte con ella algunos tics, como mirarse en el espejo de la entrada de la casa de Pep cada vez que va a hacerle una visita. El salón de Pep está lleno de retratos de Maria Rosa y de su mujer, que falleció en 2019. Guarda las noticias del periódico, las esquelas que han ido enviando y recuerdos de su hija en una caja.

A partir del 9 de junio de 2014, la búsqueda de recursos para las menores se convirtió en un suplicio por el que Margalida Morell, coordinadora de Servicios Sociales en Sóller, acabó enfadada y decepcionada. Desde el Ayuntamiento de Sóller se dirigieron al Institut Balear de la Dona para pedir atención psicológica a las menores y, según explican, solo encontraron trabas. “El psicólogo de urgencia solo se activaba durante las 24 horas siguientes a los hechos”, cuenta Morell. 

Desde entonces y hasta ahora, desde el propio Ayuntamiento atienden las demandas que tengan tanto la tutora de las chicas como su abuelo. Desde Servicios Sociales han trabajado coordinadamente con el instituto de secundaria y con pediatría del centro de salud. La intervención con las menores se ha hecho siempre a través de las personas adultas que las cuidan, tal y como explican desde este área.

La Administración

En 2014, las competencias sobre la atención a víctimas de violencia de género en Baleares recaían sobre el Institut Balear de la Dona (IBDona). Esta institución, según denuncian las personas consultadas para este reportaje, se mueve dependiendo del cambio político que se produce cada cuatro años. “Cuando hay un corte, quien viene después es como si empezara de cero”, dice Francisca Mas, abogada especializada en violencia machista y primera directora del IBDona, entre los años 2000 y 2003. “Si quitas la red institucional en ese sentido –explica–, aumenta la inseguridad de las mujeres, la falta de atención y, por tanto, su vulnerabilidad”.

En 2011 desapareció, por orden del Partido Popular, la figura de la Dirección Insular de Igualdad, que se ha recuperado en la presente legislatura y que desde 2019 tiene transferidas las competencias en materia de violencia machista en Mallorca. Durante 2011 y 2015 también desaparecieron puntos de información y atención a mujeres que había en los pueblos. Rosa Cursach, la actual directora insular de Igualdad, apunta a que desaparecieron hasta siete puntos de asesoramiento jurídico en diferentes municipios, de los nueve que había repartidos por la isla antes de 2011.

En palabras del experto en violencia de género Enrique Urbano: “Si el IBDona queda desmantelado tras una legislatura, cuando quieres recuperar y reactivar los recursos en la siguiente ya casi han terminado tus cuatro años y volvemos a estar en las mismas”. En este tipo de instituciones, la continuidad del trabajo es uno de los factores más importantes, señala la abogada Francisca Mas.

El tratamiento mediático

La noticia fue publicada en los medios locales y algunos nacionales. Se hacían eco del asesinato a través de los detalles de lo ocurrido y de las concentraciones que se produjeron posteriormente en Sóller, Deià y Fornalutx –en estos últimos municipios, Maria Rosa era trabajadora social–. 

En el semanario de Sóller hablaban de Maria Rosa y de Jaume con nombres y apellidos. “En periódicos más grandes, por la protección de datos, ponían solo las iniciales, pero ¿cómo vas a hacer eso aquí?”, dice Margalida Morell. “Aquí todo el mundo sabía perfectamente quién era”.

Maria Rosa fue asesinada en Sóller el 9 de junio de 2014 / Fotografía de Álvaro Minguito

Seis años después

Una de las cosas que más llama la atención es el trato cercano entre Servicios Sociales y Pep, el padre de Maria Rosa. Basta una llamada de Margalida Morell para que Pep acuda enseguida. Ocurre lo mismo al contrario: si Pep se encuentra mal y necesita hablar, tiene con quien hacerlo. “Mi mujer no lloraba, yo sí, yo lloro mucho”, detalla Pep. 

El duelo que se ha convertido en memoria tiene también su lugar en unas jornadas que el Ayuntamiento celebra cada año –y que en 2020 han sido aplazadas por la pandemia de COVID-19–: Dona’t Temps (un juego de palabras entre la frase “date tiempo” y la palabra mujer en catalán). Se trata de un ciclo de varios días que, además de para conmemorar a Maria Rosa, sirve para trabajar las emociones a través de talleres y otras actividades. 

Margalida Morell reconoce que profesionalmente ha sido complicado y ve una diferencia entre estar en un pueblo o en las grandes ciudades: “Hay un componente importante: las habladurías te hacen posicionarte de un lado o de otro”. También explica que, tras lo ocurrido, hubo en el pueblo una sensación de desprotección, sobre todo por parte de las mujeres. “Yo pienso que eso es el otro lado de la violencia: el crear miedo”, concluye.